CAPÍTULO VEINTEAVO

673 93 110
                                    


Atravesé aquella encrucijada sin pararme a pensar. Mis ojos tenían un objetivo fijo cuando llegué al hotel. Por tercer día consecutivo, la luz del despacho de Juan estaba apagada. Me dio un vuelco el corazón al comprobar que volvía a faltar. Intentando recapacitar sobre lo acontecido, decidí seguir dándole el tiempo que yo le había pedido. 

Miré mis pies para comprobar que los pasos que daba, avanzaban. El camino a las taquillas se eternizó de tal forma que conté cada baldosa que pisé hasta llegar. Me cambié de ropa a cámara lenta y me senté en el banco con la intención de atarme los zapatos negros del trabajo. Los observé a distancia y odié tener que llegar hasta ellos para crear una lazada.  

Me puse de pie reprochándome a mi misma la petición que le había hecho a Juan unos días atrás. Estaba segura de que iba a trabajar por la mañana temprano para terminar antes de que llegara yo y no encontrarse conmigo. De forma mecánica, llegué hasta la sala justo un minuto antes de las 19:00. Lo primero que vi, fue a tres personas extrañas entre sí. 

_Buenas tardes. _dije.

_Hola, Ana, ¿Qué tal estás hoy?

_Bien, gracias, Miriam, y ¿Tú?

_Bien también, ven siéntate aquí, quiero enseñarte algo.

Miré hacia los chicos que me saludaron con la mano sin pronunciar una palabra.

_¿Te pasa algo? _preguntó Jaime de forma soberbia al darse cuenta que los seguía mirando de forma fija.

_Sí, me pasa.

_Y... ¡veo que quieres contárnoslo!

_Así es. Sí me dais permiso, me gustaría compartir algo con vosotros.

Observé como Jaime miró a Pablo y ambos hicieron un gesto con la cara.

_Por mí no hay problema Ana, adelante.

_Gracias, Pablo. _dije girándome hacia Miriam y alzando las cejas para aleccionarla. 

_Miriam, ¿Te importaría venir aquí con nosotros?

_No, por supuesto que no. _dijo levantándose y acercándose. 

_Vamos a sentarnos todos juntos aquí, quiero enseñaros algo. Por favor... me gustaría que lo hiciéramos como cuando llegué aquí, sin dejar distancia entre nosotros.

Sin titubear, nos sentamos unos al lado de los otros, y sin dejar sillas en medio como en los últimos días. Me senté al lado de Jaime después de esperar a que todos lo hicieran. Tenía de frente a Miriam, y a su lado, muy cerca, estaba Pablo.

_Bueno, no sé cómo empezar... y como no sé... lo mejor es comenzar a contar lo que siento e intentar hacerme entender. Lo más importante para mí en la vida, es ser feliz. Sea como sea, cada uno elige un camino en la vida, aunque a veces el camino te elija a ti. Cuando llegué aquí, por suerte nunca me sentí sola. Me hospedo en la mejor pensión de Oporto y no es por el lugar, sino por quien está allí. También encontré trabajo en el mejor sitio, y... no es por el trabajo, sino por quienes me recibieron como si me conocieran de toda la vida. No me gusta llegar aquí y sentirme sola. Amaba llegar al trabajo para estar con vosotros. Pero las cosas han cambiado. Exigimos sin derecho en vez de acoger lo que ofrecemos. No hay relaciones esclavas buenas, las verdaderas son libres y dan sin pedir nada a cambio. Aquí somos cuatro personas que hemos vivido cosas en común y tenemos historias diferentes. Por ese motivo os propongo una cosa; os leeré una misma historia contada por dos personas distintas. Primero os contaré la historia desde un punto de vista neutro y más tarde os leeré las otra dos versiones. ¿Queréis? _pregunté mirando a cada uno de ellos a los ojos. 

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora