Me quedé como un tonto, ahí de pie.
Feliz.
Avergonzado.
Con el trasero por demás de congelado porque estamos en invierno.
Esa tarde, usé el lápiz de la vergüenza para subrayar los textos. Lo miré con envidia por haber conocido tu casa, residencia, departamento o casa rodante, donde sea que vives. También por haber visto qué traes en ese bolso que siempre llevas de un lado al otro.
Cuando me fui a dormir, el lápiz quedó en mi mesa de luz. No podía creer que le habías sacado punta. Intencionalmente invertiste tiempo indirecto en mí, y aunque para ti no signifique nada, para mí es un mundo.
Es una oportunidad.
Esa noche, al cerrar los ojos, nos imaginé en la biblioteca juntos.
Tú y tus resaltadores, yo y mis galletas.
Ambos contestando preguntas raras entre lectura y lectura, escritas al borde de las hojas con ese lápiz que envidio tanto.
«¿Qué querías ser de pequeña cuando crecieras?»
«¿Una canción o una carta de amor?»
«¿Cuánto crees que pese una ballena franca austral?»
«¿Qué tres películas mirarías por el resto de tu vida?»
«¿Qué tanto te gusto?»
A la última pregunta responderías dibujando un corazón y pintándolo hasta que estuviera 80% coloreado.
Cuando sea mi turno lo pintaría todo, incluso saliéndome de la línea para dejar en evidencia que me gustas más de lo que es sanamente posible.
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Siempre todo y nunca nada
Teen FictionMis ojos te persiguen como si fuera un juego, pero ambos sabemos que no lo es.