CAPÍTULO DÉCIMO CUARTO

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Dormí toda la noche del tirón después de hablar con Juan durante dos horas. Al día siguiente me reincorporé al trabajo y para llegar al hotel, opté por un largo paseo. Echaba de menos la liberación que conseguía caminando y recordé mientras andaba las pateadas que hacía por Madrid. Aparecí en el río como por arte de magia, cosa que no me importó porque es para mí, el lugar con más magia de Oporto. Tanto de día como de noche es un entorno digno de visitar y disfrutar. ¡Qué podría decir del primer día que vi el río iluminado por las luces de los barcos que navegan por sus aguas, las luces de los puentes y de las farolas que avistaban su curso! Aquel día me enamoré.

Tuve tiempo para sentarme un rato en un banco cerca de la orilla. El sonido del agua me llevó a soñar despierta e inventé historias sentada allí, imaginando a cualquiera que se acercaba o paseaba a mi alrededor, dentro de un cuento encantado. Algunas veces al volver a la realidad y darme cuenta de a quien había vestido de caballero o princesa, me reía sola mirando para el afortunado personaje involuntario. Uno de los motivos que me empujó a salir de mi entorno y buscar un sitio donde hallarme, fue la incomprensión que sentía de forma constante ante mis fantasías. Después de luchar durante un tiempo contra mi misma para encajar, decidí que la única lucha que merecía la pena era la de conseguir ser feliz. Salí hacia el hotel treinta minutos antes del comienzo de la jornada. Una vez llegué a la puerta, me planté delante de ella desafiándola de nuevo, o a mí. Intenté buscar el momento idóneo para cruzarla, pero la muy condenada, se movía incluso más deprisa cada vez que me acercaba. Aproveché que entraban dos caballeros para colarme detrás de ellos y cuando iban a salir me sujeté a uno por la chaqueta hasta verme liberada. Miré hacia ellos a modo de disculpa y ellos lo hicieron hacia mí de forma divertida sin ofenderse por el atrevimiento. Llegué enseguida a la taquilla donde me cambié de ropa y comprobé como había engordado en los días que no había hecho deporte. Me abroché con bastante trabajo y fui aguantando la respiración hasta encontrarme con mis compañeros, donde desabroché el botón de la cinturilla y respiré aliviada. 

_¡Hola chicos!

_¡Hola, Ana, qué alegría verte!

_Hola, Miriam, yo también me alegro mucho de verte. _dije a la vez que recibía su envestida en forma de abrazo. 

_¿Cómo te encuentras?

_Ya estoy bien, gracias. _dije contestando a Jaime que había formulado la pregunta algo apático.

_Sí, estás muy bien. _comentó de forma jocosa, sin entender el motivo por el que lo hacia. 

_¡Tengo muchas cosas que contarte, Ana! _dijo Miriam entusiasmada. 

_¡Si solo he faltado una semana! _contesté. 

_En una semana pasan muchas cosas.

_¡Ni que lo digas! _dije pensando en Juan. 

Miriam me puso al día de los cotilleos del hotel. Le gustaba estar al tanto de todas las chorradas y líos amorosos que había alrededor. Lo cierto es que lo hacía de forma graciosa, creando películas de tan solo algún rumor que otro. Me encantaba estar con ella y hablar de cualquier cosa, era muy entusiasta. ¡Hasta consiguió que un día fuera a espiar con ella al cocinero y al pinche, porque estaba convencida de que estaban liados!

La tarde comenzó tranquila, pero a eso de las 21:00 llegaron los pedidos y acabaron con nuestra puesta en punto. Antes de empezar con las horas más movidas, había notado que Jaime me hablaba de forma diferente. Cuando salimos del hotel, Miriam y yo nos retrasamos un poco hablando de su relación con Pablo. Estaba preocupada porque él se había cansado de esperar a que ella diera algún paso más y le había pedido formalizar la relación obviando las peticiones de relación liberal que exigía Miriam. Una vez en la calle, después de esforzarme mucho para salir del hotel, nos fuimos a tomar una copa con los chicos. A las 00:10 sonó mi teléfono y me aparté para cogerlo. 

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora