Calor hogareño.

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Sakura estaba todo el tiempo en la llamada "casa de las niñas". Dentro de la aldea, ese era su propio palacio con diferentes reglas a las de las grandes naciones; no habían reglas.

Ellas vivían como una persona debía hacerlo: Libres, felices, sin miedo de ser manejadas en contra de su voluntad. Jugaban con balones o con muñecas de trapo, corrían por el prado cuidando las flores, investigaban animales y hacían competencias de quien corría más rápido o quien memorizaba mayor cantidad de palabras. Los niños siempre se unían a los juegos. No eran groseros, no había maldad en ellos. No había competencia, no había diferencias. Todos se respetaban como iguales. Y eso, tristemente estaba en contra de la ley.

Motoyoshi y su pequeña población, sin que nadie lo supiera, vivía un mundo perfecto, alejado de la maldad... aunque siempre había gente con ganas de dar problemas e interrumpir la atmósfera pacífica.

En el primer mes que llevaban de estadía, recibieron un solo ataque. Eran dos shinobis renegados en busca de refugio, pero no venían en buenos términos. La buena noticia, es que Sasuke y Fumiko estaban haciendo un buen trabajo con los entrenamientos de los hombres, que de cerca, eran observados también por las niñas.

Los bandidos fueron un problema mínimo.

La armonía prevalecía. Con omisión de los entrenamientos, había también una lista de actividades que producían. Sakura aprendió de botánica, Sasuke aprendió cosas que odiaba hacer, como picar leña.



En ciertos días, la aldea descansaba. De esto no excluían a la pareja de "casados". ¿Si llevaban una vida de casados después de todo lo que había pasado entre ellos ahora que tenían su ansiada privacidad? No realmente. Sakura estaba tan enamorada de la aldea, que se lo pasaba gran parte del día recorriéndola y cuidando de las niñas. Todos los que deseaban aprender el arte del ninjutsu médico, se juntaban desde temprano y estudiaban arduamente los libros. Sakura intentaba no ser tan blanda con ellos, la base de un aprendizaje persistente era un mentor que constantemente presionara para que salieran a reducir las capacidades, aunque nunca excediéndose. Ella buscaba el justo medio.

Era la calidez de la villa lo que había atrapado su corazón, pero este estaba dividido. Konoha tenía un lugar especial, quizá, uno que abarcaba más espacio.

El hecho de que la cerezo estuviera fuera de casa todo el día, conllevaba a consecuencias para Sasuke. La ironía de la vida era algo inexplicable. ¿Así debía sentirse ella cuando él no disponía de tiempo para verla?

Como estaban ocupados gran parte del día, era raro cuando podían estar juntos además de la noche. Cuando llegaba la hora de dormir, generalmente ambos estaban demasiado cansados como para llegar a algo más allá de besos.

Tenían absoluta privacidad y no la estaban disfrutando.



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Los rayos de sol pintaban la villa junto al danzar de las mariposas. Era un día de descanso. Sakura abrió la puerta de su hogar provisorio, volvía de traer algunas frutas en una canasta de mimbre. Traía un vestido rosa y un sombrero, y en sus manos, unos papeles de diferentes colores. Sasuke, sentado en el suelo de la sala, perdió la mirada en esa figura agraciada.

—¡Sasuke! Mira, las niñas me han dado esto... son papeles lindos para escribir cartas. ¿No quieres escribir algo también?

—Hmm... lo dejo en tus manos.

La cerezo rió. Él no era expresivo ni siquiera por escrito. Sasuke revisaba un pergamino y ella tomó asiento sobre las piernas masculinas. Había adoptado esa manía cada vez que escribía, y al ninja parecía no molestarle. No era con un fin morboso, entretanto ella escribía, él disfrutaba de olfatearle el cabello que siempre desprendía un aroma frutal, igual que su piel, que gozaba consentir con pequeños besos en el área de la espalda o los hombros. Sakura de vez en cuando giraba y le besaba los labios, y cuando recobraba la concentración, continuaba escribiendo con la pluma.

✧ Cadenas de cristal. 「𝑆𝑎𝑠𝑢𝑠𝑎𝑘𝑢」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora