Capítulo 34: En el puente de Brooklyn

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Era la primera vez que pisaba Nueva York sin Joshua

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Era la primera vez que pisaba Nueva York sin Joshua.

No miento cuando afirmo que me sentía extraviado, como si en lugar de estar en una ciudad que ya conocía, hubiese terminado en otro planeta. Un extranjero de este mundo, incapaz de pertenecer a cualquier parte, quizá porque no existía un sitio para él.

Max se había encargado de venir por mí esa madrugada, el alcohol me hizo estragos tanto físicos como mentales, por lo que iba medio inconsciente, con el estómago revuelto, un dolor de cabeza punzante e intenso, pero al menos era incapaz de asimilar mis emociones. Solo respondía a las preguntas de Max como si fuese uno de esos robots ya preparados para decir lo que el resto deseaba escuchar.

Lo primero que hice al llegar a su casa fue buscar la habitación que ya habían designado como mía, me tiré en ese lecho y cerré los ojos con fuerza.

Tuve un sueño extraño esa madrugada: caminaba por los rieles inconclusos de mis planes a futuro, y el tren corría a alta velocidad, dejándome atrás; mi propia vida me sacó. Entonces, me acercaba a la orilla de esos rieles. Todo se cubría por una espesa neblina y percibí la brisa marina abofeteándome. Me asomé fuera de estos, se elevaban y debajo las olas golpeaban los cimientos.

Recuerdo que apreté los ojos y me preparé para saltar a esa agua fría y revuelta. No obstante, desperté gracias a los golpes que le proporcionaba Max a la puerta. Me levanté de la cama y sostuve mi cabeza, esta pesaba y punzaba. Antes de abrirle, analicé lo que mi propia mente había querido decirme y llegué a una conclusión rápida.

—¡Se nos va a hacer tarde! —gritó él—. ¡No me hagas quedar mal!

Hice una mueca, tomé una bocanada de aire y medité un rato sobre la decisión que ese sueño lúcido me había sugerido.

—¡Ya voy! —le respondí, la garganta se me lastimó—. ¡Espera, que tengo que dejar de parecer que me hicieron mierda!

Me estiré para tomar mis gafas. Miré la habitación que tenía a mi alrededor; las paredes grisáceas, la sábana azul, la televisión vieja enfrente y el polvo acumulado en las persianas. Hasta traté de grabarme cómo era el póster de The police en la pared junto a la ventana. Sería la última vez que lo vería y también mi última vez en Nueva York.

La adrenalina comenzó a subir, debía aprovechar mis horas finales para irme de esta vida con algo más que una sensación de amargura.

Después de ese día, me convertiría en el compañero de la anciana fantasma que vive en casa de Max. Ya no me preocuparía más de ser un fracasado en todo y ya no sufriría por lo de Joshua, ya no me mortificaría más por nadie. Mi mente se encontraba tan dañada, que incluso sonreí ante la idea de ver de nuevo a mi madre y por fin pedirle perdón por no ser lo que ella esperaba.

 Mi mente se encontraba tan dañada, que incluso sonreí ante la idea de ver de nuevo a mi madre y por fin pedirle perdón por no ser lo que ella esperaba

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