12._Réquiem

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Zamasu le contó todo lo que podía recordar de esa vida de aprendiz de dios, pero fue como si le hablara de un sueño nada más y ella escuchó. Serena lo oyó tranquila interrumpiendo ocasionalmente para hacer alguna pregunta que él respondía concisamente. Para cuando Zamasu terminó se sentía más relajado, pero no por haber contado todo aquello sino por causa de esas manos que le peinaban el cabello y le hacían caricias en las mejillas. Esa mujer tenia algo. No sabia que era, sin embargo, desde el primer momento se sintió atraído por ella. Antes, cuando estaba seguro de ser un dios, Zamasu pensaba que era por el hechos de que era la más lucida allí, la más humana, pues la mayoría de los pacientes allí eran más escoria que otra cosa. No tenia que ver con que estuvieran locos, era a lo que los habían reducido.

Zamasu apartó el rostro del regazo de la joven y luego la miro con atención por un instante. No le dijo nada al respecto, solo que tenia hambre y ella le respondió que pronto la cena estaría lista. Esa papilla repugnante con un trozo de pan duro era a lo que llamaban cena y por primera vez Zamasu sintió el sabor que tenia y le dió a un asco tremendo.

Los dias siguieron su monótono curso y Zamasu aún no estaba seguro de quién o qué era realmente. Arrancó el trozo de espejo de la pared del baño para llevarlo a su habitación y contemplar ese aspecto tan familiar como ajeno que tenia. Se veía en los ojos grises de su reflejo como quien se mira en las pupilas de un extraño. Miraba sus manos envueltas en la piel verde que recordaba y se preguntaba si tal vez Gowasu lo trajo de vuelta, pero en un cuerpo humano. Tenia sentido era un castigo irónico y cruel,
pero Gowasu nunca fue ni irónico, ni cruel. Tenia un extraño sentido del humor y era gentil, humilde; todo eso que debe ser un Supremo Kaiosama. Se sorprendía pensando en eso y se preguntaba ¿era Gowasu real o sólo otro desvarío? quizá era su padre nada más y lo llevó ahí para que se curara ¿por qué un Supremo Kaiosama iba a llevar a un shin-jin a ser tratado por humanos? ¿Qué sentido tenia eso? ¿Algo tenia sentido en ese lugar?

Una mañana fue llevado con el siquiatra a ese mundo alterno que era aquella oficina. Estaba algo más lúcido que la última vez así que pudo leer el nombre de aquel hombre en su gafete se llamaba Minos. El sujeto le hizo preguntas: ¿Cómo has estado, Zamasu? ¿Quieres contarme algo, Zamasu? y luego le hizo comentarios como: "luces bien, Zamasu". Oír su nombre en boca de ese sujeto le era como escuchar una mofa. No le agradaba ese tipo. Le era de algún modo más desdeñable que los locos más allá del corredor. Minos no logró hacerlo hablar ese día.

– ¿Acaso no quieres curarte, Zamasu? No puedo ayudarte si tú no me dejas hacerlo. Colabora un poco por favor– le dijo algo fastidiado.

Zamasu lo miro con una mezcla de desprecio y sumisión.

– ¿Realmente quieres curarme?– le pregunto.

–Ese es mi trabajo. Yo...

– Llevo meses aquí y no veo que alguien alla fuera este curado– le señaló Zamasu– Sino vas a ayudarme no me molestes.

No volvió a hablar. Si algo había entendido Zamasu es que en ese lugar no habia alguien interesado en ayudarlo. Fuera él un dios o solo un humano en ese lugar no había alguien interesado en ayudarlo realmente. Lo más parecido a eso era Serena. Ella sosegada a muchos ahí. Esa tarde, después de su cita con Minos, encontró a la muchacha sentada en una banca en el jardín llorando. No era un llanto patético, sino digno y doloroso. Zamasu se acercó y ella lo advirtió aproximarse por lo que lo miro.

–Reina a muerto– le dijo con la voz cortada  y volvió sus ojos al fondo del patio.

La mujer murió por causas naturales. Esa mañana la encontraron fallecida en su cama. Lo primero que se le vino a la cabeza a Zamasu fue la mirada de esa mujer mientras él le daba de comer. No hizo comentarios. No le importaba, pero a Serena si y verla llorar lo hizo sentir incomodo. Esa mujer lo consolaba a él y a muchos, mas ahi estaba sola y desconsolada. Se sentó junto a ella nada más. Era extraño que no le viniera a la cabeza un solo recuerdo de una vida humana si existía la posibilidad de que la hubiera tenido. Solo los recuerdos de esa vida de aprendiz de dios visitaban su mente ¿Los olvido o no los habia porque nunca los tuvo? Pensaba en eso porque quería hacer algo por Serena. Por primera vez él, dios o no, quería hacer algo por alguien más aparte de él y eso lo desconcertó, pues en sus vagos recuerdos no encontró algo similar. En las memorias de sus sueños de dios él odiaba a los humanos por la deplorable vida que llevaban, por su conducta, por solo ser humanos ¿Habría en sus humanos recuerdos, algo que lo ayudara a saber que hacer cuando alguien llora? Suponiendo que los tuviera ¿Dónde estaban esos recuerdos? Más pensaba y más perdido se sentía y al final fue ella quien le guió que hacer lanzándose a sus brazos para llorar. Lo hizo por horas hasta que termino dormida en el hombro de Zamasu que de quedo quieto nada más. Estaba incomodo y pensó en dejarla en la banca, pero al final la cargo en brazos hasta la habitación de ella y la dejo allí.

Por la mañana, al llegar al comedor, Zamasu se encontró con los pacientes pegados a las ventanas. Miraban al fondo del patio, como peces en una pecera. Los ojos vidriosos, bocas semiabiertas y expresiones vacías les daban el aspecto de muertos vivientes. Allí, al final de esos verdes pastos, había un cementerio para aquellos que llegaban a ahi y eran olvidados. Lápidas sucias casi sin nombre que eran el frio testimonio de la vida humana que encontró allí su final. Eso le explicó Serena a Zamasu al llegar junto a él.

–No nos dejan ir allá– continúo la muchacha– Piensan que nos alterará. Es verdad. Las emociones alteran, para bien y para mal y ellos nos obligan a reprimirlas. Siempre nos reprimen. Aqui,  allá afuera. Si estas tan feliz que quieres bailar, saltar y gritar probablemente no lo harás porque te llamaran loco y dirán que no es la conducta apropiada. Si estas triste y quieres llorar tampoco te lo permitirán. Te dirán que no ganas nada con eso, que te hace mal. Tontos...al final eso es lo que enferma de una u otra manera a todos...

Un Supremo Kaiosama debe ser distante, sereno, equilibrado, paciente. Evitar a toda costa involucrarse de más. Incluso los dioses se reprimen. Él en ese lugar aun no sabiendo si era una u otra cosa se reprimía. Vio a Serena subir a una mesa del comedor y decir:

– ¡Reina! Este es tu réquiem.

Los locos miraron a la mujer y escucharon como comenzaba a cantar con una voz buena, no melodiosa y mucho menos prodigiosa, "el himno de la alegría". Pronto todo fue un pandemonio. Los locos saltaban, bailaban (o eso parecía), gritaban, subían a las mesas, lloraban y reían. Era una escena surrealista que Zamasu veía en cámara lenta, como si algo en él se hubiera detenido. Miró sus manos y las vio con una piel blanca, parpadeo varias veces sin lograr de cambiar la visión que tenia. Oía la canción de Serena miraba entorno a él y de pronto un golpe al costado de la cabeza y oscuridad.

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