CAPÍTULO DÉCIMO

965 115 169
                                    


Durante los minutos que tardé en llegar al vestuario, me tropecé tres veces, al intentar vestirme lo más rápido posible, me abroché coja la camisa, y al calzarme, me puse los zapatos contrarios. Fueron avisos de que el día no iba a ir por buen camino. 

_Hola, chicos. Buenas tardes. _saludé nada más llegar a la sala. 

_Hola, Ana. ¿Qué tal? ¡Te he visto hablando con el señor Juan en la puerta! ¿Ha habido más quejas? _preguntó, Miriam, preocupada.

_No, no, era referente a un evento que se celebrará en el hotel.

_Hola, Ana. _interrumpió, Jaime. 

_¿Qué tal? _respondí dando pie a una conversación. 

El principio de la jornada fue tranquilo, no hubo ningún pedido. Charlamos sobre locales de moda y el futuro evento del hotel. No hice comentarios al respecto que me involucrara, pero dejé entrever que me apasionaba el tema. A media tarde recibimos una llamada y me levanté para coger el teléfono. Mis pies no se habían reconciliado y me hicieron caer de bruces. Sentí un tremendo dolor en la frente al chocar contra el suelo. Por un periodo corto de tiempo debí perder la conciencia. Cuando desperté, estaba tumbada en el sofá con un paquete gigante de guisantes que ocupaba toda mi cara. 

_¡Ana, llamamos a un taxi y vas al hospital! _dijo alarmada Miriam cuando volví al planeta tierra.

_No, no hace falta, estoy bien. _dije con esfuerzo.

_¿Qué estás bien, Ana? ¡Tienes dos cabezas! _gritó histérica Miriam.

_Muy graciosa, Miriam.

_Ana, tienes que ir a que te hagan una radiografía, tienes un buen golpe. _dijo Jaime un poco asustado. 

_¿Síiiiii?

_Sí, Ana, deberías de ir. Ahora mismo llamo. _insistió Pablo. 

Llamaron a recepción para informar del accidente y el hotel se hizo cargo de todo, pidieron un taxi y me mandaron al hospital. Al ponerme de pie noté como me retumbaba la cabeza. Caminé con ayuda de los chicos hasta la puerta, y esperé a que llegara el taxi. Esa vez no me costó trabajo cruzar la dichosa puerta, pero tampoco estaba dispuesta a esmorrarme todos los días para conseguirlo. Al entrar en el taxi me mareé un poco, pero al minuto de estar sentada, mejoré. Durante el trayecto me percaté de que la bolsa de guisantes había dejado de ser consistente y se había convertido en guiso. Una de las veces que me aparté la bolsa para tocarme la frente, vi como el taxista me miraba por el retrovisor y abría los ojos alucinado. Me preocupó ver su reacción. Paró el coche en la puerta de urgencias y salió literalmente corriendo para ayudarme. Una vez fuera me pidió que me esperaba apoyada en el coche y fue a buscar un celador para que me trasladara. No tardaron en atenderme, primero pasé por un pequeño chequeo y unos minutos más tarde, me atendió un traumatólogo. Pasó más tiempo tranquilizándome que reconociéndome, ya que me había ido poniendo nerviosa según pasaba el tiempo. Me explicó que la frente siempre se inflamaba mucho y que me iban a hacerme una placa de control para descartar una posible fractura, pero que parecía ser solo el golpe. 

Estaba sentada en una silla de ruedas dentro de una sala de espera moviendo los pies de forma continúa y golpeando el reposabrazos con los dedos de la mano derecha, cuando escuché la voz de Juan.

_¡Ana!

_¿Quéeeeee? _chillé asustada. 

_¡¿Estás bien?! _preguntó acercándose hasta donde estaba y agachándose delante de mí.

_¡Pues no sé! ¡Creo que me acaba de dar un infarto!

_Pero... ¿Qué te ha pasado?

_¿Qué haces aquí? _pregunté sorprendida.

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora