Perdón, dije que te daría espacio, pero no puedo evitar caminar directo hacia ti cuando te veo sola por primera vez en semanas.
Estás sumergida en tus apuntes cuando te pregunto si el asiento a tu lado está ocupado.
Levantas la vista y me ves directamente, como nunca antes. Tengo la necesidad de masajear mi esternón y tomarme la presión arterial, porque en serio me afectas, pero permanezco quieto, agarrando la correa de la mochila con fuerza.
Hay café en tus ojos. Tienes pecas, lunares y ojeras. Me miras con la calidez de mil soles, si es eso posible.
Sé que eres gentil con solo mirarte.
—Hola —dices—, no está ocupado, tómalo —añades con un ademán al banco, animándome.
Entonces, concluyes nuestra conversación con una sonrisa ladeada. Asiento porque me robaste todas las palabras. En realidad, mis nervios lo hicieron.
Por primera vez, nos sentamos juntos.
Por primera vez, no proceso ni una palabra de lo que dice el profesor. Escribo lo que escucho, pero estoy en modo automático en ese aspecto.
Solo puedo pensar en ti, Lourdes.
Veo por el rabillo del ojo cómo cambias de posición y te concentras. De vez en cuando, respondes un mensaje. Estoy alerta ante cualquiera de tus movimientos.
Aprieto el lápiz con fuerza cuando te inclinas para sacar algo de tu bolso. Sé que no debería, pero tu escote queda a la altura perfecta...
Ataque al corazón.
Pérdida de memoria.
Calores.
Necesito una ambulancia, por favor.
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Siempre todo y nunca nada
Teen FictionMis ojos te persiguen como si fuera un juego, pero ambos sabemos que no lo es.