CAPÍTULO PRIMERO

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Una presión en el pecho me causaba dificultad para respirar. Sentí la necesidad de coger aire a bocanadas, pero aun así, intentándolo una y otra vez, no conseguí sentir alivio. Inspiraba por la boca de forma compulsiva y espiraba rápidamente para volver a inspirar. Me senté de golpe en la cama.

_¡Ya está bien! Ni un día más.

Me levanté decidida. Metí varias prendas en una maleta, además de la Tablet, el portátil, mis papeles y unas cuantas fotos en otra más pequeña junto con mis zapatos. Coloqué la bolsa de aseo dentro de la mochila que llevaba en la mano y me armé de valor. Marqué el número de mi madre y le comuniqué que iba a verla sin desvelarle cual era el fin. Más tarde llamé a mi hermano y me despedí de él con mucho dolor. Tan solo unas horas antes había sacado un billete de ida al lugar donde había soñado vivir durante mucho tiempo. El tren salía a las 16:00 horas. Cogí el autobús en la plaza para ir a la estación de trenes de mi pueblo, allí cogí un tren que me llevó a otra estación, para coger otro con destino a Portugal. El viaje fue largo, no lo voy a negar, pero llevadero con un poco de lectura y algunas páginas que garabatear. El cansancio me venció en alguna ocasión y me hizo cabecear, asustándome al despertar.

Cerca de las 2:00 de la madrugada, hora visible en los relojes del tren, me di cuenta que llegábamos al final del trayecto. Me cautivaron las luces que vi a lo lejos, tan diminutas y brillantes, que según iba ralentizando el paso el tren, se iban haciendo más grandes. 

No fuimos muchos los pasajeros que nos quedamos allí. Tampoco era una hora muy buena. Puse los pies en el andén y la brisa fresca que heló mi piel sacudió mi cabello dejándolo encrespado y alborotado. No tuve más remedio que buscar una chaqueta que llevaba en la mochila para serenar la frialdad. Tan solo a unos cuantos pasos de donde nos había dejado el tren, se encontraba la parada de taxi a la que estaba deseosa de llegar. Un tercer vehículo me recibió a mí. 

_¡Buenas noches! _saludé. 

_Buenas noches.

_¡Anda! ¿Es usted español? _pregunté con entusiasmo mientras le veía cargar las maletas y guardarlas en el maletero. 

_No hija, pero me casé con una española. _lo observé con detenimiento, era un señor de mediana edad, con cabellos grisáceos y alguna arruga que otra. 

_¡Que bien! Tenga, llevo la dirección apuntada en un papel.

_Llegaremos enseguida muchachita, está muy cerca. _dijo el taxista mientras leía el papel. 

_¿Cómo se llama usted? _pregunté con la intención de mantener una conversación.

_Juan, me llamo Juan, ¿Y usted?

_Ana.

_¡Bonito nombre! Mi mujer se llama como usted. ¿Ha venido para quedarse mucho tiempo?

_No lo sé. _dije de forma contundente.

_Entiendo... tranquila, no tiene que decirme nada.

_¡No, no, es que no lo sé!

El resto del viaje lo hice en silencio. Juan no dejó de observarme por el retrovisor, y yo de observarlo a él. Intuí en su mirada que le causaba preocupación. Fueron unos minutos algo cortantes, pero enseguida se agotaron. Al cabo de un cuarto de hora, llegamos al destino. Miré por la ventanilla y vi unos edificios de mediana altura y más bien viejos. Entremedias de ellos, resaltaba uno blanco con dos columnas del mismo color que enmarcaba la puerta de entrada. Había reservado una habitación en una pequeña pensión recomendada por unas amigas. ¡Y allí  delante de ella, me encontraba plantada! 

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora