9._Desahogo

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Serena lo llevó a la habitación que ella ocupaba. Un sitio estrecho con una cama, una mesa y una silla, un ropero. Era como la que él tenia solo que esta tenia dibujos pegados en la pared. Ilustraciones de flores, de aves y de personas. Serena lo hizo sentarse en la cama y de una caja de zapatos que guardada bajo esta extrajo unas botellas pequeñas y unas vendas.

-Privilegios de dormir con un enfermero- le dijo con una sonrisa algo forzada.

Ls muchacha le limpió las heridas con cuidado. No las vendo, pues dijo seria demasiado notorio. Zamasu se dejó tratar por ella sin pronunciar una sola palabra, pero nunca le quito los ojos de encima.

-Esta listo. Puedes irte- señaló la chica con una voz suave.

Los humanos pueden autodestruirse toda su vida. Empiezan por cosas muy simples como lo la mala alimentación, después le siguen los vicios como el beber o el cigarrillo, escalan a conductas temerarias e irresponsables y finalmente acaban cayendo en los pozos putrefactos de sus impulsos más ruines. Los hombres solo parecían entender el horror de su conducta cuando eran azotados por el dolor, pero más efectivo para producir verdaderos cambios era el terror a la muerte. El pánico de ver ante ellos su prematuro final era capaz de volver valiente al cobarde y de hacer madurar al que toda su vida vivía como un niño, pero también podía llevarlos a desatar su lado más oscuro. El deseo de vivir es una de las cosas más poderosas que existe.

Zamasu bajó de la cama y caminó hacia la puerta. Le dolían las piernas más que todo y cojeaba al caminar. Despacio salió al pasillo y caminó por él sin ningún rumbo aparente. Así terminó pasando por un corredor a simple vista vacío o eso pensó hasta que oyó un rumor algo peculiar que pronto descubrió de que se trataba. Era un hombre y una mujer jóvenes que se estaban apareando. Los miró como quien mira una piedra en el camino y luego continúo su camino con algo de asco, pues él consideraba que ese acto debía realizarse solo para procrear, mas los humano abusaban de todo lo que les brindaba algún placer o deshago.

Desahogo. Él se sentía verdaderamente ahogado ahí. El aire estaba viciado por olores a medicamentos, productos de limpieza, orina, mierda y alimentos en descomposición. Las personas eran como hasters en una jaula que se movían al compás de sus penurias.

Eran las horas donde hacia nada, las más pesadas porque Zamasu se encontraba a solas con sus ideas y sus ideas eran confusas la mayoría del tiempo. Eran tantas y surgían una sobre otra no dejandolo de descansar,
haciéndolo sentir que se estaba volviendo loco. Entonces gritaba desesperado, en las noches, golpeando sus puños contra la pared o solo se sentaba en el suelo con la cabeza entre las piernas. Desesperado, agobiado, al borde del colapso total se sentía Zamasu. Su grito, como la llamada de un lobo herido, alzaba otros gritos en la noche y pronto el corredor se llenaba de aullidos lastimeros que atraían a los enfermeros que sofocaban con violencia los lamentos de los desdeñados.

Un desahogo a la frustración que se apilaba en su interior, al su dolor, a su tristeza, a su perdida de si mismo, requería Zamasu que se desvanecía cada día un poco más. No buscaba a Serena porque estaba molesto con ella de algún modo o quizá no con ella, pero de cualquier forma no quería verla, mas la veía por los jardines, la veía en los corredores, el comedor y se sentía tan inferior a ella. Esa mujer era tan lucida, tan calma, tan humana en un lugar tan deshumanizado que no podía dejar de verla. Era humana y como cualquier humano estaba algo corrompida, pero en ese lugar ¿Cómo no estarlo? Era humana, ni mejor ni peor que otros, solo humana y por Zen Oh Sama que no estaba seguro ni de quien era él, pero si que quería esa humana cerca.
Una mañana simplemente se sento a su lado en el comedor.

-Hola- le dijo mientras vertía la leche en la maceta que estaba a su costado.

A Veces bebia ese cóctel de drogas buscando sosegarse, otras lo tiraba por ahí.

-Hola Zamasu- le respondió ella.

Su nombre, Zamasu empezaba a agradar que ella pronunciara su nombre. No volvieron a hablar y cuando Serena terminó de comer él la tomó de la mano y se la llevó lejos de la vista de los curiosos. Había descubierto algunos sitios donde nadie nunca iba, como un cuarto lleno de camastros viejos apilados junto a muebles a medio comer por las termitas. La llevó allí porque quería estar a solas con ella, porque hace unos días le había surgido una idea desesperada.

Los observó desprovisto de morbo o intenciones lascivas, pues en su naturaleza no estaba eso que los humanos llamaban "deseo sexual" fue una de las razones porque a la distancia observo a esa pareja de locos, si es que lo estaban, para aprender la fría mecánica del proceso. Los humanos tenian más de un motivo para aparearse: placer, vicio, soledad, dominar eran algunos y entre otros estaba el deshago. A ese acto dado en naturaleza para preservar la especie, los humanos le dieron varios usos para lidiar con sus vidas y en su situación desprovisto de casi toda divinidad, Zamasu anhelaba un deshago y algo más que solo podía brindarle esa mujer y sólo esa mujer.

- Necesito estar contigo- le dijo al cerrar esa puerta contra la que empuja a la chica.

-¿Qué?- fue la exclamación de desconcierto que escapo de la boca de esa mujer.

Zamasu no volvió a hablar. No era necesario, ella lo entendió solo que fue tan repentino que no supo como tomarse esa petición o a qué venia realmente. Pero él no le dio tiempo de preguntárselo o hacerse ideas porque Zamasu le cerró la boca con un beso un tanto violento que la hizo querer apartarse, pero él le sujetó las mano y se las presionó contra la puerta. Por un momento Serena se asusto, sin embargo, ese beso le demostró solo la falta de experiencia que Zamasu tenia en ese asunto, no una intencion perversa por lo que dejó de intentar liberar sus mano dándole una señal de que estaba dispuesta a corresponder y él la soltó. De ese beso hambriento por consumir de ella eso que sentía que estaba perdiendo, Zamasu paso a uno más mesurado guiado por Serena quien apoyó tiernamente sus manos en los hombros de él mientras este se sujetó a esa pronunciada cintura que aproximó a su cuerpo.

Muchas son las hambres que se sacian en la carne ajena, muchos apetitos que despiertan ante la exuberancia, sin embargo, Zamasu estaba famélico de cosas que apenas entendía que tenia y que sentía se las estaban quitando provocando en su ser un desmoronamiento de todas las índoles posibles. Le quitaban tanto y lo lleneban de nada. De un vacío denso que buscaba escapar y vertir aquello en ella era una idea desesperada,más cuando consiguió arrebatarle esa prenda tosca que Serena llevaba encima y descubrió esa figura de curvas pronunciadas forradas en piel lozana, una nueva hambre le reclamaba morder esa carne; cruzar la última línea y perder el último pedazo de dios que sentía le quedaba.


DeliriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora