8. Lourdes

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Estoy sentada detrás de ti, a cuatro bancos.

En medio de nosotros hay ocho personas, pero te veo sin problema porque tú sueles salirte ligeramente de la hilera dado te gusta estar contra la ventana.

Asumo que te sientes asfixiado por la aglomeración, la cantidad de murmullos y el calor corporal —a veces los olores cuando uno que otro se tira un gas con disimulo—, y cuando abres un poco esa ventana dajando entrar aire fresco, te renuevas.

Así te aseguras que esto terminará y volverás a estar en silencio, fuera de este caos.

Antes, jamás le hubiera prestado atención a una petición. Es decir, creo que es importante que la gente se preocupe y busque cambiar una realidad, pero siendo sincera... Firmo las peticiones por firmar, sin sentir realmente que quiero hacerlo. A veces me pregunto por qué no me apasionan cosas que deberían, por qué no me mueven las revoluciones sociales cuando estoy de acuerdo con ellas en su mayoría.

Tú también pareces de ese tipo.

Te veo firmar la hoja de la petición por becas más accesibles. Si la pasas a tu derecha, estoy perdida. Sé que esa hoja terminará en la otra punta del salón.

La pasas hacia atrás.

Reprimo una sonrisa, nerviosa porque voy a conocer tu nombre. Ni siquiera puedo mirarte a los ojos por más de dos segundos o decirte una palabra, pero por supuesto que puedo emocionarme por conocer cómo te llamas actuando como una loca en mi interior y como una jugadora de póker de alta categoría externamente.

La hoja llega hasta mis manos. Cuento ocho nombres de abajo hacia arriba.

Jordano.

Lindo nombre para quitarme el aliento.

Siempre todo y nunca nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora