Capítulo 19: Filtro en blanco y negro

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Casi una semana después, Hannah consiguió el número de uno de los tipos de la heladería; el del guapo de ojos marrones y cabello azabache

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Casi una semana después, Hannah consiguió el número de uno de los tipos de la heladería; el del guapo de ojos marrones y cabello azabache. Ese día salimos del inmueble con celeridad mientras ella trataba de contener los nervios de la emoción.

—Debiste animarte a pedirle el número al otro —dijo al mismo tiempo que me zarandeaba—, imagina la cita doble.

Una mueca de estupor se posó en mi rostro y después la empujé para que se alejara. Hannah rio y yo también lo hice; eran risas genuinas, carcajadas nerviosas que tenían el inexplicable sabor de la adrenalina. La misma sensación adictiva que poseían los besos de Joshua o sus caricias que ardían siempre sobre mi piel.

Hannah y yo pegamos nuestras bocas; mordí su labio inferior, ella metió la lengua y acaricié sus cabellos mientras se aferraba a mi chaqueta vaquera. Era ese tipo de besos que se prohibieron en los pasillos del instituto, los mismos por los que suspendieron a Kevin Belmont y a Melissa —el par que se ponían apodos—, y que terminaban dejando punzadas en los labios.

—Ven a mi casa a cenar —me pidió Hannah tras separarse, comenzó a peinar su larga cabellera con los dedos—. Mi mamá quiere conocer a mi novio.

—Muéstrale una foto y ya —repliqué, metí una mano dentro del bolsillo.

—Ya lo hice y dice que quiere charlar con el tipo que me hace reír en el desayuno y con el que salgo todos los sábados.

—Yo también quisiera hablar con ese sujeto.

Ella me mostró el dedo corazón y se adelantó un par de pasos.

—¿Vienes o no? —insistió.

—Tengo algo que hacer.

—¿Josh? —se paró en seco, volteó y me miró con picardía. Lo único que le solté fue eso, por fortuna no sospechó que fuera el profesor Beckett—. Dile que ya es mi turno.

—No, no es por él —mentí a medias. Vería a Joshua después de clases, pero volvería temprano, me tocaba ir por Max a la estación—. Ya sabes, hay bebé en casa y todo el rollo navideño hace que mi madrastra no quiera que me la pase los viernes fuera.

Eso era verdad. Sin embargo, no me retenía, solo me preguntaba a dónde iba y con quién. Aunque me sintiera menos incómodo, seguía prefiriendo irme para no estropear la cursi postal que formaban los tres como familia. En parte por eso recibiría a Max, quería que tuvieran a otro extranjero de visita y no fuera el único inquilino.

—Qué pereza, mi mamá está igual —masculló—, si no vienes, ya tengo pretexto para salir hoy.

«Otra persona que prefiere evitar su casa», pensé.

Pude haber dado una perorata sobre lo importante que es pasar tiempo con las madres, porque nunca sabes qué va a ser de ellas, que a mí me sucedió lo mismo y seguía siendo incapaz de ir a dejarle flores al cementerio. Sin embargo, preferí ahorrármelo y no ser hipócrita.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora