CAPÍTULO DÉCIMO QUINTO

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Intenté contenerme, pero no pude, Ana me hacía sentir tantas cosas, que no podía guardármelas para mí. Deseoso de volver a casa, había adelantado el vuelo con la intención de verla esa misma noche. Leí durante un rato hasta que los ojos me pesaron tanto que no pude seguir. Me coloqué del lado derecho de la cama, costumbre que había adquirido de pequeño gracias a mi madre, que me había leído cada noche de ese lado para ayudarme a conciliar el sueño. 

Los dos siguientes días en Italia se me pasaron más rápido de lo que pensé. Las reuniones me ocuparon la mayor parte del día y los almuerzos y las cenas, como era de costumbre, me distrajeron bastante. Hubo un tema que me preocupó durante mi estancia allí. Jaime. Ana se mostró varios días más seria de lo habitual y tuve claro cuál era el motivo. 

Quedé en deuda con Pedro por el favor que le rogué en los días de mi ausencia. Siguió a Ana cada noche que falté, hasta la pensión, para asegurarme de que llegaba bien. Por supuesto cada vez que me llamó para darme las buenas nuevas, me repitió de forma incansable lo loco que estaba. 

Con las maletas hechas, regalos guardados en una bolsa de mano y el billete preparado, salí del hotel y me monté en un taxi que me llevó al aeropuerto de Florencia. El día había sido agotador. Conseguí cerrar los temas pendientes a última hora. No quería pasar ni una noche más fuera. Descansé las tres primeras horas, pero el estrés de los últimos días me había pasado factura. Me tomé un analgésico que calmó un poco el dolor y me dejé dormir otro rato. Los fuertes dolores de cabeza estaban empezando a mermar mis capacidades y no estaba dispuesto a estropear mi encuentro con Ana. Nada más pisar suelo portugués, escribí un escueto mensaje y me tomé otro analgésico. 

_Espérame en el hotel.

Me dispuse a coger el coche y volví a recordar la noche que compartí con Ana en el barco. Esa imagen casi desnuda y empapada, me había acompañado durante todo el viaje a Italia y me mantuvo martirizado día y noche. El frente abierto del fin de semana me preocupaba un poco. ¡Otro momento como ese y no podría contenerme!

Llamé a Magdalena para ponerla en aviso de que llegaba y que a lo mejor Ana no dormía en la pensión. No estuve seguro de acertar con lo que hice, pero con la esperanza de hacerlo, actúe. 

Conduje hasta la puerta del hotel y aparqué donde solía hacerlo. No puse la radio durante el trayecto temiendo despertar a la fiera que llevaba dentro. Cinco minutos antes de las 00:00 recibí un mensaje de Ana. 

_Hola, Juan. Siento decirte que Miriam no se encuentra bien y me voy a pasar la noche a su casa para hacerla compañía. Vamos a coger un taxi. Tengo muchas ganas de verte. Si quieres en un rato hablamos.

El dolor de cabeza me golpeó de lleno, sentí tal angustia que no pude reprimirlo. Agarré la cabeza con ambas manos haciendo coincidir los pulgares con la sien, y apreté durante más de cinco minutos haciendo círculos para calmarlo. Solía funcionar, pero ese día no fue el afortunado. Volví a leer el mensaje y arranqué el coche sin contestar. El trayecto de vuelta a casa fue duro. Por un momento pensé que tendría que parar para descansar y más tarde continuar. Con mucho esfuerzo llegué a casa y aparqué. Bajé del coche sujetándome en la puerta y subí las escaleras agarrado con ambas manos a la barandilla. El dolor de cabeza se había condensado y me nublaba la visión. A tientas, conseguí abrir la puerta y entré directo a tirarme al sofá. Necesitaba tumbarme a oscuras para mejorar. 

No sé cuánto tiempo estuve así, pero en todo ese tiempo no dejó de vibrar el teléfono. No pude contestar ni mirar los mensajes. Tan solo atiné a sujetar mi cabeza para mitigar el dolor. Pasadas unas horas, ladeé el cuerpo para apoyar una mano en el suelo y empujar con ella para conseguir incorporarme en el sofá. Abrí los ojos e intenté de forma continuada enfocar hasta que lo conseguí. Alcancé a encender una lámpara que tenía cerca. Gradué la intensidad y miré la hora. Eran las 03:05. Me eché hacia atrás para buscar el móvil que había tirado con anterioridad en el sofá y cuando lo encontré, abrí los mensajes. Contesté a Pedro, a Sara, a mis padres y por último a Ana que me había enviado varios. 

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora