1._Locos

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La motivación detrás de tan drástica decisión, Gowasu se la reservó. Irónicamente uso el mismo metodo de su aprendiz para reunir las super esferas del dragón sin que alguien se enterara. Su deseo fue cumplido a cabalidad. Zamasu estaba de vuelta tal cual estaba antes de ser borrado por Bills. De hecho era ese el ultimo recuerdo que el shin-jin tenia en su memoria y por eso miraba confundido en torno a él y a su maestro que lo veía con una mirada fría y un rostro duro como el de un juez que se abstiene de hacer un veredicto.

Gowasu después de observarle detenidamente procedió a darle una explicación de los acontecimientos en las otras líneas temporal. Le contó de su fracaso, pero también de como fue que el mismo Rey De Todo hizo allí su aparición viendo él quién puso fin a su lunático plano. Saber que semejante criatura tuvo que involucrarse en aquella contienda le dio al aprendiz de dios los bríos necesarios, para intentar terminar nuevamente con la vida de su maestro. Su ataque que fue frustrado de manera humillante. Su brazo fue atrapado por la mano del viejo shin-jin que lo vio con desaprobación dándole un golpe con la palma de la mano en el centro del pecho para echarlo atrás. Desconcertado porque su espada de ki no apareció, Zamasu se quedo inmóvil viendo su brazo sin entender que había pasado. Ese pequeño evento también lo hizo mirar a su alrededor preguntándose dónde estaba exactamente. No conocía ese sitio. No era un lugar divino.

Tan pronto fuera restaurado su maestro lo teletransportó delante de un enorme edificio de fachada anticuada, aunque bastante imponente. Sin darle tiempo de hacer una pregunta o volver a intentar otra acción insensata, Gowasu lo hizo caminar al interior arrastras sujetándolo por la ropa. Zamasu quiso liberarse del agarre pero descubrió que no tenía la fuerza suficiente para soltarse de esa mano. Tal parecía que había sido regresado a la vida, pero desprovisto de su poder.

–¿A dónde me has traído? ¿Qué pretendes hacer conmigo, anciano?– le preguntó tirando, inútilmente, del brazo de su maestro.

Gowasu le pidió que guardara silencio y continuó su avance por un pasillo estrecho hasta un mostrador donde había una mujer que les dio la bienvenida a dicho lugar que llamo: "Casa de reposo" .

–Quiero internar a mi hijo– dijo el viejo shin-jin ante los atónitos ojos de su aprendiz.

–¿Qué problema tiene? ¿trae algún...

–¡¿Qué estas haciendo?!– exclamó alarmado Zamasu– ¡Suéltame! ¡Te digo que me sueltes, anciano estúpido!– le exigió intentando desesperadamente liberarse de él.

–Es por tu bien Zamasu. Tú no estas bien y yo no puedo hacer más. Sé que en el fondo eres puro y noble, pero has enfermado. Aquí te cuidaran– le dijo Gowasu con voz gentil.

Zamasu intentó darle un puñetazo, ensayo que terminó frustrado por dos sujetos grandes y corpulentos que lo tomaron por los brazos y lo llevaron a rastras, por un corredor, mientras él se debatía e insultaba. Todo intento por escapar fue inútil terminó en unos duchas donde lo despojaron de gran parte de sus ropas, sin cuidado, para darle una ducha de agua fría que lo dejó temblando contra la pared. Nunca había estado en contacto con un agua mas gélida que esa. Le cortó la respiración tomándole varios minutos recuperar el ritmo normal de esta. Cuando se estaba recuperando lo sacaron de ahí por el cabello para ponerle una prenda con las mangas a la inversa y terminó siendo encerrado en una habitación acolchonada con una diminuta ventana muy por encima de su estatura. Todo eso ocurrió en menos de media hora. Un tiempo insuficiente para terminar de asimilar su retorno y brusco llegar a ese sitio que parecía ser una extensión del infierno. Si bien no acababa de entender qué ocurría de algo estaba seguro y es que ese trató era indigno de alguien como él y sobre todo inmerecido. Al reponerse un poco, Zamasu grito por horas exigiendo a esos humanos que lo soltaran, vociferando que era un dios por lo que tratarlo de esa manera era un sacrilegio, pero algo para nada inesperable de unos seres tan viles como eran los  humanos. Los maldijo, los denostó, se burló y amenazó a viva voz; nadie se digno siquiera a aparecer. Deseándo al que fue su maestro todas las desgracias de los doce universos juntos,  Zamasu terminó exhausto como nunca había estado y se durmió sentado con la espalda contra la puerta.

A la mañana siguiente despertó por causa de los mismos sujetos del día anterior que a la fuerza le inyectaron algo en el hombro. Después de eso el mundo se volvió difuso. No era muy consciente de que ocurría a su al rededor. Veia humanos por doquier, unos vestidos de blanco otros con ropas comunes, oia sus voces, observaba sus rostros tratando de hurgar como si fueran perros ante un trozo de carne. Le ra difícil hablar, mas conseguía hacer algunas declaraciones soberbias y fuertes exigiéndole a toda esa gente que no lo tocara. Pataleando a ratos con sus miembros adormecidos y los sentidos amortiguados, Zamasu intentaba examinar el lugar con la mirada en busca de alguna salida sin ser capaz de ver algo que no fuera pasillos y salones.  Esa prenda que le habían puesto restringía sus movimientos. Tropezó en una oportunidad y se fue de cara al piso reventando su nariz. Los hilos de sangre bajaron por sus labios y su mentón por varios minutos. Nadie lo ayudo. Mucho menos esos hombres que lo volvieron a encerrar en una nueva habitación. En el tiempo posterior a su llegada a ese cuarto Zamasu fue medio consciente de que lo sacaban y lo volvían a encerrar varias veces al día. Cada mañana y cada noche le inyectaban el brazo. Cada medio dia empujaban una papilla insípida por su garganta y terminaba orinando sus ropas, pues nadie lo llevaba a un baño. Pese a tener la conciencia aturdida esa rutina se le hacía insoportable y solo maldecía a los hombres a su maestro; a todo lo que existía.

Cuantos días o semanas pasaron antes de que le dejaran de inyectar esa somnífero y le quitaran esa odiosa prenda, Zamasu nunca estaría seguro. Un día solo lo llevaron a una habitación con una cama donde apenas caía una persona dejándole ahi tirado. Había ademas una mesa y una silla, también un pequeño ropero. La habían puesto un pantalón holgado y una camisa amplia de color blanco amarilloso que se sentía ásperos. Cuando alcanzó mayor grado de conciencia descubrió que había una ventana que obtuvo todo su interés.  Tras ella había un jardin de verde fulgor. La ventana tenía espacio suficiente para salir por ella y así lo hizo, aunque no estaba del todo despierto por así decirlo.

Ahí, a fuera, estaba lleno de humanos que vestían ropas como la suyas y que parecían animas en pena. Seguía aturdido, pero buscó alejarse de la escoria por lo que caminó hasta una banca bajo un árbol donde se recostó un momento a descansar. Tras varios minutos se giró de cara a las ramas descubriendo entre ellas a una muchacha de corto cabello castaño y ojos verdes que lo miraba como una gata que reposa en una ventana.

Se miraron un tiempo. Ella tenia un aspecto más lucido que los otros humanos ahí. No sabiendo si por ello o simplemente porque creía que hacía años no pronunciaba una palabra, Zamasu decidió hablarle.

–Oye, humana, dime ¿Qué lugar es este?– le preguntó de forma petulante.

–Una casa de reposo– respondió la mujer inclinado la cabeza a un lado.

–¿Por qué estamos aqui?– hubiera formulado una mejor pregunta de no haber estado aletargado.

-Porque estamos locos– contestó la mujer sonriendo gentil.

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