Palacio de muñecas.

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Los llamaban "palacios de muñecas", porque las hacían vivir como unas.

En cada país de las cinco grandes naciones, existía un palacio blanco. Los pasillos siempre debían estar despejados para que los hombres se pasearan tranquilamente, observando los amplios ventanales que revelaban el interior de las habitaciones de las niñas sin que ellas pudieran apreciar el exterior.

                                               Una casita de muñecas en exposición.

A pesar de que el género femenino fuera inferior, quienes residían en los palacios no recibían malos tratos. Las instruían en diferentes artes, como la literatura y la danza, siendo importante las artes culinarias. Les enseñaban y practicaban diferentes métodos para mantener su belleza intacta, al igual que su figura, junto a buenos modales y miradas coquetas. Y, diversas clases de lo más demandado; el arte del sexo. Aunque todo quedaba en las clases teóricas, no había práctica.

Eran muñequitas puestas en vitrinas, siempre luciendo perfectas para sus compradores. No podían vender malos productos, los defectuosos eran rápidamente descartados.

                      Las reglas del mundo eran bastante claras:

Las surebus eran mujeres menores de veinte años, generalmente hijas ilegítimas, huérfanas, o nacidas en el seno de familias de escasos recursos. Eran acogidas desde los siete años en adelante, sin embargo, si al llegar a su vigésimo cumpleaños seguían dentro del palacio, se les concedía la libertad absoluta.

Si hacían mal su trabajo, el amo de la suberu, al ser dueño de su vida, tiene todo el derecho de hacer con ella lo que quiera, incluso, matarla.

La hija nacida de una esclava pasa a formar parte del patrimonio del dueño de la madre. Si él quiere, puede dejarla en el palacio de muñecas, sino, y, casándose con la suberu, puede criar a la bebé para hacerla una digna heredera de su clan (Solo si este es prestigioso), para que a futuro, se convierta en una admirable kunoichi. Lamentablemente, estas dominaban un 10% en el mundo ninja.

Un Shinobi común solamente puede comprar una, cuyo único requisito para conseguirla, es haberse graduado de la academia. Los de clanes destacados, cuantas les vengan en gana.

Los destinos de las niñas, eran inciertos. Algunos, las compraban para desposarlas. Otros, simplemente para satisfacer el apetito sexual y/o trabajos domésticos. Otros, quienes solo las tenían para tener herederos. En los barrios bajos, generalmente eran utilizadas para lucrar con ellas y sus cuerpos, y, en los peores casos, para satisfacer los más viles deseos de los hombres.

             Porque en el mundo shinobi, no había nada más valioso que un hombre.


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La princesa de Suna sonrió cuando los rayos de sol envolvieron su silueta. Temari inhaló, permitiendo que el aroma de la arena que tantos meses llevaba sin percibir se colara por sus fosas nasales. Había extrañado su hogar.

—Ya nos vamos, madre. —Dijo Shikadai, un joven de quince años, el vivo retrato de su padre: Shikamaru Naara.

La visita había sido sencilla. Hace años, una niña de rubia cabellera había conquistado al hijo de la princesa a la corta edad de diez años, pero con una décima de primaveras encima, esa chica no estaba capacitada para atender las necesidades de un hombre, así que el clan Naara optó por la mejor decisión: Una difícil espera en la que la muchacha, Yodo, se prepararía para hacerlo feliz al cumplir una edad prudente.

✧ Cadenas de cristal. 「𝑆𝑎𝑠𝑢𝑠𝑎𝑘𝑢」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora