Parte XVI

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  —Shh, tranquilos, no pasará nada. Vamos a estar bien. —Ambos niños de 3 años se encontraban ocultos bajo el suelo mientras su madre les daba indicaciones desde arriba.

La aldea se había tornado en contra suya tras enterarse de que la demonio que les había hecho tanto daño varios años atrás vivía en esa casa, como la familia la refugiaba también los atacaban a ellos.

  —Ya les dije que es un malentendido... —Noah, el encargado de tratar con esos asuntos, estaba fuera intentando convencer a todas esas personas que todo lo tenían bajo control y que por eso vivía con ellos— Nosotros nos estamos encargando de que no use su magia, estamos intentando volverla más humana.

Hasta que un agudo grito lo hizo voltear a la puerta de la casa. Sabía que Sora habría salido volando de ahí como pudiera, Helena habría acabado con ellos al igual que Júpiter y Shire; así que supo quién era.

  —¡Ruoka, Saburo! —Entró a toda prisa a la casa.

Dentro sólo había un gran orificio en el suelo y una mujer dentro débil al fondo de este, quien maldecía en voz baja e intentaba levantarse.

  —Helena... ¿estás bien? —Bajó para ayudarle a incorporarse— ¿Qué sucedió? ¿Dónde están los niños?

  —Se los llevaron, no sé si estén bien, me golpearon entre tres y se los llevaron.

  —Yo me encargo... después de todo me quieren a mí. —La pelinegra estaba parada en la puerta— No se preocupen, los traeré sanos y salvos, a los dos, sino... pueden matarme. —Y salió volando de la casa.

Estando sobre la multitud de cientos de personas comenzó a mirar a todos lados en busca de dos cabelleras bicolor, pero ninguna cumplía con las características. Sus nervios sobre aquello que dijo de "matarla" se elevaban más y más, pues no quería fallar para hacerles ver que estaba dispuesta a todo con tal de proteger a su familia, especialmente a apenas un par de años de comenzar su matrimonio.

  —¿Buscas esto? —Esa voz.

  —Liam. —Dio media vuelta sobre su lugar— Ya supéralo, idiota.

  —Yo creo que no... me encargaré de que aquello que me prometió tu padre se me entregue.

  —¿Ah, sí? —Se cruzó de brazos para mirarlo desafiante— ¿Qué te prometió ese hijo de perra?

  —Que pena que no lo recuerdes, —estaba sosteniendo a ambos niños de la ropa mientras estos lloraban, pero Júpiter agradecía que no hicieran mucho ruido o sino eso terminaría antes de que empezara— pero me prometió que sería el demonio más fuerte y después de eso te creó a ti... prometió que me permitiría matarte para superarte.

  —Te reto. —Y como anteriormente sucedido, sus ojos se tornaron completamente negros mientras que le crecían unas enormes garras y colmillos— Primero, deja regresar a los pequeños con sus padres.

  —Bien... como lo desee, su "alteza".

Sabía que eso se venía, el verlos caer por esos metros, pero ella ya se estaba lanzando en picada para cuando los soltó. El viento movía su cabello por la velocidad a la que iba, sus brazos se extendían hasta estar cerca de atraparlos, hasta que alguien le tiró del pelo, no pudo hacer nada más, sólo cerrar los ojos.
Al abrirlos unos cuantos segundos después pudo ver que se encontraba en su forma astral y con aura púrpura brotando de todo su cuerpo, que la sujetaba en el aire, eso le hizo recordar a años antes así que volteó hacia abajo para poder ver a los niños sostenidos en el aire de igual manera que lo hizo con Shire.

  —Jamás vuelvas a hacer eso. —Advirtió.

  —¿Por qué? —Una enorme esfera roja se dirigió a todos los aldeanos que estaban presentes, haciéndolos correr— ¡Es divertido!

Su cuerpo comenzó a formarse nuevamente para volver a lanzarse en picada y dejarse caer en el suelo, necesitaba detener esa cosa, necesitaba proteger a todos... necesitaba salvarlos, o no se lo perdonaría.

  —Déjame ayudarte. —Habló el peliguinda llegando a su lado.

  —Yo me encargo, tú cuida de los demás. —Sus brazos se levantaron al cielo empujando con toda la energía que tenía.

  —No.

  —No te pregunté.

  —Yo tampoco. —De un sólo salto logró elevarse lo suficiente sin necesidad de usar sus alas, ya que las usaría para apuntar directamente a Liam.

  —Odio esa terquedad. —Se encargó de seguir intentando alejar del suelo aquel material extraño— Bien... creo que debería hacer algo más que estar aquí parada.

Era riesgoso, pues su cuerpo era humano y podría resultar afectado, pero igualmente se lanzó a la esfera a recibir toda esa energía.
Con un poco de valentía y fe en mantenerse con vida para aquellos a los que más amaba, se mantuvo creando un centro de gravedad en sus manos para absorber todo aquel material peligroso para un humano común y corriente; su piel lentamente se quemaba mientras también parecía transformarse en la de su transformación a dragón, hasta que un inmenso dolor la hizo soltar aquella atracción que mantuvo a voluntad, haciéndolo explotar en radioactividad y fuego que con demasiado trabajo y exigencia a su cuerpo logró mantener cerca. Desesperada, logró contener nuevamente todo alrededor de su ser, pero estaba llegando a su límite, ya no podía más...

  —¿Acaso es todo lo que tienes? ¿Reina Demonio? —Sus párpados comenzaban a sentirse pesados, como si todo fuera a concluir ahí.

El ver un cuerpo caer al suelo cual trapo viejo la hizo estremecer.

  —Dime que... no lo... hiciste. —Jadeó al sentir que el hecho de respirar le quemaba desde dentro.

  —¿Hacer qué? ¡Ah, ¿esto?! —Aterrizó en el suelo para apuñalar con una extraña espada directo en el abdomen al hombre en el suelo, haciéndolo gritar.

  —Déjalo... —aquel ardor en su cuerpo no era nada comparado con el que sentía dentro de su alma— ¡Déjalo en paz!

  —No te tengo miedo... eres débil. —Levantó su espada sobre su cabeza con ambas manos— Espero que te hayas despedido.

Con rapidez dejó caer la fría hoja de metal cubierta de sangre sobre el pecho del ojiámbar, éste se quejó al sentir ser atravesado. Sus ojos estaban entrecerrados, sus brazos flaquearon, el agarre que tenía sobre la pierna de su contrario se soltó. 
La mirada de ella se posaba sobre la espada y su portador una y otra vez, pero aún no lo podía creer, era doloroso, tanto que el esfuerzo que se encontraba haciendo ahora era nulo; ni siquiera lo necesitaba, pues toda aquella fuerza que había aplicado fue dirigida al hombre en un sólo punto: su pecho, todo con tal de hacerle sentir y entender aquello que experimentaba.

  —Te dije que... ¡lo dejaras en paz! —Le gritó a todo pulmón sintiendo como si su cuerpo estuviera siendo destruido.

Sus párpados se cerraron haciéndola caer, pero tuvo suerte, alguien sujetó su cuerpo con cariño y cuidado, y sintiendo la brisa acariciarle el rostro pudo abrir un poco los ojos para ver una cabellera guinda y corta.

  —¿Helena? —Pronunció casi en un susurro.

  —Relájate, estás muy malherida... duerme. —Aquella grave voz seguida de un beso en la frente le comprobó de quién se trataba.

Sin embargo, no pudo hacer nada, su mente se puso en blanco.

My Heart-Shaped Box (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora