Ositos de goma.

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No supo en que momento, hundido en su mar de pensamientos, se había dormido. Aun con sus ojos cerrados, podía escuchar un sonido extraño, como de un videojuego de naves o algo parecido. Molesto por el sonido incesante, se aferró a lo que sea que sus brazos rodeaban. Olía a Castiel, sonrió disfrutando de la sensación.

Una mano se enredó en sus cabellos, provocándole una cálida sensación. Aquella caricia le apartó los mechones rebeldes que caían por su costado, rebelando la anaranjada luz de la mañana sobre su rostro. Se removió, escondiendo su rostro en lo que sea que abrazaba. Una risita suave llamó su atención.

Pero perdió la concentración cuando la mano que le acariciaba rozó su cuello. Era tan malditamente suave que volvió a dormirse otro rato.

Abrió los ojos con recelo, aunque el sol ya no le daba en la cara, había suficiente luz para ser incomoda. El sonido de videojuego seguía allí. Se tapó el rostro con las sabanas, pero fue destapado a los pocos segundos. Bufó enfadado, mirando a quien lo había contrariado.

¡Mierda! Se durmió toda la noche abrazado a la cintura de Castiel, quien llevaba puesto solo una camiseta estampada en ositos de goma, perteneciente a Gabe obviamente. El ángel elevó una ceja a su sorpresa. Apoyado contra el espaldar de la cama, cruzado de piernas a lo largo y jugando con el teléfono de Gabriel, el ángel se sentía como en casa.

- ¿Qué haces? – Dijo de mala cara el castaño, girándose hacia el otro lado recordando que estaba enojado aun. – Te dije que te fueras.

- No querías que me fuera. – Sonrió el ángel, dejando de lado el celular.

Castiel rodeó al más bajo por la cintura, besando su cuello con suavidad.

- Lo siento. Intentaba proteger a Jack y sabes que no pienso cuando se trata de él. – Se disculpó, repartiendo más besos.

Gabriel había olvidado hasta porque estaba enfadado, ni siquiera tenía claro en que planeta estaba. El calor se expandía desde donde el morocho besaba hasta el resto de su cuerpo, estremeciéndolo. Podía sentir la calidez del cuerpo ajeno, y el saber que debajo de esa camiseta bastante larga no había nada más, perdía todos los centros que Sam le obligaba a mantener.

- ¿Estoy perdonado? – Susurró el menor contra su oído.

Gabe se giró, observando los azules por sobre su hombro, la sonrisa celestialmente inocente lo compró por completo. Rodó por completo hacia el ángel, decidido a probar sus labios al menos, pero cometió el error de explorar por su cintura, sintiendo la tela suave de su camiseta amoldarse a la desnudez del otro. Su cerebro no podía dejar de imaginarlo aunque sus ojos luchaban por mantenerse cerrados y no tentarse con la imagen.

No debía hacerlo, no era como lo había planeado. Sin flores, ni pétalos a lo largo de la cama y sobre la alfombra, tampoco globos inflados en helio ni velas aromatizadas; muy alejado a como lo proyectaba.

Se alejó, manteniendo la distancia del otro sujetándolo por los hombros. Su creciente erección le reclamaba por detenerse, pero no iba a ser el Gabriel lujurioso de siempre.

- ¿Gabe? – Labios morados por los besos pronunciaron su nombre tentadoramente.

- ¡Ducha fría! ¡Ahora! – Se ordenó a sí mismo.

Gabriel escapó de la cama como si le quemara, metiéndose al baño. Cas se quedó de rodillas sobre la cama, con la camiseta apenas tapando sus muslos, sus labios rojizos y el cabello revuelto.

- Gabriel... - Llamó desanimado. 

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