Capítulo 30: La punta de la colina

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Usé el móvil de Joshua para llamarle a mi padre y decirle que lo vería en el minisúper a un par de cuadras de su casa

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Usé el móvil de Joshua para llamarle a mi padre y decirle que lo vería en el minisúper a un par de cuadras de su casa. Ignoré sus preguntas sobre por qué escapé o sus peticiones de no hacer nada estúpido, solo le expliqué que todo estaría bien. Antes de irme, Joshua me dijo que él se encontraría aguardando por cualquier cosa y bromeó sobre que merecería un crédito extra por apoyar a un problemático alumno. Después me abrazó, de nuevo, con ese mismo temor de que eligiera irme.

Eso no pasaría. Estaba decidido a tratar de ponerle un alto a mis pensamientos y a buscar una manera de tenerme en mejor control.

Como llegué antes que mi padre, pasé a la tienda a comprar unas galletas oreo —por si no lo sabían, son veganas—, y una lata de agua con gas. Al salir del sitio, lo encontré recargado en el poste, noté que su coche no se hallaba y le agradecí a Alice ese gesto, si caminábamos habría más espacio para hablar.

—Pronto lloverán ratas calvas —dije al mismo tiempo que miraba al cielo nocturno—. Alice es maravillosa. —Bajé la cabeza y me enfoqué en él, abrí las galletas y antes de empezar a comer, le ofrecí una.

—Chris, ¿por qué te fuiste así? Nos tenías a todos preocupados —reclamó, ignoró por completo a mi galleta.

«Vamos estúpido, no te rindas ahora», me exigí.

—A veces no sé por qué hago las cosas, ¿vale?

—No sé qué haría si algo te pasara —expresó, sincero. Puso una mano en mi espalda y vi su tentación de abrazarme como cuando era un niño—, Alice me contó algunos detalles.

Di media vuelta y caminé un par de pasos, escuché como mi padre hizo lo mismo.

—Soy bisexual y todo el mundo se enteró ayer. —Intenté mantenerme tranquilo, pero no podía dejar de jugar con mis manos—. Tengo miedo de ir el lunes a la escuela, porque ya sé lo que se siente que te puteen todo el tiempo.

—Perdóname, Chris. —Noté la impotencia en su voz—. Si yo hubiera sabido escucharte, no habrías sufrido así.

Negué, pero no me volví a mirarlo.

—Todos la cagamos en algún momento —dije con una sonrisa dolorosa—, por ejemplo, también la cagaste cuando te mudaste a esta ciudad que no tiene estrellas.

Me detuve en seco y miré al cielo, se hallaba en total oscuridad. La luz artificial y la contaminación opacan los luceros, pero estos están ahí, brillando a pesar de que nadie los vea.

—Y yo la cagué cuando me rechazaron en la universidad —concluí, me dolía admitirlo y para evitar el enfrentamiento visual, continué con el cuello alzado.

—No pasa nada. —Él se detuvo a mi lado—. Estoy seguro de que Diane pensaría lo mismo.

Sentí escozor en los ojos cuando escuché el nombre de mamá.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora