15._Afrenta

233 71 19
                                    


Un beso largo que fue creciendo después de que ella lo aceptara. Un beso que le fue agradable por este mismo hecho: ella no lo rechazaba. Es que él conocía el rechazo y la incomprensión. El nulo interés en entender comprender porque en su vida de dios nunca fue entendido. Ese maestro suyo no lo comprendió, no se molestó en averiguar el parque de su radical pensamiento, simplemente lo rechazaba e intentaba cambiarlo ¿Se puede cambiar el funcionamiento de una máquina sin saber como opera? Daba igual a esas alturas, pues haya sido verdad o no esa vida, Zamasu estaba convencido no volvería a ella.

Para bien o mal realidad se reducía a la vida en ese manicomio. Cosas malas pasaban ahi, pero también estaba Serena que era lo único bueno en ese lugar. Lo aceptaba a él con todo y su confusión de modo que él la aceptaba a ella con todo lo que cargaba y por eso profundizó en ese beso tanto como pudo. El tiempo daba igual, seguramente no habían notado que no estaban en sus habitaciones. Al fin algunos pacientes dormían en los pasillos y a nadie le importaba. Al abrigo de la indiferencia ellos tenían ese momento. Un refugio a la soledad y el olvido de quienes eran al aceptarse mutuamente.

Después de ese beso vinieron otros en los días siguientes. Vinieron más momentos juntos al amparo de los rincones que escapaban de la vigilancia, mas ella no dejaba de cuidar a los otros y él en buscar los recuerdos de esa vida humana que no existía en ninguna forma en su memoria, al fin dejó de buscar. Dio por olvidada esa vida y la vida de dios la vio como un desvaríos. Abrazo la realidad en que estaba prisionero, pero acompañado de Serena. Disfrutaba de ella y antes de darse cuenta comenzó a imitarla. Un día se sorprendió ayudando a comer a una mujer cuyas manos temblaban fuera de su control. La sonrisa que Serena le dio al verlo hacer eso fue la más hermosa que pudo haber visto, mas los ojos de la mujer a la que alimentaba tenian algo más estremecedor: gratitud y reconocimiento. Dos cosas con las que Zamasu no estaba familiarizado.

Ayudaba a los pacientes a caminar a comer o los dejaba en lugares donde podían pasar las horas de forma decente y se encontraba con la gratitud en sus miradas medio perdidas y en sus muecas de inlusides. Pronto comenzó a sentir una satisfacción muy particular al ayudar a otros y a sentirse poderoso, como también dejó atrás los cuestionamientos hacia si mismo. El agua fría de la ducha, el pan duro, la papilla inmunda, la cama dura como el piso; todo era menos penoso desde que comenzó a estar con Serena y a contagiarse de ella. Comprendió entonces como es que ella se mantenía cuerda en ese lugar y le pareció agradable. Aprendió los nombres de los pacientes o sus alias, sus males y sus calmas, sus causas. Encontró en ellos vestigios de humanidad que no había en quienes se suponía debían cuidarlos.

Al diablo con Minos y sus diagnósticos sin fin. Ese sujeto parecía solo querer darle pronto un mal nada más. Zamasu tenia a Serena y con ella le bastaba para estar bien. De hecho estaba bastante más lucido y gracias a esto notó que había un enfermero que siempre los estaba vigilando, a él y Serena. Era un sujeto alto y fornido. Lo ignoraba, pues solo los miraba a ratos, aunque se le hacia molesto. Quizá estaba interesado en Serena ¿Por que no iba a estarlo? Era hermosa algo que atrae no siempre cosas buenas.

De pronto se vio preocupado por ella y no sabia muy bien el motivo. No lo amaba, solo le gustaba o eso pensaba,
pero la verdad solo se decía no amarla porque Zamasu no había experimentado algo así por un individuo en particular. Obviamente como sabia que era el amor. Recordaba haber presenciado muchas escenas pobladas de ese sentimiento. Del amor como sentimiento universal presente en cada acto generoso. Allí, en cambio, no había mucho de eso. Algunos pacientes pasaban horas juntos, pero no tenían un lazo amoroso entre ellos. Era la necesidad humana de buscar compañía lo que los hacia apegarse los unos a los otros. Él tenía a Serena. Y Serena tenía un lazo especial con él. A ratos, sin embargo, si creía la amaba.

-¿Qué somos?- le preguntó Zamasu, un día, mientras reposaba en el regazo de la muchacha.

-Dos individuos que se mantiene cuerdos juntos- le respondió ella.

-¿No sientes nada por mi?- pregunto Zamasu casi con la expresión de un niño pidiendo un gesto cariñoso.

-Me eres muy agradable, tranquilo y fuerte.

Aceptable, pero insuficiente de alguna forma.

-¿Por qué me besas entonces?- pregunto Zamasu casi con inocencia.

Ella lo miró. Fue un cuestionamiento llamativo para alguien como él.

-Pense que los besos tenían una connotación especial...- continúo Zamasu.

-Dímelo tú, fuiste quien me beso primero...

-Yo quería...devorar tu cordura- respondió Zamasu-Pero me encontré con otra cosa...

-¿Qué?- preguntó Serena con curiosidad, pero él no respondió- ¿Sabes? tú a mi me gustas- le confesó en el silencio que le otorgó.

Con que naturalidad Serena hizo esa declaración, provocando en Zamasu un leve sonrojo. Se levantó para quedar sentado con ella a sus espaldas. Evocó una idea que tenia respecto a eso que no era muy buena, pero entonces sintió las manos de Serena en su pecho y su mentón en su hombro.

-Te quiero- susurro en su oido.

Zamasu se sonrió. Era la primera vez que oía algo asi. No respondio. Se limito a verla y entrelazar su mano a la de ella. No sabia que sentía por Serena, pero si sabia le gustaba su compañia y todo lo que aprendía de Serena o al menos de eso estaba seguro.

Al dia siguiente la buscó como acostumbraba, pero no la encontró y a lo largo del día no apareció. Estaba preocupado y eso lo puso de mal humor, por eso cuando una mano toco su hombro se giro con una mirada asesina. Ahi estaba el sujeto corpulento que siempre los veía.
-¿Estas buscando a tu chica?- le pregunto de una forma molesta- Se donde esta ¿Quieres verla?

Con desconfianza, Zamasu lo siguió hasta un sótano donde estaban las "habitaciones" acolchonadas y ahí se detuvieron frente a una puerta que el enfermero abrió con dificultad. Allí estaba la muchacha con una camisa de fuerza, tirada en el suelo. Sus piernas y su rostro estaba llenos de hematomas. Su rostro también mostraba golpes y su cabello parecía un arbusto espinoso. El dolor que Zamasu experimentó fue como una estocada en el pecho que envío una serie de descargas eléctricas a todo su cuerpo.

-¿Qué le hicieron?- logro articular Zamasu con una voz ronca, temblorosa como fueron los pasos que dió hacia ella.

Serena estaba algo consciente. Lo miro y pareció querer decirle algo, pero la voz no le salió de la garganta. Su rostro estaba hinchado, el labio superior roto. La habían golpeado sin piedad.

-Anoche tuvo uno crisis de histeria. Decía que trataban de abusar de ella mientras corría desnuda por los pasillos-le dijo el sujeto-Esta loca asi que tuve que calmarla.

-¡Mientes!- exclamación Zamasu.

-Tal vez- se burló el sujeto- ¿Pero quién les creería a un par de locos? Ella puede estar aquí para siempre a menos que tú me hagas un favor- Zamasu lo miró con asco y odio- Un momento de diversión y...

-¡No volverás a ponerle un dedo encima!

-Las chicas no me gustan, no aguantan nada. Tú en cambio te ves bastante fuerte- le dijo relamiéndose- Tu chica o tú y decide rápido que mi descanso esta por acabar.

Los ojos de Zamasu parecían dos espadas afiladas que podían cortar el acero de lo furioso que lo hicieron sentir esas palabras. Apretando a Serena contra él pronunció una sola palabra que sonó tan oscura y terrible como el susurro de un demonio.

DeliriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora