Esa fría tarde, unas manos femeninas buscaban estirar el papel arrugado. Observaba los trazos coloridos como quien apreciaba una valija de oro y diamantes; aunque eso era para ella, inclusive, su valor era mayor.
Sakura dio un sobresalto cuando la puerta se abrió, y por reflejo (ese que hace años había adquirido), guardó el papel tras la espalda. Sasuke, el recién llegado, repitió esa frase que siempre le recordaba cuando ella hacía lo mismo.
—No escondas cosas de mí.
Ella asintió, y le enseñó la hoja. Arrodillada en el suelo de la habitación, revisaba una pequeña caja de madera en donde guardaba sus tesoros. El Uchiha inspeccionó el contenido. Un dibujo infantil: Dos niñas, una laguna y muchas flores. Intuía que la chica de cabello rosa era Sakura, pero no sabía quien era la otra en escena. Era mucho más pequeña que la de ojos verdes, y tenía dos bollos en su cabeza como peinado. El ninja no hizo ninguna pregunta al respecto pese a la duda que lo carcomía, y es que, había aprendido que a ella no le gustaba hablar de su niñez. Sin embargo, la joven descifró la duda en esa mirada oscura, y sonrió, sabiendo que buscaba no arremeter contra recuerdos que para ella resultaban dolorosos.
—Es Tenten. Vivíamos juntas en la misma calle. —Le contó tras una pausa. —Era mucho menor que yo, pero me gustaba cuidarla. Le gustaba jugar con los kunais de los mercenarios, era muy buena, a pesar de su edad.
—¿Dónde está ahora?—Es lo que todas las noches me pregunto. —Suspiró. —Era una niña insurrecta.
—Aprendió algo de ti.
Ambos compartieron una risa. Sakura volvió a enfocar su concentración en la caja y sus pequeños artículos. A pesar de realizar una actividad tan común, esos labios rosados parecieron tentar a su compañía, quien flexionó las rodillas y perdió el porte para estar frente a ella. Acarició esa boca con los dedos, quiso besarla, por ello se fue acercando, Sakura cerró los ojos... y un sonido estruendoso la sobresaltó.
Seguramente, los juguetes de Ai cayendo al piso.
El ruido se escuchaba en la primera planta: Voces, risas, los chillidos de una energética bebé, y las pisadas de un can hiperactivo que se aproximaba en los pasillos.
La intimidad para ellos en esa casa, se había perdido... o tal vez, nunca existió.
La cerezo frunció el ceño, era la misma escena desde hace días. O eso pensaba ella; la realidad, es que las cosas siempre habían sido así, pero era un detalle que ella ignoraba. Antes, el cuerpo no reclamaba con urgencia sentir esas manos deslizarse sobre ella... o no con la misma intensidad presente, al menos.
En su desesperación por regresar a su nido de amor, en una ocasión dejó fluir la pregunta: "¿No hay algo más que podamos hacer en Motoyoshi?". Sasuke tuvo que aguantar su risa.
La intimidad que habían encontrado en esa cabaña, se convirtió en un tierno recuerdo, mas en su frustrada actualidad, la dificultad para mantener sus uniones, era lamentable. Alguien llegaba, Ai lloraba, Sasuke era requerido para una emergencia, o Sakura debía presentarse enseguida en el hospital, pero, esa noche, luego de una semana de inactividad, finalmente encontraron un desahogo en el cuerpo del otro cuando ambos se unieron en el cuarto de baño.Sakura, sostenida del ofuro, esperaba liberar por segunda vez toda la tensión contenida, y con la mente en blanco, sus ojos se perdieron, sus piernas dejaron de responder. Se tambaleó, y cuando estaba a punto de caer, los brazos de Sasuke la envolvieron. Había eyaculado en el interior de la suberu, pero notó que el final para ella no se había presentado en ningún momento, y en un gesto mudo, se lamentó por el hecho de ser tan débil ante ella. No había podido resistir un poco más.
Ese hecho, resultó ser una ventaja para él. Hizo que esos muslos se separaran, tuvo tiempo para besarla en el cuello, exprimir esos pechos tan suaves, y usar los dedos para ayudarla a alcanzar el clímax por segunda vez.
A ella le gustaba que él no fuera egoísta.
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✧ Cadenas de cristal. 「𝑆𝑎𝑠𝑢𝑠𝑎𝑘𝑢」
Hayran KurguEn el mundo Shinobi, las mujeres no son más que objetos caros para hacer felices a los hombres. Las muñecas esperan en vitrina hasta que un comprador se las lleva de la juguetería. Todo hombre, por derecho, puede tener a su esclava para hacer con el...