20._En blanco

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Gowasu apartó su mano de Zamasu para caminar entorno a él y pararse a su espalda. De rodillas en el suelo el aprendiz lo siguió con la mirada.

– Te ví desaparecer ante mis ojos en dos oportunidades y en ninguna pude hacer algo por tí– le habló Gowasu– Estabas sordo y ciego en tu afán de impartir tu errada visión de la justicia, por lo que si te traía de regreso debía encontrar antes la forma de que me vieras y escucharas...

Zamasu lo escuchaba viéndolo por encima de su hombro, pero no se convencía de que ese ser en verdad estuviera ahí. Tan insólito le resultaba Gowasu como inverosímiles sus palabras.

–Dices...– balbuceo temblando y volviendo la vista al frente– Dices que soy un dios realmente– logro decir con una voz cortada, temblando de la impresión que pronto cambio por una profunda indignación al ser azotado por sus memorias que fueron un ciclón entre sus experiencias de dios y de hombre– ¿Por qué?– murmuró con amargura y dolor en medio del caos que se desató en su interior– ¿Por qué apareces a revelarme esto ahora? ¿Por qué me abandonaste en este lugar donde...donde...? Ya no sé...ya no sé nada ¡Nada! ¡¡Nada!!– le gritó girandose a él como un perro rabioso.

Gowasu observó a Zamasu de rodillas en el piso, atrapado en esa camisa de fuerza y viéndole como una fiera. De la rabia que invadía a su aprendiz al hablar le escurrió saliva por la barbilla.

–¿Por qué?– exclamó después de un rato soltando un llanto amargo que hubiera conmovido a cualquiera, pero su maestro no se mostró afectado por lo que estaba viendo– ¿Por qué me hiciste pasar por todo esto? Yo no hice ninguna de esas cosas. No fui yo quien destruyó a la humanidad...

–No, pero de dejarte vivo lo hubieras terminado haciendo– le dijo Gowasu– Durante un tiempo, tras tu destrucción, me pregunte en que había fallado como tu maestro y me di cuenta de que una de mis más grandes equivocaciones fue no haberme dado cuenta de lo difícil que era para ti permanecer sin hacer nada.

Esas palabras cortaron un poco el estado de Zamasu. Gowasu caminó entorno a él otra vez, pero en esa oportunidad el viejo Supremo Kaiosama avanzó hacia la diminuta ventana de aquella acolchonada habitación.

–Tú eres un shin-jin diferente. Más fuerte, más conciente, más apasionado– le dijo Gowasu como reflexionando y sorprendiendo a su aprendiz– Pronto estarás listo.

–¿Listo? ¿Para qué? ¿En serio crees que después de todo lo que he vivido podría volver a tu lado?– le cuestinó Zamasu.

–¿Quieres tú volver a lo alto de la existencia, Zamasu?– le preguntó Gowasu girandose hacia él con gravedad– ¿Crees que mereces estar allá, ocupar mi lugar algún día, después de permitir que tú corazón se corrompiera por el odio y el deseo de poder?– continúo Gowasu y volvió hacia él.

Zamasu guardo silencio acabando por bajar la mirada después de unos incómodos y largos segundos. Todo era todavía demasiado caótico para él.

–No lo sé– dijo en voz baja– No estoy seguro. No me siento un dios, no me siento hombre. No sé si esto es real u otra jugarreta de mi mente– confesó y de cansancio acabó apoyando la frente en el piso permaneciendo allí hasta que su maestro le puso la mano en la espalda.

–Has sufrido mucho, mi querido aprendiz– le dijo Gowasu– Pero también has aprendido. Me atrevo a decir que has aprendido más en estos meses que en los cuatrocientos años que llevabas bajo mi tutela...

–Solo quiero...solo quiero– balbuceo y recordó– ¡Serena!– exclamó– Serena está en peligro, por favor...ayudarla a ella– suplico Zamasu levantando el rostro hacia Gowasu.

La mirada de su aprendiz calo hondo en Gowasu que no pudo evitar sonreír al ver a su aprendiz preocupado por la suerte de esa muchacha, sin embargo, rápido se deshizo de ese gesto para decirle:

– Zamasu, yo no puedo intervenir en ese tipo de cosas ¿Te imaginas si un Supremo Kaiosama interviniera en cada situación semejante en el universo? Los humanos no podrían vivir sus vidas en libertad...

– Solo está vez– insistió Zamasu intentando arrodillarse otra vez.

– Zamasu...has estado aquí casi una semana. La muchacha a...

–¡¿Qué le hicieron?!– exclamó Zamasu casi aterrado– ¡¿Qué le hicieron?!

El Supremo Kaiosama cerró los ojos.

– Se paciente Zamasu– le pidió Gowasu antes de desaparecer.

Su maestro no lo ayudaría. No intervendría en un asunto tan trivial. Los dioses están para cosas más grandes. A los hombres lo que es de los hombres y a los dioses lo que es de los dioses. Rara vez protegido y protector se encuentran. Transitan en espacios y tiempos diferentes. Lo que es para unos, no es para los otros. Zamasu tuvo que esperar a que fueran a sacarle de ahí y mientras lo hizo reflexionó mucho respecto a sí mismo. Para cuando fue sacado estaba exhausto, pero también tranquilo como la superficie de un río que baja desde las montañas a través de los bosques. No protestó ni se resistió a lo que hicieron con él. Se dejó limpiar y vestir para después ser abandonado, como tantas veces, en ese patio verde con muros blancos.

Una vez libre pudo buscar a Serena. No le fue difícil hallarla. Estaba en la enfermería, tendido en la camilla con la mirada perdida en un punto invisible en la pared del costado. Estaba pálida. Hasta su boca había perdido color. Él se acercó despacio para no exaltarla. Ella no lo notó.

– Serena– sujetando su mano entre las suyas. Ella se giró a él y lo vio sin interés– Serena ¿Cómo estas?– le pregunto haciéndole una caricia en el rostro.

–¿Te conozco?– le preguntó ella.

Esas palabras fuero para Zamasu como si le enterraran una navaja de hielo en el corazón.

– Soy yo... Zamasu– la respondió amoroso, apartándole un mechón de cabello del rostro y viéndola con dulzura.

– Za-ma-su...Que nombre tan bonito– comentó la muchacha.

– Es inútil muchacho– le dijo Vaquero desde la puerta– Los que pasan por la electricidad pocas veces recuerdan algo de su pasado borrado. Es una de las consecuencias más comunes de la TEC. Primero estan así en un limbo, luego son conscientes, pero quedan vacíos. La perdiste. Sigue tu vida, muchacho– le aconsejo el viejo y se alejo por el pasillo.

Zamasu volvió sus grises ojos a la muchacha que lo estaba mirando de nuevo, con curiosidad. Él le acarició el rostro ella intentó hacer lo mismo.

–Estas triste– le dijo la muchacha– ¿Por qué?

Zamasu no le contestó y continúo haciéndole tiernas caricias hasta que ella se durmió. Esa misma noche cargandola en su espalda él la sacó de ese lugar.

 

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