Capítulo 9: Role-Playing

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Deseé ser un fantasma como el de la anciana de la casa de Max, así sería capaz de desaparecer a voluntad y atravesar objetos sólidos sin mayor complicación

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Deseé ser un fantasma como el de la anciana de la casa de Max, así sería capaz de desaparecer a voluntad y atravesar objetos sólidos sin mayor complicación. De haber sido un espectro paranormal, hubiera podido pasar por la puerta trancada de una de las aulas sin necesidad de traer la llave.

Habían cerrado ese salón con seguro y mi portátil continuaba dentro. Tenía quince minutos para recuperarla o si no, reprobarían a todo mi equipo. La presentación estaba ahí guardada y no poseíamos una copia. A mí me daba igual desaprobar, pero no quería ganarme de nuevo una masa de odio por culpa de mi estupidez.

Caminé por los pasillos en busca de un empleado de limpieza, pero no encontré a nadie. Recordé que justo en ese momento la mayoría estaban en su hora de almuerzo.

¿Ley de Murphy, eras tú?

Solo se me ocurrían dos formas de salir librado:

1. Romper la puerta a patadas, recuperar mi computadora, exponer, salvar de reprobar a mi equipo y condenarme a una expulsión segura.

2. Pedirle ayuda a Joshua. Era el hijo no reconocido del director, algo podría hacer. Llevábamos casi dos semanas sin hablarnos, tal y como habíamos quedado después de dejarnos en la estación. Las últimas clases nos limitamos a ser profesor y alumno. Lo único que cambió fue que desistió de ponerme las peores notas para darme las mejores. No lo entendía.

La opción de romper la puerta era la más tentadora, si solo fuera por mí, en realidad no quería más problemas con mi padre. Ya había tenido suficiente con el sermón de una hora que me dio por mentirle.

Vencí mi ansiedad y cambié la dirección a la oficina de Joshua. Los pasillos solitarios del instituto me parecían cada vez más grandes, daba la impresión de que en cualquier momento un desconocido llegaría a acuchillarme por la espalda o que alguna criatura alienígena se presentaría ante mí en la forma de lo que más me asustaba.

Las paredes azul pálido se hicieron más grandes, el timbre de mi móvil con los cientos de llamadas de mis compañeros no ayudaba en nada. Seguro estarían hablando mal de mí y diciendo cosas como: «Es un estúpido, nos metió en problemas a todos» o «No hay que volver a juntarlo, lo hizo a propósito».

Teorías. Rechazo. Soledad. El deseo ávido de dejar atrás la escuela y convertirme en vagabundo. Quizás era lo que me correspondía, andar por ahí metiéndome alucinógenos en la banca de un parque y esperar a que alguna enfermedad o un extraño me hiciera el favor de terminar con mi existencia.

Intenté normalizar mi respiración antes de abrir la puerta, sequé el sudor de mi frente y sacudí mi cabeza como si fuera un perro empapado. Una vez dentro, lo primero que vi fue a Joshua charlando con la profesora de Matemáticas. Era una mujer de unos cincuenta y tantos, arrugada como una pasa y de gafas anchas, apestaba a talco. Cada que teníamos clase me sentía dopado por el aroma que desprendía, por eso me quedaba con la cabeza recargada en el cuaderno mientras Jason pretendía estar entendiendo Integrales simples.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora