CAPÍTULO SEGUNDO

973 84 9
                                    


Conseguir trabajo en solo un día de búsqueda, me ocasionó una gran locura transitoria. Pasé el día entero metida en la pensión colocando: el armario, los enseres, unas fotos por aquí, otras por allá... Bajé a comer con Magdalena y Ángel, su marido, un hombre callado, serio y muy conformista, desde mi punto de vista ya que todo lo que decía su mujer le parecía bien. No había nadie más para comer, ya que ningún inquilino se solía quedar, me estuvo contando Magdalena. Normalmente comían fuera y cenaban con ellos. Para ella era como recoger por la noche a sus pollitos y custodiarlos, les cogía cariño a todos y los cuidaba como a hijos. Terminamos de comer y agradecí tan buena tertulia. Aunque tan solo la mantuviera con Magdalena. Ángel activó el mute toda la velada. 

Ayudé a recoger otra vez el comedor y a Magdalena no le gustó. Pagué el menú con la cantidad que estaba indicaba en un cartel que tenía colgado en la puerta del comedor. Cuando abrió la mano para coger los cinco euros, se quedó parada sin terminar de hacerlo. 

 _¡Tengo una idea hija!

 _¿Cuál? _pregunté curiosa. 

_Toma tu dinero Ana, he pensado que podías ayudarme con el comedor y a cambio te ofrezco la comida y la cena.

Miré hacia Ángel, no movió la cabeza ni hizo gesto alguno que me dejara entrever qué le parecía la sugerencia de su esposa. 

_Pues no sé qué decir, la verdad.

_¡Di que sí! Ana, no puedo pagarte nada, voy muy justa con los precios para poder ayudar a la gente joven y trabajadora. Y sé de sobra lo bien que te vendría no tener que pagar los menús. No puedo ofrecerte otra cosa, y... además ya me voy sintiendo muy cansada, con lo que agradecería un poquito de ayuda. 

Sentí una punzada en el corazón. Fue muy directa y me gustó mucho el ofrecimiento. Sopesé durante unos segundos la respuesta que tenía de primeras. Era cierto que me gustaba ayudarla y que me vendría muy bien no pagar los menús, pero sentirme obligada a hacerlo, no era lo mismo. 

_Me siento muy agradecida, no sabe cuánto. Cuando la ayudo lo hago encantada sin esperar nada a cambio. Si esto se convierte en una obligación, no será lo mismo. Contaba con tener tiempo para mí y entre el trabajo en el Hotel y ayudarla a usted, no lo tendré. 

Mi tono de voz fue un poco serio, no quería entristecerla pero me fue imposible mentir, otro defecto de los muchos que tengo.

_Eso no es un problema Ana, sé que algunos días no vendrás, otros saldrás, otros no tendrán ganas, pero sé que muchos otros sí estarás y me vendría muy bien tu ayuda. No quiero comprometerte a nada, solo quiero que lo pienses.

_Está bien, lo pensaré, muchas gracias. Pero por ahora pagaré mis comidas, o no comeré aquí.

_Creo que podemos estar así hasta mañana, así que no discutiré más contigo, Ana.

_Perfecto, Magdalena. Ahora me subo al cuarto, terminaré de acoplarme y llamaré a mi madre para contarle todo. Algunas veces paso horas hablando con ella por teléfono y puede que esta ocasión así lo requiera. 

Me eché a reír y Magdalena me acompaño con una adorada sonrisa. No era verdad del todo, pero sí que hablábamos mucho tiempo. El agravante de estar alejadas... alargaba las conversaciones.

Llegó la hora de cenar, mucho más temprano que en España. Sobre las 19:30 horas acostumbraban a hacer la última comida del día, y con el tiempo averigüe cual era la sabia razón. Me costó acostúmbrame un poco, la verdad sea dicha, ¡con lo que me gusta comer y las horas que paso despierta desde la cena hasta que me acuesto...!

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora