CAPÍTULO VEINTICINCO

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Llegué a casa acompañado por Pedro y mi hermana, que por cierto no se separaban nunca. Ana  se fue a trabajar a pesar de mis peticiones porque no lo hiciera. Su sentido de la responsabilidad era siempre un punto a su favor. 

Las repetidas crisis me habían pasado factura y me sentí más debilitado de lo que pensaba que estaría. Sentí miedo por primera vez de verme incapacitado. Decidí tomarme las recomendaciones de Pedro en serio y llevar una vida saludable y tranquila. No es que no lo hiciera con anterioridad, pero sabía que podía mejorarlo. Los últimos acontecimientos me sirvieron de aviso.

Pedro y Sara se quedaron a cenar para acompañarme. Mi amigo fue a buscar algo de cena a un italiano que estaba cerca de casa y al que nos gustaba acudir de vez en cuando. Me sentí algo cohibido al tener a Sara todo el rato merodeando alrededor mío. Intenté trasladarme a mi habitación, solo, para estar algunos momentos en soledad, pero Sara venía detrás de mí cada vez que me movía. En un momento dado en el que compartíamos conversación, salió el tema de mis padres y mi enfado fue en aumento. Dejé pasar las horas e incluso decidí dejar pasar la noche para retomar el tema. El recuerdo de las palabras de mi madre sobre Ana me enojaba de tal manera, que levitaba. 

Le pedí a Sara que me acompañara al día siguiente al hotel para terminar unos temas pendientes y después ir a comprarle un vestido a Ana para el evento. Por supuesto dijo que sí. Entré en la habitación para darme una ducha y ponerme cómodo y mi hermana apareció por allí. 

_Voy a darme una ducha, Sara. _informé con la intención de que me dejara solo.

_Bueno, yo me quedaré aquí. _Miré hacia ella que alzaba las manos a modo;  "porqué te estorbo aquí". 

_Como quieras, pero estoy bien, no te preocupes.

_¿Te da vergüenza que te vea desnudo?

_No hermanita, no me da vergüenza, hace muchos años que la perdí contigo.

_Mejor, no tienes nada que no tengan los demás.

_¡No me obligues a taparme los oídos! ¡Seguro que quieres contarme cómo tiene las pelotas Pedro! _Sara se tiró por los suelos y se desparramó boca arriba con las piernas encogidas a modo de una especie de cucaracha, muerta de la risa_. ¡Pues ya te aviso de antemano, que estoy harto de vérselas! _dije muy serio. 

_¡Qué suerte hermanito! _contestó descarada y sin parar de reír. 

_¡Sara, por favor!

_¿Te vas a escandalizar por contarte mis encuentros con Pedro?

_¡Estás con mi mejor amigo! No quiero saber nada.

_¡Pero... si te he contado siempre todo!

_Sí, pero con Pedro es diferente.

_¿Por qué?

_¡No lo sé, pero no quiero escuchar tus intimidades!

Volvió a retorcerse de la risa tirada en el suelo. La miré embobado, admirando su forma de ser. Era otra loca maravillosa como Ana. Ana, Ana, Ana... no podía quitármela de la cabeza, en cualquier conversación o en cualquier pensamiento que tenía aparecía sin pedir permiso.

Entré en la ducha dejando a mi hermana en pleno ataque de risa. Sentí el agua caer sobre la cabeza y experimenté una sensación de relax inmenso. Los momentos ducha me aclaraban bastante las ideas, algunas veces las alargaba un poco para poder pensar. Saqué una conclusión: Necesitaba sentirme libre de ataduras y compromisos, los últimos años había vivido para sacar adelante los hoteles, en especial "Oporto", y era hora de pasar página y dedicarme a mí mismo. Cuando salí de la ducha me encontré a Sara hablando por mi teléfono, la miré y leí en sus labios el nombre de Ana.

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora