- Señora Coleman, le llamamos del Saint Francis Memorial Hospital. - oigo al otro lado del teléfono. - Lamentamos informarle que su esposo ha sufrido un accidente de tráfico y que ya está siendo atendido por nuestros médicos.
Semejante noticia hace que los ojos se me llenen de lágrimas y un fuerte nudo en la garganta me quite el habla. Quiero preguntar por el estado de Caleb, saber si el hombre que amo se recuperará, pero las palabras parecen no querer brotar de mi boca.
- ¿Señora Coleman?
- ¿Anaïs? - me pregunta Leah. - ¿Qué ocurre?
Le cedo mi teléfono móvil a Leah y corro hacia la habitación en busca de Killian. Mi pequeño duerme ajeno al mundo en su improvisada cuna, por lo que lo tomo entre mis brazos y lo aferro a mí con fuerza con el deseo de no soltarlo jamás.
- Mami. - dice abriendo sus ojitos verdes. - ¿Qué pasa?
- No olvides lo mucho que te quiero, Killian. - digo besando sus mejillas regordetas. - Hasta el infinito y más allá.
- ¡Hasta el infinito y más allá! - repite.
Mi hijo corresponde a mi brazo sin entender con exactitud mis palabras, pues no deja de ser un niño de cuatro años que recién está explorando el mundo y los sentimientos de los seres humanos. Aún así, es lo suficientemente tierno e inocente como para pasar sus manos por mi mejillas queriendo deshacerse del dolor que me está golpeando.
- Anaïs, están interviniendo a Caleb. Deberíamos llamar a su familia e informarles. - dice Leah reuniéndose conmigo en la habitación. - Hermanita, olvida lo que pasó. Tu marido te necesita ahora más que nunca.
- Leah, si algo le llega a pasar a Caleb... - digo conteniendo el ataque de llanto que estoy a punto de sufrir. - Yo me moriría de la pena.
Mi hermana se funde conmigo en un fuerte abrazo y me besa la frente haciéndome saber que cuento con todo su apoyo.
- Yo me quedo con Killian. - me informa. - Ya te he pedido un taxi.
Las siguientes horas soy incapaz de recordarlas aún con exactitud, tan sólo visualizo el cuerpo de Caleb postrado en ese cama con la cara llena de golpes y cortes, a causa del impacto de los cristales del coche, así como esa venda cubriéndole parte de la cabeza. Pero si algo me destrozó el corazón fue verle dependiendo de ese respirador artificial que era lo único que lo mantenía atado a esta vida.
A mí.
Y, durante aquellos oscuros días, no pude más que mantenerme a su lado con la esperanza de que esos mismos ojos verdes que una vez me enamoraron, volvieran a alterar las mariposas en mi estómago.
- Gracias por venir, Jude. Sé que estás muy ocupado con tu trabajo, pero agradezco que te hayas tomado tu tiempo en volar hasta San Francisco. - le agradezco mientras caminamos hasta su coche. - Sabes que Caleb te aprecia mucho.
- Yo también a él, Anais. - responde acariciándome los hombros. - Y a ti. Por eso, no tienes más que llamarme y estaré aquí. ¿Qué tal te las apañas con Killian?
- Mi padre y Leah me están ayudando mucho. - le comento. - Ya sabes que con la madre de Caleb no se puede contar demasiado. Ni aún con su hijo postrado en esa cama.
Desde el principio, Caleb me hizo partícipe de esa mala relación que tenía con su madre, así que escasamente he podido tratarla. Ni siquiera Killian contando ya con cuatro años es capaz de recordar las veces que la ha visto. De hecho, el único abuelo existente en su cabecita es mi padre, pues él ha estado presente en su vida desde que puede recordar.
- No, no. No llores, por favor. - dice Jude intentando apaciguar mis lágrimas. - Caleb despertará pronto, ten fe.
- Lleva un mes así, Jude. - le recuerdo sintiéndome tan desamparada. - Y de sólo imaginar que Caleb no pueda ver a Killian crecer, se me rompe el corazón.
- Anaïs... - dice llevándose mis manos a sus labios. - Te repito que cuentas conmigo para todo lo que necesites. Si tú quisieras...
Esa manera tan extraña en la que últimamente Jude Grimes me mira hace que me ponga un tanto nerviosa.
- ¡Anaïs! - oigo gritar a la voz que reconozco como la de Cedryc. - ¡Anais! Caleb ha abierto los ojos. ¡Ha despertado!
- Ve, Anaïs. - me dice Jude besando mi frente. - Corre a ver a tu hombre.
A toda prisa, sigo los pasos de Cedryc quien tomando mi mano me dirige de regreso a la habitación por los transitados pasillos del hospital. Él, como su hermano menor siempre ha estado bajo los cuidados de Caleb ante el pasotismo de su progenitora, pero desde el accidente he de decir que se ha comportado como todo un hombre.
Y ha sido mi gran apoyo durante estos duros momentos.
Cedryc abre la puerta de la habitación dejándome ver a un Caleb recién incorporado sobre la cama y sin ayuda de ese respirador artificial.
- Hermano. - dice Cedryc tomando su mano, bastante emocionado. - ¡Joder, cuánto me alegra volver a ver esas odiosas pestañas de cervatillo que tienes!
- Vete al diablo. - responde Caleb intentando dibujar una sonrisa con la boca. - ¿Qué estoy haciendo aquí?
Tengo el corazón en un puño.
Ahora no quiero más que obligar a mis piernas a que reaccionen e ir corriendo en dirección a la cama para llenarlo de todos los besos que mi boca sea capaz de dar. Quiero hacerle sentir toda esta alegría que inunda mi cuerpo al ver que ha regresado a mí, a nosotros, y que aún tenemos la oportunidad de ser una familia.
- Sufriste un accidente, Caleb. Cuñada. - me llama Cedryc invitándome a unirme a ellos. - Seguro tienes ganas de ver a tu preciosa Anaïs, hermanito. No se ha separado de ti desde que te internaron.
- Caleb. - digo con los ojos repletos de lágrimas, acercándome a él. - Cuánto te he echado de menos, mi vida.
Busco besar sus labios suavemente, y cuando lo consigo, éstos no me corresponden en absoluto. Se sienten fríos y resecos, como si alguien hubiese cortado ese hilo rojo que une las bocas de todos los amantes.
- Caleb... - digo buscando alguna explicación a esa mirada tan distante. - ¿Qué te ocurre?
- ¿Quién eres tú?

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No me olvides🌾
عاطفيةAnaïs Coleman tenía la vida que siempre había deseado, con un marido al que amaba y al cuál consideraba el amor de su vida. Caleb era un sueño hecho realidad. Así que, cuando el pequeño fruto de su amor empezó a crecer en el interior de su vientre...