CAPÍTULO VEINTIOCHO

777 98 124
                                    



Anduve incesante y de manera inconsciente por el hotel sin apartar los ojos de la puerta principal. Notaba las palpitaciones de mi corazón más aceleradas de lo normal. Estaba deseando verla llegar. La recepción del mismo estaba lleno de gente desconocida, muy bien vestida y con muchas ilusiones. Los dos últimos días, Ana y yo, habíamos tenido poco tiempo para nosotros, pero no me importó, de alguna manera habíamos conectado más interiormente.  

Notaba por primera vez en la vida que mis nervios se apoderaban de mí, estaba intranquilo porque la madre y el hermano de Ana venían a apoyarla para darle una sorpresa y los iba a conocer. No estaba acostumbrado a ese sentimiento. Supuse que ya se habían encontrado, puesto que desde el medio día no habíamos hablado. Lo último que me mandó fue un audio en el que me contaba que no podía comer absolutamente nada y que tenía el estómago cerrado a causa de los nervios. Decidí no agobiarla. 

Para ella era algo importante, y para mí, compartirlo con ella también. No sabíamos si tendría la suerte de obtener una valoración positiva, esos eventos tan grandes tenían oportunidades, pero no para todo el mundo. Deseé que no perdiera la ilusión de convertirse en una escritora reconocida como anhelaba, y tuve miedo de que no supiera afrontar una decepción. Desde un principio siempre se mantuvo firme en el deseo de no utilizarme para acortar su camino. Primero me frustró, pero luego me enorgulleció. Aquello trajo algún quebradero de cabeza que otro. Mis padres que habían aceptado a la fuerza la relación que mantenía con Ana, no entendieron que no la hiciéramos pública a nivel social aprovechando el momento. Y más cuando se enteraron de que era Ana la que no quería.   

Intenté ocupar el día con temas que me distrajeran, por la mañana me acerqué a visitar un par de terrenos que me habían aconsejado, acompañado por Sara y Pedro. Uno de ellos me gustó bastante. También pedí consejo a un antiguo compañero de la escuela que se dedicaba a este  mundillo y me ayudó en lo que pudo. Él tenía una granja ecológica como la que yo quería crear y me explicó que debía buscar. 

Es cierto que estaba entusiasmado con la idea de fundar algo propio, todo de lo que me había ocupado hasta entonces, ya estaba en marcha. Lo más interesante que hice fue recuperar el hotel de Oporto y hacerlo funcionar.

La idea de dedicar mi vida a algo que me llenara de verdad, cada día se hacia más patente. Me podía la ilusión y las ganas de crecer. 

En uno de los paseos que hice por el hall, vi llegar a mi hermana cogida del brazo de Pedro. Estaba espectacular, soberbia como era ella y orgullosa de lucir del brazo de mi amigo. Habían decidido mostrarse ante todos a sabiendas que causarían estragos. Por supuesto a mis padres no les agradó la noticia, pero tampoco se opusieron. Pedro era un buen partido y para ellos era algo importante que tener en cuenta. Me dirigí a saludarlos. 

_Hola, chicos. Estás preciosa, Sara. _Sonreí y me acerqué a besarla en el carrillo. 

_Hola, chaval. ¿Y yo? _pregunto Pedro de forma jocosa.

_Tú también estás precioso. _dije de buen talante y sin apartar la vista de mi hermana. 

_¡¿Ya estáis otra vez?! _Sara resopló y cambió el gesto.  

Era difícil no entrar en piques con Pedro, llevábamos muchos años siendo amigos inseparables y por ello teníamos una afinidad grotesca. 

_Es lo que tiene estar todo el día juntos. _respondí.

_¡Pues dejarlo estar! Gracias hermanito, tú estás guapísimo. _Se acercó hasta mi oído y me habló en voz baja_. Cuando Ana te vea, se te tirará al cuello. Ya verás cómo se le olvida eso de no querer reconocer en público que sois pareja.

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora