❦ uno ; tomlinson ricci ❦

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Unas expertas y cuidadosas manos resguardadas a la perfección bajo unos níveos guantes de látex, se encargaban de tratar minuciosamente como era debido la culata y el gatillo de una calibre 22, teniendo como único objetivo que en mencionadas partes no pudiese quedar impresa huella alguna cuando se la fuese a utilizar.

Harry Vianello era dueño de aquellas manos; unas manos no solo tan suaves y finas como el aterciopelado pétalo de una preciosa rosa o tan finas como las de un príncipe educado en la realeza, sino además tan profesionales como las manos de aquel sujeto que alguna vez le había enseñado el arte del asesinato.   

Eran las manos de un joven sicario. De un joven omega. De un joven hijo de Desmond Vianello, uno de los más enigmáticos sicarios dentro de la mafia siciliana.       

Harry no se demoró en acabar con su labor, y al hacerlo se dedicó a examinar la pistola con una victoriosa sonrisa plasmada en su rostro casi esculpido por los mismísimos dioses, cuyas facciones solo evidenciaban su completa belleza digna de apreciar.

Desde la tarde, había estado trabajando en diferentes armas, ocupando la gruesa mesa de madera que albergaba el comedor de su casa; una casa que en realidad pertenecía a Don Berlingieri, el jefe siciliano para el que trabajaba su padre. Una casa que había sido otorgada a Desmond años después de su llegada a Estados Unidos, tras ser reclutado en Sicilia en su juventud.      

El jefe, Don Benito Berlingieri, contaba con dos hectáreas de propiedad en el poblado estado de Nueva York. Allí se cernía su principal mansión, pero además contaba con unas cinco tradicionales casas que se esparcían por aquella propiedad. Dos de aquellas casas eran ocupadas por sus hijos mayores, quienes ya se habían casado y formado su propia familia. Las tres restantes fueron destinadas a los empleados más importantes y de más confianza de la familia: su consiglieri y su principal martillo, es decir, su consejero y su leal asesino a sueldo.

Y de ese modo fue como Harry, el martillo pequeño, acabó siendo criado en aquella casa dentro de aquel prestigioso terreno repleto de familias de descendencia siciliana.     

La puerta de entrada se abrió tras un rechinido y, al cerrarse, el omega oyó los pesados pasos de su padre aproximándose. Sobre la mesa, el alfa arrojó con desinterés lo que parecía ser una carpeta de expediente y pasó de largo, sin siquiera echarle una mirada a su hijo.

Harry ni siquiera elevó su mirada. Conservó su atención en su trabajo recientemente terminado, ignorando la presencia de su padre, tal y como este había hecho con él. Harry no lo miró, ni mencionó palabra alguna. Solo se mantuvo en silencio mientras escuchaba los movimientos poco sutiles de su padre.

El omega se mostró impasible, relajado y despreocupado. Se levantó de la silla y guardó aquella calibre en una gaveta del comedor. Solo entonces se quitó los guantes, arrojándolos en la mesa al regresar a esta. En aquel mismo momento, el expediente fue deslizado hacia él.

Harry observó la fina carpeta, preguntándose quién sería el desafortunado idiota que se había ganado su boleto hacia el otro lado. Porque Harry ya suponía que allí estaban los datos de su próxima victima a asesinar. 

Desmond tomó asiento en torno a la mesa, justo frente a él. Harry también se sentó y, por primera vez, le dirigió la mirada a su padre; lo miró con total imparcialidad, expectante, a la espera de alguna señal.

El alfa sostenía entre sus dedos uno de sus típicos habanos italianos, los cuales se daba el lujo de fumar en situaciones como aquellas.

El retirar el humo de la última calada, con un pequeño gesto de mano, Desmond le indicó al omega que tenía permiso de revisar aquel documento. Tras ello, Harry no dudó en colocar sus manos encima del expediente.

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