Capítulo 20: Identidad incinerada

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Le dije a Max que tenía prohibido mencionar tres cosas:

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Le dije a Max que tenía prohibido mencionar tres cosas:

1. Que pasé la noche en su casa luego de quedar en solo dos sentidos debido a un alucinógeno.

2. Que me metí un alucinógeno.

3. Que estuve la tarde entera en casa de un sujeto ocho años mayor que yo, y que de paso era mi profesor.

Pensé que todo se perdió, que de seguro Max la cagaría, mi padre acabaría echándome de casa y que a mí me asesinaría esa misma noche un vago que se aprovecharía de mi situación de calle. Tras esto, depositarían mi cuerpo en una fosa común y nadie tendría recuerdo alguno de Christian Miller.

En la cena, solo esperé el momento de que Max soltara una imprudencia, pero lo que pasó fue que mi padre le hizo algunas preguntas muy generales acerca de su trabajo y cómo nos conocimos. Para mi sorpresa, Max se mostró cortés y sociable, nada imprudente y, sobre todo, discreto. Habló de la galería en Nueva York, pero no de que terminé alucinando en su jardín, contó la historia del renacuajo endémico, sin embargo, no mencionó que viajé con Joshua.

Mis temores se esfumaron a mitad de la cena y pude disfrutar en paz. Alice no estuvo con nosotros, se encontraba en su cuarto cuidando a Heather, por lo mismo, mi padre tenía prisa por acabar e ir a ayudarla.

—¿Desde cuándo Chris dibuja? —preguntó de repente Max. Tomó su vaso de agua y le dio un trago grande.

Mi padre soltó el tenedor y me miró de soslayo. Yo me limité a llenar mi boca de pasta, atragantarme con ella y a esperar que me asfixiara y muriese ahí mismo.

—Desde que tuvo coordinación para tomar un crayón y pintar las paredes —respondió mi progenitor, me sorprendió el aire nostálgico con el que habló—. Mi exesposa y yo nos resignamos a que él se hiciera cargo de la decoración de todas las paredes.

—Siempre tuviste aire de delincuente juvenil —bromeó Max al mismo tiempo que me daba un codazo—. ¿Y cómo afinó la técnica? ¿Algún curso?

—No se lo digas —le advertí a mi padre. Mi cara se tornó colorada.

—Pero era lo único que querías hacer —me respondió, burlón. Miró al invitado y le dedicó una sonrisa—. Su película favorita era esa del caballo salvaje. —Puse mi cráneo contra la mesa y solo escuché la risa de Max—. Y el disco traía como material adicional un tutorial para dibujar a los caballos.

—Llené medio cuaderno de cientos de caballitos —susurré, muriendo de vergüenza.

Esa libreta ya no existía. Decidí quemarla junto con otras cuando me mudé. No quería carga extra, equipaje del pasado que no me serviría para el futuro incierto que me acechaba.

—Mi exesposa se hartó, ya nos habíamos aprendido las frases del tutorial.

—¿Y algún curso o algo? —interrogó Max—. Es que tiene un nivel muy bueno para el promedio, por eso lo digo.

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