Capítulo 26

588 21 10
                                    

ABI

La temperatura había bajado bastante cerca del mediodía, y a pesar de que el sol calentara un poco el coche, necesitaba de la calefacción para no tener mucho frío. La autopista estaba prácticamente vacía y no había dejado de presionar el acelerador en ningún momento. Sin embargo, mientras más cerca estaba de la ciudad de Los Angeles, más coches aparecían a la vista. Nunca había hecho un viaje sola de más de treinta minutos. Cuando nos mudamos al campus, habían traído nuestros coches en un remolque de vehículos.
El gps del teléfono me indicaba que me saliera del autopista en la próxima bajada. Significaba que estaba cerca.
Con la mano derecha busqué, entre todos los papeles y porquerías que tenía dando vuelta, algún caramelo o chicle para los nervios. No encontré ninguno. Bajé la ventanilla, y mientras aminoraba la velocidad, me encendí un cigarrillo.

¿En qué demonios estaba pensando cuando decidí venir aquí? ¿Y si abandonaba el plan y me volvía a casa? No, ya era demasiado tarde.

Un portón de rejas enorme se alzaba delante de mi coche. Dejé lo que quedaba de mi cigarrillo en el cenicero y volteé hacia mi ventanilla para cruzar miradas con el hombre que se acercaba. Vestía un uniforme, pero no era el típico de policía. Más bien de guardia.

__Buenas tardes, ¿Visitante, verdad? __preguntó una vez junto a mi puerta. En sus manos sostenía unos formularios, ó eso me pareció que eran.

__Hola, sí __respondí con nervios. Aún me costaba confiar en gente de autoridad, como un policía o un guardia. Sabía perfectamente, y de primera mano, que no todos eran de confiar.

__Bien, necesitaré su identificación y nombre del recluso a visitar.

Busqué mi identificación en mi bolso y se la entregué.

__Brian Weller __mencioné su nombre y sentí un escalofrío recorrer mi espalda.

Después de darle algunos de mis datos, me indicó donde aparcar y por donde ingresar. No me agradaba ni un poco el ambiente. Guardias por todas partes. Me recordaba a la estación de policía.
Una vez dentro de las instalaciones, me hicieron pasar por un detector y se quedaron con todas mis cosas. No me opuse, claro. Ni si quiera me concentré en lo que estaba sucediendo. Mis preocupaciones estaban más allá de las rejas, específicamente en la persona que estaría detrás de ellas.
Me prendieron una identificación en el suéter y me hicieron cruzar unas rejas negras. Hacia la derecha había una habitación con una hilera de pequeños cubículos, los cuales estaban divididos por un vidrio de más grosor de lo normal.

__Te toca el siete __me indicó el guardia y señaló uno de los últimos cubículos.

Las manos me estaban sudando y las piernas me temblaban a medida que me acercaba al cubículo número siete. Ni si quiera había estado tan nerviosa cuando nos secuestró. Pero todo había cambiado desde ese día, cuando recordé que al ducharme siempre encontraba la puerta abierta. ¿Y si yo también había sido víctima de abuso, sólo que no lo recordaba?

No había nadie del otro lado del vidrio, pero tomé asiento y observé el teléfono que colgaba a la derecha. Supuse que mediante él nos comunicaríamos. Pronto escuché la alarma que sonaba cada vez que se abría una reja, y segundos después, Brian Weller estaba justo frente a mí. Por una milésima de segundo pareció sorprendido de verme, pero como todo psicópata, sonrió con diversión. Se sentó en la silla ,y sobre la superficie de madera, apoyó las manos, haciendo resonar las esposas sobre ella.
Llevaba una barba de varios días, y unos cortes en el rostro. Pero su mirada seguía intacta, atravesando mis ojos con ella.
Tomé coraje y levanté el teléfono para ponerlo junto a mi oreja. Brian hizo lo mismo, esperando que yo hablara.

Bajo El Mismo Apellido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora