CAPÍTULO VEINTISIETE

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Paré y me senté en la arena para admirar la belleza tan inmensa que tenía ante mí. El mar en todo su esplendor. Adoraba poder salir a correr temprano cerca de él. También adoraba encontrar la playa vacía y con la arena lisa. Allí sentada, me dejé invadir por su fuerza y recargué energía. Cerré los ojos para escuchar la sintonía de las olas. Y los mantuve abiertos para observar como se pintaba la orilla de blanco debido al salitre que arrastraban.

Sintiéndome agradecida por disfrutar de semejante entorno, me levanté en busca de las zapatillas que había dejado cerca de una de las entradas a la playa. Me encaminé a ellas. Cuando las rescaté, subí dos pequeños peldaños que me separaban del paseo y me senté en el último para sacudirme los pies y calzarme las zapatillas. 

De regreso, iba confirmando lo que hacía tiempo que sabía, que aquel era mi lugar. Amaba Oporto. Me dirigí hacía la casa de Juan por la calle de la panadería esperando que estuviera abierta. Unos metros antes de llegar hasta ella, me inundó un rico olor que descubrió el enigma. 

_Buenos días. _dije empujando la puerta para pasar. Un tintineo avisó a la tendera de que entraba. No le había prestado atención la vez que entré con Juan. 

_Buenos días. _Era una muchacha bastante agraciada, con cara amable.

_Quisiera una barra de pan, por favor. ¡Qué bien huele! _Miré hacia el mostrador que había a mi derecha, estaba repleto de atractivos dulces y se me hizo la boca agua. 

_Sí, ahora mismo te la doy, ¿Quieres la que siempre se lleva Juan? _Levanté la vista y miré hacia ella que se disponía a cogerla sin que yo contestara.  

_Sí, por favor. _contesté sorprendida porque se acordara de mí. 

_Aquí tienes. _Metió la hogaza en una bolsa de papel y alargó los brazos para que la alcanzara por encima del mostrador. 

_¿Cuánto le debo?

_Ochenta céntimos.

Busqué en el bolsillo del pantalón. Me había echado un par de monedas. Pagué y me despedí preguntándome cuántas chicas había llevado Juan a la panadería. Borré enseguida de mi mente la absurda pregunta y me encaminé a su casa royendo pan. Al llegar me fijé que el suelo de la planta baja estaba mojado y que las ventanas estaban abiertas de par en par. Aligeré el paso y subí las escaleras lo más rápido que pude. Saqué la llave de mi calcetín y abrí la puerta. Antes de cerrar dejé las zapatillas apoyadas en la pared de fuera. Caminé sigilosa hasta la habitación y me encontré la cama hecha y las ventanas abiertas, al igual que las de la planta de abajo. Me di la vuelta con las mismas y fui en su busca pasando primero por la cocina y llegando hasta la terraza donde se hallaba tumbado en la hamaca leyendo un libro. 

_Buenos días. _Se sorprendió. No me había escuchado entrar y se sacudió un poco al escuchar mi voz.

_Buenos días, amor. _dijo girando la cabeza hacia la puerta. 

_¿Qué tal amaneciste? _Di varios pasos hasta llegar a él y me agaché para alcanzar su boca. 

_Bien, aunque me gusta más despertarme a tu lado. 

_Me levanté temprano y salí a correr, llevaba mucho tiempo sin hacerlo y lo echaba mucho de menos.

_Yo también. _Puso cara de pena.

_Pronto saldremos juntos. Hoy he corrido por la playa y me he acordado del día que me echaste arena en los ojos. _Alcé las cejas y puse la cara de medio lado.

_¡Ohhh! ¡Cómo olvidarlo! ¡Cada vez que me acuerdo! _Soltó el libro y se llevó una mano a la frente. 

_No importa, casi ni me acordaba.

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora