14._Aceptación

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–¿Cómo estoy?– repitió Zamasu con la voz entrecortada y una mirada desorientada. Gowasu le hizo esa pregunta con una naturalidad casi insultante.

Zamasu bajó la cabeza como si algo se le hubiera clavado en el cráneo. Casi estaba seguro de que era un ser humano y de pronto aparece ante él un supuesto delirio a preguntarle cómo estaba. Se dobló un poco cubriendo su boca con su mano, se levantó medio tapándose el rostro con una expresión que distincionaba su faz y temblando. No podía hablar. Lo intento, pero solo pronunció una palabras enredadas que acabaron en una risotada hilarante y cruel.

–Estas aquí– dijo luego, sin mirarlo, hablando con él mismo– Estás aquí...Estás aquí, pero...¿Eres real o solo estoy delirando de nuevo? ¡Contesta! ¡Háblame Gowasu! ¡Háblame!

El Supremo Kaiosama lo miró con gravedad sin pronunciar una sola palabra.

–¡Me estoy volviendo loco! ¡No sé quién soy o que soy o que es real y que no! ¡Todo es un caos!

Gowasu lo miro y se sonrió con desprecio.

–Eres un lunático, un traidor y un asesino mi querido aprendiz– le respondió su maestro para después reírse de él que quedó frío antes esas palabras.

Fue como si hubiera abierto los ojos después de un largo sueño, pero no era asi. Nunca estuvo dormido y no tuvo los ojos cerrados. Siempre estuvo ahí sentado, en una banca del jardín, al abrigo de un sol otoñal. Temblaba producto de la excitación del enojo y después el temblor del miedo se apodero de él. Miro sus manos,aun las veía blancas. Pero tal vez era sólo otra jugarreta de su cabeza como aquella visión de Gowasu visitandolo. Asustado se llevó las manos a la cabeza cuando escucho que alguien lo llamaba. Miro hacia atrás y se encontró con Serena que traía una maceta con una planta con flores amarillas. Se levanto y fue hacia ella para abrazarla, para sujetarse de esa mujer con desespero, con suplica, con locura casi. El abrupto gesto la hizo dejar caer aquella planta, pero amorosamente contuvo a Zamasu hasta que la respiración de este volvió a la normalidad y dejo de hundirle los dedos en la espalda.

–Me estoy volviendo loco– le dijo él– Realmente me estoy volviendo loco.

–Calmate. No esta loco. Solo un poco alterado y confundido.Es fácil llegar a perderse aquí– le dijo Serena– ¿Por qué no duermes un rato?

–No puedo...no logro dormir.

Serena bajó al suelo para sentarse allí y así obligar a Zamasu a recostarse apoyando la cabeza en el regazo de ella.

–Cuando no duermo es porque hay demasiadas ideas en mi mente– le dijo acariciandole el cabello– Trata de relajarte un poco, silencia tu cabeza. Estaré aquí cuando despiertes.

La mano de Serena se poso sobre su mejilla. Estaba fría y se sentía bastante bien. Zamasu cerró los ojos e intento relajarse. Alejarse de sus delirios, olvidarse de que no sabia quien era él. La mano de la mujer subia y bajaba por el contorno de su rostro causándole un ligero cosquilleo...Su mascota de cuando era Kaiosama también le hacia cosquillas con las alas.

Que curioso fue para él ir a parar a esas memorias o esos desvaríos, mas como se sentía tranquilo ahí continúo viendo aquellas imágenes. Desde ese planeta él observaba su universo. Habia una cantidad enorme de mundos con gran diversidad de vida en ellos y al principio los veía con curiosidad, paulatinamente eso fue cambiando. Los mortales eran ciegos de ambición, obesos de vanidad y orgullo, famélicos de amor en todas sus formas y tenían atrofiado el razonamiento. Eran seres amorfos, repulsivos y lo que en un comienzo fue tristeza por ellos se volvió disgusto. Cuanto deseaba apartar la vista para no presenciar sus pecados que parecian un ciclo en el que se atrapaban voluntariamente. Hubo un tiempo en que pensó en que si él, bajaba podía corregirlos, mas su deber era otro. Los Supremos Kaiosama eran los que descendían a entregar los dones, a mudar las especies de un mundo a otro, no los Kaiosama. Hubo un tiempo en que él pensó que podía hacer algo bueno por los mortales. Una época en que sintió por ellos tristeza y los vio solo como seres miserables.

No había nada anterior a esa vida de dios observador del universo. Por más que buscará su memoria llegaba hasta ahí. Fuera la culpa de la TEC o no, para él no existía una vida humana. Tal vez para eso estaba ahí, para de algún modo encontrar las memorias de sus dias de mortal, pero como hacer algo así cuando seguía repudiando a esa especie, su aparente especie. Zamasu era su nombre, no tenia duda de eso, pues en todos sus realidades lo llamaban de esa forma. Zamasu debía ser entonces lo único que realmente era suyo y que no le quitaban las insufribles horas en ese recinto, pero al notar aquello le venia otra duda a la cabeza que más que una duda era una exigencia, una necesidad. Requería saber ¿quién era Zamasu?

–¿Quién soy yo?– se preguntó en voz baja y abrió los ojos.

El cielo nocturno era precioso y hace mucho no veía ninguno. Serena seguía allí sentada, solo que estaba dormida. Esa mujer le causaba una sensación extrañisima que no podía definir de que índole era ¿Por qué tuvo esa alucinación donde la hacia suya? ¿Qué significado tenia eso? Se levanto y al hacerlo rompió el delicado balance que sostenía a la muchacha que se derrumbo hacia un lado. La sujetó para que no se golpeara la cabeza y en esa postura tan relajada que ella quedo, producto de estar profundamente dormida, Zamasu la contempló ¿Qué guardaba esa mujer que tanto lo atraía? Mas allá de la cordura radiante que mantenía Serena ¿Qué era lo que tanto lo hacia apegarse a ella como dios y como hombre? Como Zamasu el dios la veía como una humana común que no era ni mejor ni peor que otros humanos, mas que estuviera lucida allí era digno de una leve admiración y como hombre, pues aquí se ponía más complejo.

Serena podía incluso ser otro desvarío suyo, una personificación de la calma y la cordura que estaba perdiendo, pero ¿Por qué pensarla humana? Que idiotez. Ella existía. Zamasu sentía su tenue calor escapar de su cuerpo y oía su respiración. La movió un poco para que su cabeza dejara de estar colgando por sobre su brazo y aquello le causo a la joven un ligero temblor. Era de noche y no había nadie en el jardín, era de noche y había un gran silencio. Mirando sus propias manos se vio a si mismo humano y como humano estaba bien si hacia lo que estaba pensando. Como humano estaba bien si besaba esa boca sin más motivación que tenerla al alcance de la mano, si era otro desvarío entonces saldría de él en algún momento y si por ella sentía algo ajeno al interés de nutrirse de su lucidez era hombre nada más porque como dios, que veía la maldad del universo, aquello no tenia cabida en su conducta. Un beso que le daría una pista para la pregunta que tenia que responder y sin muchas ceremonias bajo un poco para alcanzar esos labio que estaban fríos...un movimiento entre sueños de Serena lo ayudo con su cometido y ese primer contacto le causo un escalofrío que le bajo por la espalda. Era real, al menos ese momento era real. Siguió un poco más en esa boca que no daba respuesta alguna. Que ridículo debía verse en ese momento si es que era un dios, pero mientras pensaba en eso las manos de Serena le rodearon el cuello, estaba despierta y respondía ese gesto que el comenzó como una transgresión, pero que muto a otra cosa: aceptación.

DeliriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora