Peeta

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Gracias por acceder a reunirte conmigo. Sinceramente, no creí que lo hicieras. 

Ella solía ser mi todo; habría hecho cualquier cosa por ella e intentado todo lo posible para entregarle el mundo. Ahora estaba sorprendida de que haya accedido a tomar un café con ella antes de que tuviera que estar en el taller. Era una locura lo rápido que las cosas podrían cambiar, incluyendo a Glimer. Siempre había sido la chica más bonita que había visto en mi vida (hasta que Kantiss Everdeen apareciera en mi taller con sus ojos plateados y el corazón roto).

Glimer tenía el tipo de apariencia fácil y sin esfuerzo que atraía instantáneamente a un niño que siempre se sintió como si estuviera fuera de lugar. Su cabello largo y rubio era brillante y grueso. Sus ojos azul celeste estaban muy abiertos y de mirada cándida. Su piel era como los melocotones perfectos y cremosos con un toque de pecas que era lo único en lo que coincidía con su pelirroja hermana mayor. Dixie era baja y concurvas, Glimer era alta y delgada, con piernas que se prolongaban durante días y días. Ella giraba la cabeza y debilitaba las rodillas de los hombres... no es que fuera la atención masculina la que estaba interesada en atraer. Pero había cambios sutiles que solo alguien que había pasado años amándola y memorizando cada línea de su cuerpo y captando todos los matices de sus expresiones comprendería. Por ejemplo, ese cremoso,cuidadosamente maquillado rostro tenía un toque de verde ceniciento. La forma en la que estaba recogiendo el panecillo frente a ella, y bebía el té de hierbas que había pedido para ella, me hizo pensar que había entrado en la fase de su embarazo, donde las náuseas eran sus constantes compañeras. Su melena de rubios rizos cuidadosamente mantenida —Glimer también se veía un poco más áspera de lo habitual.Glimer no era del tipo de mantener el cabello recogido en una cola de caballo y salir, pero hoy sus sedosas ondas estaban apiladas en un moño que parecía que no se había cepillado o alisado. También llevaba zapatillas deportivas. En los casi nueve años que nos habíamos conocido, nunca había visto a la mujer en nadamás que zapatos de diseñador que costaban casi tanto como algunos de los autos usados que tenía en la tienda. No eran diferencias enormes, pero eran lo suficiente para que la mujer con la que había pensado que iba a pasar el resto de mi vida me pareciera una extraña. Parecía insegura y nerviosa, lo que también era un gran cambio en la dinámica entre nosotros. Por la mayor parte de nuestra relación Glimer me había tenido ceñido más apretado que una cadena alrededor de su dedo meñique. Tenía tanto miedo de perderla, de perder a su familia y a la única sensación de seguridad y normalidad que había conocido en mi vida, que la había dejado llevarme al rededor sujeto por mi polla y dictaminar la totalidad de la forma de estar juntos. Nunca discutía con ella, nunca la dejaba de lado, y eso hacía que siempre tuviera la sartén por el mango. No fue una decisión inteligente por mi parte. Ya se había echado a perder como la bebé en el hogar
Glimer y tenía algunas serias tendencias de princesa que secretamente siempre había esperado que maduraría. Al final resultó que, tenerme a su entera disposición únicamente intensificaba su sentido de derecho. Literalmente había creado un monstruo, uno que no tenía ningún problema con destrozar mi mundo y divertirse con mi corazón.

Suspiré y pasé una mano por mi cansado rostro. Había dormido sin descanso la noche anterior, atrapado entre la satisfacción y la culpa por la manera ingeniosa en la que había manipulado a Kantiss para que aceptara pasar tiempo conmigo. Quería sentirme mal por manipularla en una situación a la que, obviamente, había querido decir que no, pero no podía. Quería estar cerca de ella y quería que se acostumbrara a estar a mí alrededor. Sabía que era egoísta y que estaba caminando por un terreno muy peligroso, pero no podía permanecer alejado. Ella se estaba ocultando y yo estaba buscando mi oportunidad.

—Glimer, te dije que estaría aquí para ti y para el bebé. —Tomé mi café y sorbí un buen trago—. Yo no dije que iba a estar feliz por eso. Hizo un leve sonido con la garganta y apretó sus dedos en la taza hasta que estuvieron casi blancos.

Rescatame  (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora