5._Hijo

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Podía no tener poder, pero Zamasu sabia donde golpear para causar dolor y no se contuvo para infligirle el mayor sufrimiento posible. Zamasu lo golpeó hasta que sus nudillos se rompieron, hasta que ese hombre quedo convertido en un despojo. Estaba ciego de ira. Sin embargo, no tuvo tiempo para disfrutar su represalia. Cuando había dado su golpiza por terminaba y esperaba poder acabar con la vida de esa miserable criatura, Zamasu oyó vos es acercarse por el pasillo por lo que rápidamente se deslizó por la ventana al exterior

Casi matar a ese hombre a golpes no había mitigado demasiado su ira. Su cuerpo todavía temblaba y su respiración estaba agitada. Mas fue victima de un extasis arrebatador que le causó una satisfacción extraordinaria que apenas podía entender, aunque esto le llego con una especie de efecto retardado. Se escabulló hasta los inmundos baños donde solo dos de diez grifos funcionaban y lavo sus manos allí con una paciencia oscura, relamiendose los restos de goce por lo hecho a ese individuo. Tenia la ropa salpicada por la sangre de ese sujeto y salió rumbo a su habitación cuidando no ser visto. Al tener la cabeza más fría se lamentaba por no haber buscado algo en esa oficina que le permitiera salir de ese lugar, pero rápido paso de esos pensamientos a ocuparse de lo verdaderamente importante que era de deshacerse de esa ropa manchada de sangre.

Para su suerte nadie lo descubrió y al director fue llevado en estado grave a un hospital cercano. A nadie le extraño que algo así pasara. Los rumores de su conducta recorrían los pasillos en labios de los enfermeros y demás trabajadores del sanatorio. Todos sabían lo que hacia con los pacientes, todos estuvieron secretamente de acuerdo en que lo merecía y en un par de días otro ocuparía su puesto sin influir positivo o negativo en este en los acontecimientos entre aquellos muros blancos que escondían el infierno.

Con el paso de los días Zamasu se mostró más compuesto, pero dentro de él se había depositado una rabia que no conocía saciedad. Estaba enojado todo el tiempo. El ceño fruncido se le tatúo en el rostro y se hizo más callado. No hablaba con nadie y no miraba a nadie. Comía para no morir, salia al patio para respirar y se bañaba con agua fria intentando limpiar, su piel su carne, tal vez incluso su alma, pero era inútil el hedor de ese rufián no se iba.

Un día durante el almuerzo, mientras en silencio contemplaba el plato a medio vaciar una persona se sentó a su lado. Era algo extraño porque por lo general los otros internos lo evitaban. Era como si algo en él los apartara. Como si llevaste una marca que advertían los romanos del peligro que era aproximarse a su persona. A Zamasu le daba igual. Prefería que asi fuera, pero esa muchacha se le acercó otra vez y él le dio una mirada indiferente.

-¿Te duele?- preguntó Serena intentando poner sus dedos sobre la lastimada mano de Zamasu.Él no respondió y movió la mano hacia él- Fuiste tú ¿verdad? El que envió a karonte al hospital, fuiste tú ¿Fue por lo que te hizo?

Zamasu sintió que le habían echado sal en la herida y la tomó por el cuello para amezarla con el puño. Miedo fue lo que vio en los ojos de Serena que lucho por soltarse su mano firme impidiendo el paso de aire a sus pulmones. Hace mucho que él no veía el miedo del rostro de un ser humano. El miedo que infundía su presencia en las miserables criaturas que se arrastraban por los planetas consumiendo de ellos todo lo que encontraba. No era igual. El temor en los ojos de Serena era como el temor que él estaba escondiendo dentro. Un miedo infeccioso que se esparcía por su ser y lo obligaba a estar alerta. Era una fiera herida que no dudaría en lanzarse sobre cualquiera que traspasara sus limites. Era el miedo que siente los seres humanos. Verse en ese espejo que eran los ojos de la mujer lo hizo aflojar su agarre y casi retroceder.

Serena logró soltarse y corrió para alejarse de él. Zamasu la vio salir del comedor como un pequeño cachorro asustado y recordó que esa mujer lo había estado llamando. Serena lo llamó insistentemente y lo trajo de vuelta de ese mundo oscuro. Se sintió disminuido. Él, un dios, había sido mancillado por un humano insignificante y rescatado por una mujer cualquiera. Era demasiado castigo para solo un intento de asesinato. Porque al final fue solo eso: un intento de asesinato frustrado por el dios de la destrucción del universo siete. Lo odiaba, pero lo odiaba menos que ese Karonte, que a ese lugar y que toda la mierda en él.

Los días pasaban y aún no había reemplazo para Karonte. Durante ese tiempo los enfermeros estaban menos atentos a lo que ocurría. Fue por esos días que Zamasu observó a Serena sin ninguna intención en particular. Ella con frecuencia hablaba con algunos pacientes, una de ellas era una mujer en silla de ruedas a quien muchos otros se acercaban a verla o hacerle alguna caricia. Era una anciana a la que llamaban Reina. No es que a Zamasu le importara, pero sentía que su voz se estaba pudriendo en su garganta y al menos ella no estaba tan loca. Serena estaba de rodillas frente a Reina en el comedor cuando Zamasu se paro a sus espaldas.

-¿Por qué te importa tanto esta mujer?- pregunto él sin mucho entusiasmo.

Serena bajo la cuchara que la mujer se nego a recibir en su boca y miro a Zamasu un momento.

-Ella no estaba loca- contestó- Los años de abandono en este lugar consumieron su cordura, su memoria y su vida. Sus hijos son importantes políticos que pagan para que la traten menos mal que a otros, pero hasta sus nombres a olvidado. Cuando llegué aquí me mantuve lucida gracias a ella y gracias a ella muchos aquí guardan fragmentos de sus vidas. Por eso es que a tantos les duele verla asi. Solía confundirme con una de sus hijas y aceptaba la alimentara, ahora no recibe nada de mi.

La anciana giro su cabeza hacia la muchacha y su acompañante que la veía con ecuanimidad, eso hasta que eso labios secos dibujaron para él una sonrisa. Las pupilas de la anciana se ampliaron y de esa boca en desuso salio un balbuceo que ninguno escucho. Zamasu vio en esos ojos de opaco color celeste el brillo del reconocimiento.

Serena le puso el plato de papilla en las manos del aprendiz de dios y él entendió de inmediato que era lo que ella quería que hiciera.

-Por favor- le dijo Serena al ver que él intentaba escapar de la situación.

Zamasu miró a la mujer y de mala gana hundió la cuchara en esa comida repulsiva y arrodillandose frente a la anciana le acercó el alimento a la boca. La mujer comió y tras tragar, con pequeñas lagrimas en los ojos le dijo:

-Hijo...

Zamasu hizo una mueca de disgusto al oir aquello, pero al ver los ojos de esa mujer por algún motivo le respondió:

-Sí, soy tu hijo por favor come.

La mujer siguió comiendo y de pronto un sujeto grito: ¡Reina esta comiendo! Un grupo de pacientes se reunió a ver aquello y apenas Zamasu le dió la última cucharada unos sujetos lo tomaron por los brazos y lo subieron sobre los hombros de un hombre obeso mientras gritaban de jubilo. Zamasu luchó por bajarse, pero fue imposible y desde alli arriba contemplo algo que nunca antes había visto: la alegría sincera de unos humanos por otro. Cantaban y bailaban agitando sus manos. Gritando que Reina había comido mientras levantaban a la anciana en su silla para hacerla participar también de esa fiesta.

-¡Vida Zamasu!- grito Serena.

-¡Viva! ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva Zamasu!- respondio un coro.

DeliriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora