Capítulo 11

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Raúl tomó a Wenni para llevarlo al veterinario luego de dudar en como agarrar el pobre animalito, me despedí de él y amenacé la vida de Raúl si algo malo le pasaba al mapache. Él solo me miró expectante mientras le describía mis formas de tortura y acto seguido se fue.

"Quieres algo? Ya te has desayunado? Deseas café?" Soltó Dante al minuto que Raúl salió por la puerta. Su atención me hizo sentir cálida y un poco más cómoda.

"Café está bien." Dije dirigiéndome alrededor del mostrador en dirección a la máquina de café. "Te importa?" Pregunté mientras señalaba con mi pulgar al aparato.

"No, siéntete como en casa." Dijo subiendo los hombros. "Ahí está el café." Señaló a mi izquierda, "y en la puerta encima de tu cabeza están las tazas."

Me puse en función y preparé café para los dos rápidamente.

"Aquí está." Le puse la taza en su campo de visión y el subió la cabeza de su celular para tomar el brebaje. Vi como frunció el ceño y casi escupió el café devuelta a la taza.

"Está mal?" Dije con un tono de voz casi imperceptible. Quise morir por eso.

"No tiene azúcar?"

Lo miré en shock, por supuesto que no tiene azúcar!

"Lo tomas con azúcar?" Me paré de inmediato en busca de ella.

"Pues, todo el mundo lo hace, no?" Dijo confundido.

Yo lo tomaba así, con un poco de crema en ocaciones, pero nada de azúcar. Me extrañaba que él, tan rudo y serio le echara la cantidad de azúcar que lo vi poner en esa sola taza de café.

"Qué? Me gustan las cosas dulces." Usó un tono defensor al ver mi cara de asombro mientras lo observaba usando indebidamente el endulzante.

Él podría ser rudo y suave en la misma medida y eso me hacía caer derretida aún más. Cosa que debía evitar a toda costa. Yo debería ser más cuidadosa, pero con él yo perdía muchas cosas, como el sentido de la orientación, de lo que está bien o mal y por supuesto el sentido común. No he querido sumergirme en el tipo de mujeres que son más su estilo para no caer enteramente en depresión, aunque por todo lo que se, le gusta las mayores, pensar en la mujer que me entregó el carro, hacía que me dieran electrochoques en el cerebro. Tenía que tener en claro dos cosas, uno, yo no era su tipo y dos yo era su socia y nada más.

Tomamos café en silencio y luego Dante decidió que moviéramos nuestra reunión hacia su estudio. Subimos las escaleras que estaban al lado de la cocina, eran en cristal color anaranjado y el acero que la sostenía se veía tan delicado que me dio miedo pensar en subirla y bajarla todos los días. Desde el segundo piso la vista a la ciudad era aún más asombrosa, el penthouse estaba rodeado de cristal y ventanas. Caminamos por un pasillo que parecía infinito, pasamos varias puertas, Dante no profundizó en que se hallaba detrás de ellas. Doblamos a la derecha al final del pasillo y una puerta doble -también en cristal, pero este era más fuerte y ahumado- nos dio la bienvenida. Dante empujó una por la barra de metal que poseía y me dejó pasar primero. La oficina no era de tamaño monumental como la de Mike pero no tenía nada que envidiarle, además se sentía un poco más cálida que el resto de la casa, inmediatamente entendí por qué, estaba casi segura que él pasaba todo el día aquí metido.

La decoración era bien funcional, en blanco y acero inoxidable, si estaba en lo correcto. Al fondo y al lado izquierdo se podría apreciar la vista a la ciudad. Frente a mí mirando hacia la entrada estaba el modesto y elegante escritorio con su silla, que incluso desde lejos se notaba de lo más cómoda. Delante del dicho escritorio, puestas como obras de arte dos sillas en lo que supongo era acero inoxidable también. A la derecha había un estante en el mismo tono blanco de las paredes lleno de cosas, menos libros. Eso le quitaba un poco de méritos al señor perfección aquí presente. Antes de poder seguir la inspección, Dante me dirigió más adentro con su mano en mi espalda baja. Caminé rápido para deshacerme de su toque.

El DiamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora