Hoy logré sentarme en el banco detrás tuyo.
Cuando llegué a la puerta y te vi sola, resaltando apuntes, supe que era mi oportunidad. Me costó caminar normal, de la misma forma en que me costó hacer como que elegía un asiento al azar cuando supe dónde quería sentarme desde que te vi desde el otro lado del salón.
Me costó no correr hasta ti.
No tomé el asiento a tu lado porque no me siento preparado para tal presión, pero aquí estoy, justo detrás. ¿Alguna vez te dije — mentalmente, claro—, lo mucho que me gusta que uses colores? Tus suéters son todos distintos, y también tus bufandas. A veces parece que los combinas. Usas colores complementarios.
Tu perfume me encanta. Es dulce y tengo miedo de que escuches mi nariz en modo succión.
Debo comportarme, lo sé.
Estoy tan concentrado en ti, que no noto que el salón está medio vacío hasta que llega una señora del rectorado y nos dice que el profesor faltó.
Mi decepción es gigante.
Mi cobardía mayor.
Si me quedo aquí pensando qué estúpida pregunta puedo hacerte para iniciar una conversación, voy a explotar en moléculas de ansiedad.
Tomo mi mochila, te doy un último vistazo, y me voy.
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Siempre todo y nunca nada
Teen FictionMis ojos te persiguen como si fuera un juego, pero ambos sabemos que no lo es.