Capítulo 18: Reglas para evitar el caos

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Jason y Miranda se marcharon a clase, dejándonos atrás a Hannah y a mí

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Jason y Miranda se marcharon a clase, dejándonos atrás a Hannah y a mí. Nos quedamos por el comienzo del aparcamiento, ahí donde suele esconderse la gente para ir a fumar cuando los espacios detrás de las canchas se ocupan por parejas. Les dijimos que nos detendríamos por un cigarro y nos despedimos como si no hubiésemos iniciado una fuerte conversación sobre tener sexo con mayores de veintiuno.

—Es algo intensa —habló Hannah una vez sus figuras se perdieron—, pensé que te pondrías a discutir con ella.

—No podría —dije al mismo tiempo que metía una mano a mi bolsillo—, no tengo madera para debatir con doña perfecta.

—Creo que en un punto tiene razón; imagina que la mujer esa quiera boda e hijos.

—Y yo soy el que piensa cosas raras —reí, nervioso.

Prendí el cigarro y le di una calada. No recuerdo cuándo comenzó mi hábito de fumar tan a menudo.

—En el hipotético caso de que me dejaras por ella y te fueras a lo serio, tendrías que ajustarte a su plan, con solo dieciocho y sin haber acabado la escuela. —Hannah me quitó el cigarro y se lo puso en los labios.

—Eso jamás pasará —expresé al borde de la carcajada, era una combinación entre nervios e ironía—. Para empezar, es ilógico.

«Los hombres no se embarazan», completé en mi mente.

—No es imposible que me dejes —me regresó el cigarro— es una posibilidad, soy realista.

No tenía mucho que me enteré de que los padres de Hannah estaban en trámites de divorcio desde hace unos meses. Verla hablando tan tranquila de no tomarse las relaciones en serio o de abandonarla como si fuera algo que no le doliera, me hizo pensar que había más en común que solo el hecho de ser raros.

Tal vez sea una particularidad de los hijos de padres divorciados; no poseemos expectativas románticas sobre el amor o cuando las tenemos, solemos azotarlas con la realidad de que nada es para siempre.

Como se lo dije a Joshua: el amor no es inherente a lo eterno.

—No hablaba de eso —la corté. No quería engañar a Hannah con palabras que nunca me creería sobre estar juntos para siempre—. ¿Juras no contarle esto a nadie? —Tenía miedo de decírselo, pero me cansé de conservar esa fracción de la mentira.

Seguía siendo traición. Una igual a la que cometió su padre al mantener en secreto una amante por años.

Como ya sufrí una horda de acoso por un rumor que soltó Harry respecto a eso, me aterraba la idea que, de decírselo a Hannah, desatara lo mismo y provocara otra tortura que no iba a soportar.

—¿Más secretos? —expresó, intrigada.

—Te mentí —resoplé. Volví a fumar y esperé un rato a tomar valor—. No fue con una mujer de veinticinco, fue con un tipo de veinticinco.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora