21._Amor

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– Tal vez sea mejor que esa chica olvide todo las cosas horribles que le han pasado– le dijo Vaquero dándole un sorbo a su botella, sentado en la banca bajo el abeto.

–¿Y qué sentido tiene que lo olvide si sigue aqui dentro donde todo eso le puede volver a suceder?– le cuestionó Zamasu.

–Ella no tiene un lugar a donde a al cual pertenecer– le dijo el hombre levantando la vista para ver a Zamasu a los ojos– Es la persona más rica del país, pero no tiene ni donde caerse muerta. Su familia esta ansiosa de que ella pierda el juicio ¿Sabes por qué? Si muere el testamento ordena que las empresas pasen a manos del gobierno. Por ello a esa gente le conviene ella permanezca aquí. Jamás saldrá– sentenció Vaquero.

Zamasu recordaba su conversación con aquel hombre mientras caminaba por la solitaria acera cargando Serena en su espalda. Empezaba a preguntarse si fue una decisión sensata y a dónde la llevaría para que estuviera a salvo. Zamasu se quedó parado en una esquina mirando la ciudad dormida a esa madrugada fría. El mundo le pareció tan grande e indiferente al dolor de Senera.
Miro a su costado, a un mendigo durmiendo entre cartones. La vida de ese hombre, literalmente no le importaba a nadie. Un sujeto paso por su lado a paso rápido y Zamasu se le quedo viendo avanzar por la calle. La vida de ese individuo tampoco le importaba a demasiadas personas, supuso. Así era la vida de un hombre, irrelevante para la mayoría de sus hermanos de especie.

Zamasu había reflexionado mucho en esos días que estuvo en la habitación acolchonada. Se miro a si mismo antes y después de llegar ahí. No siempre odio a los humanos. Al principio él era como cualquier shin-jin y hasta le eran divertidos y simpáticos. Los veía llorar a veces reír y sobretodo buscar compañía. Formaban grandes civilizaciones, adquirían conocimiento, construian cosas maravillosas, pero ni todo eso les era suficiente para salvarse de encaminarse por el sendero de siempre. Los humanos no le eran tan malos entonces. Fue él, el que decidio enfocarse en sus errores, vicios y males ignorando que también había gentileza en ellos. Era como ese juego de los dedos que hizo Serena. Ella le mostró una mano y preguntó: ¿cuántos dedos vez? y él solo vio dos, los que sobresalían. Así le sucedio  con los humanos. El mal siempre se hace notar más que el bien. Pero en ese momento Zamasu veía la mano completa y un poco más. Pronto tendría que tomar una decisión. Pero antes necesitaba que Serena estuviera bien.

Estaba a fuera, pero no tenia un lugar donde llevar a Serena y asegurarse de que estuviera a salvo para que se recuperara del todo. Zamasu lo meditó un poco y al fin decidió volver, podia encontrar una solucion desde alli. La dejó en su cama y se fue hacia esa habitación infernal donde practicaban la TEC y destruyó la máquina como también la silla y todo lo que ahi encontró. Sabia traerían otra, pero le daba tiempo. A los ruidos que hizo, llegaron unos enfermeros, pero él salió por donde mismo entro. Por una pequeña ventanilla en lo alto de la habitación. Buscaron al responsable sin éxito por días.

Zamasu se volcó a Serena nada más. Noto que recordaba a Buda, mas no así a Vaquero ni a él. La memoria de Serena tenia grandes vacíos, no tada se había ido, sin embargo, Zamasu entendió que no tenia que recordarlo necesariamente solo estar serca de ella para conseguir su respuesta. La mente es fácil de persuadir, el corazón no y esa muchacha sintió un apego inmediato a él que tomó ventaja de lo que sabia de ella para aproximarse y lograr cautivarla. No le fue complicado, pero lidiar con ese estado en que ella estaba le causaba un gran pesar. Le dijo que no volverian a lastimarla, pero no pudo evitar lo hicieran otra vez. A ratos quedaba pérdida en quien sabe donde o olvidaba que estaba haciendo o que estaban hablando y eso la angustiaba. Zamasu la abrazaba con ternura y la consolaba devolviéndole la calma.

Los dias pasaban y Serena fue, paulatinamente, recobrando sus capacidades habituales, pero las lagunas mentales no se fueron y ella no volvió a hablar como antes. Seguía siendo ella, aunque algo distinta, sin embargo, entendía bastante bien todo a su al rededor incluso lo que sentía por ese joven que siempre estaba a su lado y que iba por ahí siendo gentil con todos.

En una oportunidad, Serena tuvo la visita de su tía y siguiendo las instrucciones de Zamasu fingió no la conocia. Sabia quien era ciertamente, pero no recordaba que se viera tan vieja. Tenia una imagen de ella algo más joven. La mujer lucio satisfecha y los hombres que iban con ella comentaron algunas cosas y luego susurraron algo al oído de la tía de Serena quien entonces empezó a actuar como una niña, tal como se lo dijo Zamasu y la razón era bastante obvia.

– ¿Sabes escribir?– le preguntó uno de los hombres.

–Sé escribir mi nombre– le dijo ella.

–Escribelo aquí por favor– le pidió el sujeto y ella puso su nombre en un trozo de papel sabiendo lo que hacia.

Su tia se fue feliz y Serena supo que no la volvería a ver. Salió al patio y allí estaba Zamasu esperándola. Ella lo quería sin entender mucho como paso de rápido. Contenta fue hacia él y se colgó de sus brazos.

–¿Funciono?–  preguntó Zamasu.

–Si, gracias por eso.

Él sonrío y le acarició el cabello amorosamente.

¿Volver a ser un dios o simplemente ser un hombre? Esa era la pregunta que quería responder Zamasu y la respuesta solo se la podía dar Serena, mas en ese momento se dejó llevar por eso que extrañaba de ella y que le estuvo vetado por semanas: sus besos que eran aire y la fulminación de eso que lo enfermó allá arriba. Había pensado en muchas, muchas cosas esos días, pero Zamasu las ignoró en ese momento para besarla sin temor a ser rechazado y no lo fue, porque pese a todo ella seguía sintiendo lo mismo por él, mas para Zamasu aquello fue abrir más la brecha de su incertidumbre porque cuando la tenia así de cerca se sentía humano, se sentía hombre y quería ser mortal. Dando la espalda a su inmortalidad y al poder de un dios Zamasu se seguía sintiendo poderoso al tenerla entre sus brazos. Sentía que podía cambiar todo, hacer algo, vibrar con el mundo, sentir amor. Hasta su piel se volvía humana, pálida e incolora como un papel antes de ser escrito.

DeliriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora