❦ veintisiete ; cuervos, dagas y otra forma de hacer el amor ❦

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Harry se sentía otra persona. Literalmente sentía que una parte de él había sido soltada en aquella noche en la que Louis le había hecho el amor. Sonreía cada vez que se acordaba de ello. Su piel se erizaba, su cuerpo lo sentía; era una sensación acaparadora, electrizante.

Ya había experimentado algo así en su vida, y no era algo que quería recordar en realidad, pero ahí estaba: rondando en su cabeza. Fue después de haber tenido su primera vez con Valentino. Él había quedado tan hipnotizado con aquel alfa.

Harry intentó compadecerse de sí mismo, no criticar a ese pequeño Harry, por lo que, y a pesar de la bronca que le daba todo lo que aconteció después, no podía culparse. Él no había hecho nada malo. Le habían hecho algo malo.

Harry suspiró y volvió a centrarse en el presente. En Louis, en los sentimientos que tenía ahora. Dios, no podía compararse con Valentino. Era consciente de que existía una marcada diferencia entre lo que había sido su relación con Valentino y lo que era ahora con Louis. No tenía idea de si alguna vez había sentido amor por el otro alfa. Había sentido cariño —un profundo cariño—, pero creía que jamás se había enamorado de Valentino. Y ahora, estando más cuerdo que nunca, pensaba que con Louis sí.

Mierda, estaba jodidamente enamorado de Louis.

Harry sonrió, observándolo: Louis estaba en la orilla de la playa, correteando y jugueteando con Bruno, el pequeño hijo de uno de sus primos. Suspiró, resultándole tan encantadora la escena.

Era la primera vez que le veía jugar con un niño, y no solo eso, sino también pasarla tan bien con un niño. Se notaba que Louis no solo estaba entreteniendo al infante: él mismo también la estaba pasando genuinamente bien. Harry podía verlo, incluso sentirlo. Había una oleada de bienestar en su interior, de disfrute, pero que no era de él: era de Louis.

Harry estaba tan orgulloso del alfa que ahora sentía como suyo. Sonreía hacia él, pensando en que si pudiera elegir, lo elegiría a él para pasar el resto de su vida.

—¿Piensan tener hijos algún día? —La voz de Verónica hizo que su mirada volteara hacia ella. Lo había dicho en italiano (él ya se había acostumbrado a hablar aquel idioma), y le sorprendió que le hablara, también la pregunta.

La arena se encontraba tibia bajo sus manos. La sombra de una sombrilla le protegía de sol, a él y a Verónica. Estaban solos, cuidando de aquel espacio que habían elegido para asentarse en la playa.

—Eh, todavía no lo sé. No lo hemos hablado.

Verónica tenía la misma cara de amargada de siempre, pero por algún motivo, su expresión albergaba un atisbo de suavidad.

—¿A ti te gustaría tener hijos? —volvió a preguntarle.

Harry comenzó a jugar con sus dedos, con su anillo. Llevó su mirada hacia otro lado.

—Tampoco lo he pensado, pero supongo que sí. No tengo idea, la verdad.

—¿Cuántos años tienes?

—Veintiséis —contestó, tensando la mandíbula. No le estaba gustando esto—. No me digas, por favor, que es una edad muy próspera para tener hijos porque no me conoces y no tienes idea de lo que es mi vida. Ahórrate las palabras.

Verónica se rio, y Harry todavía no entendía a qué estaba jugando. Iba a enojarse, incluso a ofenderse, pero había algo diferente en ella: era la primera vez que le escuchaba reírse y no de forma sarcástica. No se estaba burlando.

—Tranquilo, Dios, no soy de ese tipo de personas. Tú tampoco me conoces, así que no asumas que diré algo bueno sobre los hijos. De hecho, me sigues pareciendo joven, así que está bien que pienses así. Hay un montón de cosas para apreciar antes de meterse en esa vida.

cherry wine ❧ larry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora