Veía a mi padre y a su esposa como seres tan idílicos que casi podía jurar que eran un par de actores, de esos que salen en comerciales sobre cereal con fibra o leche baja en grasa. Ya saben, ambos risueños, fotogénicos, profesionistas exitosos y en espera de su primera hija.
¿Y yo? Yo no sería más que el que les traía botellas de agua o el que desmantelaba los equipos una vez la grabación terminase, y era también el que se quedaba a barrer hasta altas horas de la madrugada, con la única compañía de las cucarachas del estudio.
A pesar de los casi cinco meses que llevaba viviendo con ellos, continuaba sintiéndome como un extranjero en su casa. Un invitado más que solo estaría de paso, que pronto se marcharía y dejaría de invadir su privacidad.
Tanta perfección en un cuadro me provocaba náuseas, era incluso enfermizo. Ya no disfrutaba mi pan con mermelada y mi taza de café. Pensé en levantarme, ir a la habitación que me habían dado e ir por mi libro de La campana de cristal para continuar con las desilusiones de Esther Greenwood en Nueva York, pero no deseaba ser cínico. Por eso mejor saqué el móvil y me puse a perder el tiempo viendo memes.
El perfil era reciente. Había dado de baja mi antigua cuenta para evitar que el acoso continuase por ahí. Además, no me apetecía conservar recuerdos de esa época. La única persona que todavía tenía agregada era mi viejo mejor amigo Harry. Lo curioso es que fue él quien difundió el rumor que empezó mi calvario. Quizá la gente en mi antiguo instituto tenía razón: carecía de dignidad.
Le di u trago a mi café y revisé las notificaciones, la mayoría eran de reacciones a mi foto de perfil. En ella salía Hannah junto al extraño del espejo, los dos abrazados y sonriendo. Había más de cien reacciones y unos treinta comentarios que no sabía cómo responder. Antes, cuando todo estaba bien, solo recibía notificaciones de reacciones en mis memes.
—Chris —me llamó mi padre por primera vez en todo el desayuno, su tono era tímido e inseguro. La combinación perfecta entre temor y pereza.
Bajé el móvil y lo miré de frente.
—¿Quieres que te lleve a la escuela? —preguntó él, su expresión se parecía a la de alguien que acababa de soltar una bomba—. Hoy puedo llegar un poco tarde al hospital.
Mi padre era un respetable psiquiatra cuya especialidad eran los adolescentes y los niños. Irónico ¿no? Se dedicaba a escuchar y ayudar a otros, pero después del divorcio se desentendió de mis líos hasta que mi madre se encontraba dando sus últimos suspiros.
Negué con la cabeza y metí el resto del pan a mi boca, casi atragantándome. Necesitaba un pretexto para no responder al instante e inventar, en ese lapso, una historia que me zafara de pasar veinte insufribles minutos de silencio incómodo a su lado.
—Jason está estrenando su permiso y su papá le prestó el coche —dije tras tragar. Tomé la taza de café y me la empiné—. De hecho, acaba de mandarme un mensaje diciéndome que ya está en la esquina —mentí y después señalé a la puerta.
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El retrato de un joven lúcido | ✅ |
Teen FictionChristian intenta reprimir, sin mucho éxito, sus deseos por el nuevo profesor de arte. Además, lidia con los daños psicológicos que le dejó el abandono de su padre y el acoso escolar en su viejo instituto. 🎨🖌🎨 Cuando Chris descubre el secreto de...