Pingüinos.

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- Hola. 

- Hola Joaco.

- Ten. Arreglé tu mochila - el más pequeño le entrega la mochila a su rizado amigo, que lo observa con una ceja levantada. Ya otra semana ha pasado desde que volvieron a dirigirse la palabra y poco a poco han formado un rutina entre ambos. 

Usualmente Emilio lo espera fuera del edificio en las mañanas y se van juntos a la escuela, ya ahí, pasan casi todo el tiempo juntos. Emilio ha notado que Joaco es bastante curioso, por no decir preguntón, siempre quiere saber todo sobre él y sobre el mundo, como un niño en un museo. A Emilio no le molesta, para variar le gusta sentirse útil, necesitado, él a veces habla mucho pero cuando lo hace con Joaco es cuando siente que sus palabras realmente tienen sentido. Y no es que él no se interese por su nuevo amigo, lo hace, pero también ha aprendido que a Joaco no siempre le gusta hablar de él mismo, pregúntale todo lo que quieras sobre los pingüinos en la Antártida y te dará un discurso digno de una Ted talk pero si acaso llegas a tocarle un tema más personal, muy probablemente una barrera invisible surgirá y Emilio pasará el resto del día intentando derribarla sin entender qué cojones ha hecho mal esta vez. Hace solo unos días había sido cumpleaños de su madre y Emilio había llegado contentísimo porque le había comprado unos aretes  en una rebaja, Azul enseguida había querido verlos y hasta se los probó, en cambio Joaco solo lo miraba y cuando Emilio le preguntó cómo solía pasar él pasar él esos días con su madre antes, fue como si hubiera dicho una blasfemia en plena misa, Joaco se había ido a hacer bolita en la esquina y no le había dirigido la palabra en todo el día. Y vamos, Emilio sabía que la madre de Joaco no pintaba nada ensu vida actual, no era extraño, el padre de Emilio tampoco pintaba, pero la forma en que Joaco y su familia manejaban todo el asunto de esa mujer, la hacía ver casi como un ser mítico. A veces se hartaba pero le bastaba ver esos ojos de cachorrito un vez y enseguida cedía y se resignaba a intentar comprender que Joaco no sería Joaco sin cada cosa inexplicable que lo rodeaba.

Por su parte Joaco está muy consciente que cada vez enfermaba más, según él, causa de Emilio, cada vez su parte racional se iba a apagando un poco más, con Emilio todo eran sonrisas bobas y miradas poco discretas que duraban le parecía una eternidad, era aprender que amaba unas bolas llamadas picafresas y que cuando se las llevaba a la boca Joaco se quedaba mirando esos labios por unos segundos y luego imitaría el gesto cuano éstos se curvaran en una sonrisa, era darse cuenta que Emilio en definitiva no sabía nada de georafía y querer callar al maestro y explicarle él, porque le gusta cómo cómo se mordía el labio cuando escuchaba sus explicaciones e intentaba comprenderlas. Así que ¿molestarle ese ese virus ? no. Solo le intrigaba, cada vez más. Tampoco es que pueda contárselo a alguien, y tampoco es que alguien pueda entenderlo aún si se lo cuenta.

- ¿Cómo hiciste?

- Eh, lo cosí - dice el menor con una sonrisa radiante, esperando una respuesta positiva de Emilio para poder sentirse satisfecho con su trabajo.

- ¿Desde cuándo sabes coser?

- Desde anoche. Busqué en mi base de datos y ahí estaba.

- Tonto. Muchas gracias - Emilio lo abraza como agradecimiento, ya acostumbrado al lenguaje que suele usar su amigo.

- De nada - Joaco corresponde el abrazo y se queda ahí un rato.

- Oye - el contrario se separa y lo mira - ¿sí sabes que no tienes que llenarme de regalos? es decir, agradezco las cinco bolsas de picafresas que me has dado pero... no es neceraio.

- Pero a mí me gusta ver tu cara cuando te doy algo.  Me gusta ver tu cara siempre.

- Joaco - Emilio le tapa la boca - no digas eso - ya va sintiendo como se le suben los colores - no en voz alta.

J04K0 (Emiliaco) TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora