7._Hablame

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Zamasu la observó a llorar un rato. Parecía que estaba sufriendo un enorme dolor, sin embargo, él fue insensible al sentir de la mujer y al no comprender que lo estaba diciendo de forma poco paciente le preguntó:

–¿De qué estas hablando?

–¿Talmente quieres saber?–  pregunto Serena.

Zamasu no respondió, se dio la vuelta y se dispuso a marcharse.

– Cuando llegaste te oía gritar qué eras un dios– le habló la muchacha y Zamasu dio un paso atrás– Gritaste desde la mañana a la tarde cosas como que los humanos somos seres despreciables, indignos de la vida que se nos otorgo, déspotas y nocivos para este mundo y mientras más oía tus gritos más razón encontraba en tus palabras. Entonces me dije: "este sujeto no esta loco" solo esta decepcionado, frustrado,triste y muy enojado.

Zamasu la miro. De los humanos esperaba muchas cosas, pero no que estuvieran de acuerdo con él. Aun así no le dio mayor relevancia, pero volvió sobre sus pasos y se quedo de pie a un costado de la cama. Tal vez estaba aturdido aún, pero no era ningún tonto y saco rápido las conclusiones del estado de la muchacha. Hizo una mueca de repulsión y frunció el ceño apretando los puños con indignación.

–Es la tercera vez que me realizan un aborto– dijo la muchacha– Esta vez no resistí y me extirparon la matriz...no tengo que explicarte como es que un paciente psiquiátrico  resulta embarazada ¿o si?

Zamasu guardo silencio. De él abusaron una vez de ella quien sabe cuantas y compartía su dolor en cierta forma. También experimentaba el mismo asco, el mismo odio, la misma humillación e impotencia. Tal vez por eso se sentó en la cama junto a ella y le toco la mano. No fue algo fácil, le costo entrar en contacto con esa piel ajena que miro aquel gesto con una leve sorpresa. Pero ese discreto asombro paso rápidamente a una tristeza profunda que desencadenó un llanto abundante, pero silencioso y eso lo hizo aun más doloroso.     

La muchacha se incorporó lo suficiente para arrojarse a los brazos de Zamasu que la recibieron fríos y tiesos. Después de unos minutos lentamente, como si librará una batalla con él mismo, Zamasu cerró sus brazos entorno a esa espalda y esa cintura cuyo contacto le hizo bajar un frío intensos por la espalda. Lo venían tocando hace tanto contra su voluntad con manos inmundas, crueles, inmisericordes que esas que  se aferraban entorno a él  ni siquiera le causaban algún tipo de aversión.

¿Qué tan bajo había caído como para aceptar que una vulgar humana lo tocara de esa forma? ¿Había perdido todo rastro de su divinidad? ¿Fue un dios alguna vez o solo lo soñó? Zamasu dudaba de si mismo a esas alturas. Solo los brazos de esa mujer eran reales para él en ese momento. Todo lo demás le era mezcla de sueños, pesadillas y delirios de un ser que pretendía corregir el error de los dioses. Ese supuesto dios se desvanecía
día a día mientras que las sensaciones que esos brazos le brindaban tomaban fuerza segundo a segundo. Todo era un torbellino que lo encerraba y asfixiando. Se apartó de la mujer después de unos minutos y dejo ese lugar, mas al salir de la enfermería llevo sus manos a su nariz. El olor de esa mujer estaba impregnado en ellas. Olía a ese jabón que les daban a todos a la hora de ir a bañarse, pero en ella tenia notas diferentes.

Cada día era igual allí. Los levantaban a las siete, de ahi al baño a bañarse en grupo con agua helada, desayunaban a las nueve, seguían largas horas de hacer nada, almorzaban a la una, más horas de hacer nada, cenaban a las seis, se dormía a las nueve y ahí se quedaba tirado en el camastro con los ojos fijos en el techo y la mente atolondrada. Zamasu se sentía atrapado. Si era o no un dios no estaba seguro y no le importaba. Que había más allá de las paredes blancas en el patio no le importaba. No protestar, no cuestionar, no desafiar a los dioses, bajar la cabeza, no hablar, pasar desapercibido; esas eran las formas en que evitaba los suplicios y Zamasu las repetía como una letanía al acostarse y levantarse.

Una mañana vio a Serena en el comedor. Parecía estar mejor y sonreía mientras daba de comer a Reina. Él no había vuelto a acercarse a la anciana, pero después de su encuentro con él, ella volvió a comer de manos de cualquiera. Serena siempre llevaba su vestido blanco y vendas en sus pies que se asomaban a través de su calzado. Por qué esa mujer cubría así sus pies era una pregunta que Zamasu se hacía de vez en cuando. Al ella devolverle una sonrisa, él apartó la vista y Serena se sonrió. Al terminar lo que hacía fua a sentarse a su lado.

–¿Cómo estas?– preguntó ella.
Zamasu se encogió de hombros– ¿Quieres hablar un poco?– insistió.

La muchacha atrevidamente le tomó el rostro entre sus manos y se lo giro hacia ella. Lo miró directamente a los ojos y luego, sin darle tiempo de protestar, lo tomo de la mano y lo saco del lugar para llevarlo al jardín. Él no a se resistió y se dejó conducir por ella hasta una grifo que salia de la pared.

–Bebe– ordenó Serena– Estas bajo el efecto de algún tranquilizante. Dime ¿Has estado tomando esa leche todos los días?  

–Sí– contestó él arrastrando un poco la voz y recordando que todos los desayunos consistían en leche con algún acompañamiento.

–Deja de tomar esa cosa. Ponen drogas en la leche del desayuno para que no causemos alborotos. Te calman, pero si acumulas eso en tu cuerpo tu mente se desorienta. Bebe agua para purgar tu cuerpo.

Zamasu bebió agua y se quedó sentado con ella en una banca. La sensación de aturdimiento disminuyo un poco, pero terminó sintiendo sueño y sin siquiera notarlo se fue sobre el regazo de la muchacha. Despertó unas horas después sonriendo había dormido por días. Estaba algo más lucido, su sentidos estaban menos atolondrados, pero sentir una mano en su cabello lo alarmó. Zamasu se separó de las piernas de ese mujer cual si lo estuvieran quemando, pero al ver que era ella se tranquilizo un poco.

–No  te gusta que te toquen ¿Verdad, Zamasu?    

"Zamasu" ella era la única que pronunciaba su nombre. No le respondió, empezaba a sentirse extraño bajo la mirada de esa muchacha que le aparto, amorosamente, ese mechón de su cabello que a veces le cubría la mitad de la faz.

–Asi esta mejor– dijo Serena y haciendole una caricia en la mejilla. Como él no dió ninguna respuesta a esa gesto, se puso de pie para marcharse, sin embargo, en ese momento Zamasu la tomó por la mano.

–No te vayas– le pidió– Háblame, háblame por favor.

DeliriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora