Capítulo 16: Juguete contra el estrés

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Al abrir los ojos, esperaba encontrarme con que todo se trató de un mal sueño

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Al abrir los ojos, esperaba encontrarme con que todo se trató de un mal sueño. Que en realidad estaba en el cuarto que usaba en mi vieja casa, que abajo apestaba a los panqueques y al café expreso que mamá preparaba, que Harry llegaría en cuarenta minutos para que fuéramos caminando juntos hasta el instituto, que continuaba siendo alumno de honor —invisible, pero nunca molestado—, que jamás llegué a esa ciudad cualquiera en Connecticut y que los nombres: Karen, Jason, Hannah y Joshua, no pertenecían a nadie que conociera.

Para mi desgracia eso no sucedió.

Cuando desperté, me encontré en la cama de Joshua con una sensación de extrañeza surcando por mi cabeza. Los pensamientos rebotaban en ella como lo hiciera una pelota de ping-pong, moviéndose de un lado a otro sin que parezca vaya a dejarse caer.

Joshua yacía junto a mí, dormido y calmado. Envidié su parsimonia de un modo casi enfermizo. Aunque al recordar la conversación que tuve con esa extraña por teléfono, supe el motivo de tanta serenidad. Al levantarme de la cama, noté como mi respiración se entrecortaba, era difícil pasar el aire a mis pulmones y no sabía si se debía al resfriado o a mi ansiedad. Usaba todavía la ropa de hace un par de días y me vi a mí mismo convirtiéndome en un vagabundo con el paso de los meses, dudaba que Joshua me dejara quedar a vivir con él para siempre.

Estornudé, todavía no me había recuperado del todo del resfriado. Recordé que, en la noche, después de que termináramos, Joshua me pidió que me vistiera —lo sentí como una exigencia—, me tiró otra sábana encima y hasta me abrazó para hacerme entrar en calor. Sus acciones me confundían, me hacían comenzar a dudar sobre la idea de tomar todo como un juego, aunque la posibilidad de que esa fuera su forma de jugar también rebotaba de la misma forma en la que lo haría una pelota por mi subconsciente.

Se trataba de una diversión para él y nada más. Además, se supone yo había pretendido hacer eso mismo. Me planté ese pensamiento en la cabeza, justo en medio de la pelota que ambas paletas no dejaban de pasarse, haciendo que esta se estrellara, cayera y se detuviera de una maldita vez.

Miré a la ventana y toqué el vidrio empapado por el rocío. Delante de mí no tenía más que una especie de panorámica de la ciudad en la cual podía ver las copas de los árboles del parque de enfrente, a las personas pareciendo liliputienses y a los techos de las casas, quizás entre ellos la de mi padre.

Suspiré largo y dejé vapor sobre el cristal. Por momentos sentía que así veía mi propia vida: bajo una estela de neblina que volvía todo borroso y que por más que quisiera limpiarla con las mangas de mi chaqueta, no se podía. Había instantes en los que sentía que conforme pasara el tiempo, aquello se iría volviendo menos nítido hasta llegar a la penumbra total.

Quizá por eso me gustaba ponerle exceso de color a lo que dibujaba o pintaba en ratos de ocio. Era cuando los tonos de las cosas que veía o imaginaba volvían a tomar la saturación adecuada.

Caminé hasta donde dejé mis zapatillas negras y me las puse a medias, con los talones por fuera. Se me pasó la idea de que caminaba extraño e incluso pensé en despertar a Joshua y preguntárselo, pero descarté aquello, era demasiado raro hasta para mí. Salí de la habitación como si al ponerme los zapatos hubiera también colocado rocas. En el salón se encontraban todavía nuestras cajas de pizza, las latas a medio acabar y el piso pegajoso por la guerra que iniciamos.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora