Capítulo 41: Nuestro lugar de fantasía

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Esa noche de mayo, fui acreedor de la fortuna de que no hubiese autobuses o mucha gente fuera, las calles estaban casi vacías, así que no tuve problemas para moverme con el coche

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Esa noche de mayo, fui acreedor de la fortuna de que no hubiese autobuses o mucha gente fuera, las calles estaban casi vacías, así que no tuve problemas para moverme con el coche. Harry se agarró del asiento, noté su mirada sobre mis manos y percibí el rechinar de sus dientes. Lo ignoré y continué con mi plan. Aunque odio los bosques, tomé la desviación que me llevaría a esa parte alejada del pueblo, ahí donde están las zonas para ir a acampar y el lago al que tanto quería ir mi madre de pícnic.

Cuando digo que la melancolía me enferma, hablo en serio, y aquella locura era uno de los tantos síntomas de mi mal.

—A esta hora no hay nadie en el lago —expresó, preocupado—, ¿qué quieres hacer allá?

—No sé —dije sin dejar de observar al frente. Las luces estaban prendidas y me encontraba a la expectativa de una curva peligrosa—, mira, ya me cansé de tu manía de estar angustiándote por todo —le espeté.

Me quedé callado analizando mis propias palabras, soné muy como Joshua hablándole a un ansioso Chris en Nueva York. Otra vez su voz retumbó en mi cabeza, junto con el perenne sonido de la máquina del hospital. Escuché con claridad el «te amo» que me decía después del sexo, su risa macabra cada que mencionaba una estupidez e incluso cuando me regañaba por ser un imprudente.

Aceleré más, como si así pudiera huir de esos recuerdos. Sentí el tirón y el motor hizo un sonido exquisito, digno de una de esas películas de carreras con coches antiguos.

—Con cuidado —regañó—, Chris, estás loco. Volvamos.

—No niego que lo estoy —contesté—, y no, no deseo ir de regreso. Dijiste qué harías lo que fuera.

Pisé de nuevo el acelerador y sentí al viento pegándome en la cara, como este me revolvía los cabellos hasta dejarlos despeinados y también a la adrenalina recorrer cada parte de mi cuerpo cuando pude atravesar una curva a esa velocidad. El aire venía con el aroma de los pinos, de la noche y la humedad de la tierra, era casi tan exquisito como el sonido del motor.

Cuando pasamos la parte de las curvas, Harry se relajó, puso música en su móvil y sacó por completo la cabeza por la ventana, como si fuera un perro queriendo inundarse con la sensación del viento. Decidí acelerar a todo lo que ese viejo coche me permitía. La canción que escuchábamos era The trip de Still Corner y me dejé llevar por el ritmo de la guitarra y de la hipnotizante voz femenina de la cantante. Tenía las estrellas delante de mí, un montón de motas blancas esparcidas por el firmamento de la enorme oscuridad.

Un millar de representaciones de mí mismo en la soledad de esa cálida noche.

Harry se incorporó. Lo miré de refilón, estaba con el cabello revuelto y parecía que acababa de tener sexo salvaje con un desquiciado como yo; uno de los que disfrutaba enredar los dedos en la melena de las personas. Hannah encontraba sexy que le jalara el cabello, Joshua por su parte, me regañaba porque decía que lo dejaría calvo.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora