CAPÍTULO DÉCIMO SEGUNDO

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Me entristeció el hecho de que se fuera a su casa, sentí su marcha aun habiendo pasado el día  juntos. Entré y saludé a Magdalena y Ángel y subí a la habitación para refrescarme un poco. Mientras me daba una ducha más bien fresquita, no dejé de pensar en las sensaciones que había tenido durante todo el día. Intenté analizar la situación con algo de calma, recordando momentos y palabras y también los besos que nos habíamos regalado. Sentí las famosas mariposas en el estómago, tal y como había leído millones de veces en novelas de amor.

Determiné que Juan era una persona entrañable, educada, generosa, delicada, cariñosa, noble... ¡yo que sé que más cosas adictiva! Y también que no había encontrado nada malo sobre él que recalcar. Eso no me gustó. Más bien me asustó. Una vez que me vestí, me dispuse a bajar al comedor para ayudar en la cena. Saludé a varios huéspedes con los que tenía algo de confianza y les expliqué el accidente, ya que la tonalidad y el aspecto de mi rostro, no pasó desapercibido. Me uní enseguida al baile de Magdalena y atendimos las mesas entre las dos. Ella con su agilidad innata cubrió más de la mitad, mientras yo a remolque, llegué de milagro al resto. 

Una vez que el comedor se quedó vacío, nos sentamos a cenar. Ángel, apareció unos minutos antes de que termináramos de recoger para unirse a nosotras. Una de sus cenas preferidas era el bacalao asado. Era un plato muy solicitado por los comensales y aparecía muchas veces en el menú. Aquella noche estaba espectacular. Durante la cena conversamos de muchas cosas, incluida la incipiente relación con Juan. Me sentí complacida de saber que les agradaba. 

Fue un día agotador. Pasada la sobremesa nocturna, muy corta a causa del cansancio, subí a mi habitación, me senté un rato en el escritorio para ponerme al día con la novela y escribí durante dos horas. Cansada, me levanté al baño y me fijé en la luz parpadeante del móvil. Abrí las notificaciones y fui directa a leer las de Juan. 

_Buenas noches, Ana. Me duele la mandíbula. _no decía nada más. De forma inmediata miré la hora de envío. 

_Buenas noches, Juan. ¿De qué? _contesté una hora más tarde. 

Durante los siguientes cinco minutos permanecí con el móvil en la mano esperando una respuesta, al no recibir nada, decidí volver a la escritura para hacer tiempo. El agotamiento psicológico no me dejó concentrarme y opté por leer. Me senté en la cama e intenté seguir la lectura, pero la inquietud no me dejó. De repente sentí la vibración del teléfono y lo cogí veloz para leer la respuesta. 

_No he podido relajarla desde que te he dejado en la pensión, sigo sonriendo como un tonto. 

Volvieron las mariposas a revolotear por mi estómago. 

_¡Qué susto! Me alegra que sea por eso, ¿Si puedo hacer algo para relajarla?

_No lo digas ni en broma.

_¿El qué?

_Si puedes hacer algo.

_¿Por?

_Por qué sí puedes.

_Estaré encantada de hacer lo que sea. _escribí mientras me reía sola tendida en la cama. 

La dinámica de mensajes se vio frustrada y ya no recibí ninguno más. Seguí esperando con el teléfono en la mano durante bastante tiempo. Decidí soltarlo y pasear por la habitación a ver si conseguía calmar la ansiedad. Aquellos mini paseos incrementaron la imaginación que ayudados con el estado de nervios que experimentaba, consiguieron armar mil suposiciones. Pasados más de veinte minutos pensé en bajar a la cocina a prepararme un cacao. Salí de la habitación despacio intentando no hacer ruido. Bajé los escalones de madera con mucho tacto, para evitar que rechinaran como hacían de forma habitual. Paré en los primeros unos segundos para quitarme las sandalias y bajé descalza. Atravesé hasta la cocina con las chanclas en las manos y allí me las puse y encendí una luz. Aquella noche no calenté la leche como solía hacer, el microondas era muy ruidoso y no quise armar barullo. Después de disfrutarlo, enjuagué la taza y la coloqué en el lavavajillas. Salí de nuevo descalza de la cocina y a tientas, regresé a recepción. 

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora