2._Pregunta

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Zamasu sentó en la banca y echo un vistazo al extremo más poblado del jardín. Miró con recelo a esas personas que lucian desorientadas. Frunció el ceño con una mirada de fiera herida y atacada comprendiendo, finalmente, que clase de lugar era ese como también porque había sido abandonado ahi. Se sintió ofendido, indignado, mas que todo furioso. Él no era un demente. Él era un dios que enunciaba la verdad que los otros dioses se negaban a reconocer y estaba dispuesto a poner fin a esa equivocación, a hacer lo que esos no se atrevían por indulgentes; por cobardes. De ninguna manera estaba loco. Los locos eran esas deidades que permitían que el mal siguiera existiendo en sus universos y corrompieron la existencia marchitando la belleza de los mundos que tanto trabajo les tomaba cuidar.

La rabia lo corroía y con repugnancia miraba a los demás pacientes mientras apretaba los puños, buscando una forma de salir de ese espantoso lugar repleto de inmundicia y que era un ejemplo de la decadente humanidad.

– Yo no estoy loco, los locos son ellos– dijo la muchacha que estaba en el árbol.

Zamasu la miro con ojos de navaja, ella no se inmutó.

– Todos dicen o piensan eso cuando, en un momento de lucidez, logran entender donde estan.

–¡Cállate escoria humana!– le dijo con una voz arrastrada y que cargaba una intención asesina.

La muchacha bajó del árbol con mucha agilidad. Llevaba puesto una especie de vestido y sus pies estaban cubiertos por unas vendas algo sucias.

–Si estas o no loco eso es algo que no decides tú, lo deciden ellos y si tuviste la mala fortuna de caer en este lugar solo recibirás un respuesta. Además ellos tienen un método bastante eficaz para saber cuando alguien esta mal de la cabeza o no ¿Quieres saber cuál es?– le preguntó con entusiasmo y cándidas infantil.

Zamasu la ignoró y se puso de pie para volver a ese cuarto donde lo habían dejado, mas la muchacha se cruzo en su camino con una sonrisa amplia y en la mano derecha dos dedos levantados haciendo el símbolo de la victoria.

–¿Cuántos dedos vez?– le preguntó.

Zamasu la apartó con violencia y siguió su camino. La muchacha volvió a cerrarle el paso y hacer la misma pregunta logrando fastidiar al dios que le grito como un energúmeno: "dos". La muchacha lo miró y se sonrió de una forma que causo en Zamasu una incomodidad furiosa.

–Estas muy mal, amigo– le dijo ella– Yo pregunté cuantos dedos vez, no cuantos tengo alzados. La respuesta es cinco.

La joven se alejo después de esa declaración dejando a Zamasu con cara de idiota y con la ira mesurada. Por supuesto que después de superar la impresión le dedicó más de una mala intención además unas palabras nada amigables.

Ese día Zamasu descubrió muchas cosas de las que posiblemente él también fue victima durante esos días sus semanas en las que permaneció prácticamente inconsciente. Te solo imaginar lo pudieron haberle hecho sintió repugnancia.

Los individuos que tenían el control eran llamados enfermeros, sobre ellos estaban los médicos y a ninguno de estos grupos los pacientes les importaban. Veía mujeres semidesnudas andar por ahí arrastrando sus cuerpos carentes de conciencian por los pasillos y salones. Los enfermeros se burlaban de ellas o las empujaban al pasar lanzandolas al piso y ahi quedaban como insectos desprovistos de patas intentando ponerse en pie. Habia humanos que no podían moverse y los dejaban abandonados en un rincon el día entero sin comer o beber. Los humanos eran tan déspotas con su propia especie. Tan soberbios al alcanzar una cuota de poder sobre otros que podian incluso llegar a hacerse llamar dioses. Casi suelta una carcajada cuando escuchó a uno de eso doctores decirle a un hombre que allí el dios era él.

La comida era una papilla asquerosa de aspecto y olor nauseabundo que le daba repugnancia ver como los humanos la devoraban con ansiedad, pero no comerla tenia consecuencias y él las experimento. Le dieron una golpiza que lo dejó tirado en el suelo inmundo del baño de hombres, donde las cerámicas estaban sucias con papel higiénico usado y mierda. Todo en ese lugar estaba lleno de mierda. Habia dibujos en las paredes y palabras escritas con mierda. La más grande estaba sobre los orinales y decía: "auxilio". El olor de la orina le quedó impregnado en las fosas nasales y el cuerpo le dolía tanto que no tenia ganas de volver a tirar la comida de nuevo. A cada segundo odiaba más a los humanos y a Gowasu por llevarlo a ese lugar. Solo encontraba algo de calma en su imaginación. Allí mataba a todos los humanos y a su maestro con deleite, pero aquello no era suficiente. A cada día peor eran las cosas en ese lugar y todos lo ignoraban, algo que era bueno debido a que no quería mezclarse con la escoria de la escoria de la humanidad, pero que le hizo sentir algo que era nuevo para él: la soledad y allí no había como mitigarla.

Caminando por el jardín, de un lado a otro, pronto se vio atrapado en las rondas interminables que daban los otros pacientes. Paseos sin fin, sin rumbo alguno en que alimentaba su deseo de exterminar a la humanidad y todo lo relacionado con ellos.

El motivo de ser llevado alli se le hacia solo un intento desesperado de su maestro por cambiar su forma de pensar. Un método realmente cruel e irónico que solo le daba la razón y más argumentos para odiar a los humanos. Malditos humanos, sucios humanos, degenerados humanos, corruptos humanos, insensibles humanos que ni siquiera mostraban dignidad a su propia especie y que solo los tiraba a la basura ¡malditos sean ellos y malditos sean los dioses que los crearon! ¡maldito su maestro y él mismo por tener que corregir ese error de la existencia! Pensaba Zamasu como apretando los dientes, como masticando un hueso que no podía tragar.

Sumergido en su amargura no se dio cuenta que las últimas ideas las gritó he invadido por la ira tiró su comida su comida al piso, volteo una mesa, pateo sillas, golpeo a un paciente y a un enfermero. Parecía estar ciego, sordo e insensible a todo lo que lo rodeaba sintiendo solo una enorme ira dentro de él que clamaba por sosiego sin llegar a obtenerlo.

Zamasu terminó amarrado a una cama en una habitación pequeña y fría gritando desesperado que lo soltaran, que él era un dios que los castigaría una vez saliera de allí. Eso y otro montón de cosas semejantes vocifero por horas, pero para todo aquel que lo escuchaba, que no era un paciente, esas palabras no eran otras cosas que los delirios de una mente enferma.

–Guarda silencio– le dijo la muchacha que conoció días atras- Entre más grites más tiempo pasaras aquí.

Cómo y cuándo esa mujer había ingresado, Zamasu no lo notó. La luz de la ventanilla iluminaba el rostro de la muchacha y él se le quedo mirando desconcertado. Ella le quito la mano de la boca cuando él se calmó un poco y luego sonriendo le preguntó:

–¿Cuántos dedos vez?

DeliriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora