CAPÍTULO VEINTITRÉS

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Entré en pánico en décimas de segundo al verle acostado en aquella cama. Me fijé en la cara nueva que había a su lado, pero no fue lo que me impactó. Una vez calmada mi alarma al conversar con ellos, busqué como una loca las zapatillas nuevas que me había traído Juan de Italia hasta que las encontré en el armario entre muchas otras. Me di cuenta que el pijama nuevo lo tenía tendido y que la bolsa de aseo estaba un poco manchada. Metí ropa en una bolsa de viaje de mano sin prestar atención a que metía y rulé como una peonza por la habitación sin sentido hasta que encontré que hacer. Paré un momento e intenté centrarme. Me senté en la cama unos minutos y me tranquilicé lo suficiente como para poder llamar a Juan, el taxista,  para ver si estaba libre. 

_¡Que alegría me has dado, Ana! 

_Hola, Juan, ¿Cómo se encuentra?

_Bien, y ¿tú?

_Bien también, necesito que me haga un favor.

_¿Dónde quieres que te lleve?

_¿Puedes recogerme en la pensión?

_Dame veinte minutos, ¿Es mucho?

_No, tranquilo, está bien.

_Ahora te veo.

_Gracias.

Colgué el teléfono con la sensación de tener una cosa menos de que preocuparme. Después, salí de la habitación dirección al patio interior para rescatar el pijama. De forma sigilosa atravesé descalza la pensión hasta llegar al patio. Sujeté el pomo de la puerta que siempre estaba abierto y lo giré muy despacio. Era una puerta de hierro antigua y hacía bastante ruido. Allí, colgando de una cuerda estaba mi precioso pijama de unicornios, me lo había regalado mi madre antes de partir a Oporto. Cogí el pijama que estaba sujeto por dos pinzas azules, las puse en el cestito que tenía Magdalena en un poyete, y miré hacia la puerta. ¡Casi me dio un infarto! ¡Pero que ostias! Ángel estaba en la puerta parado con una barra de hierro en la mano. Puse la mía derecha sobre mi pecho y anduve acongojada hasta llegar a él. 

_¡Casi me muero del susto! _me quejé. 

_¿Túuuuu? _preguntó medio azulado. 

_Perdóname, Ángel, necesitaba el pijama. _susurré.

_¿A la una y media de la madrugada?

_Sí, te lo explico. Shhhh.

_¿Está todo bien, Ana?

_Sí, shhhhhhhhhh, nos va a oír Magdalena. _dije en un hilo de voz.

_¡Anda venga, cierra la puerta y vámonos! _Ángel me echó la mano al hombro y me dirigió hacia la puerta con el gesto. 

_Necesito salir, iba a dejaros una nota. _Giré la cara para enfrentarme a la suya y hablé bajito. 

_¿Ahora? ¿En pijama?

_Deja que te lo cuente. Vamos a recepción.

Caminé detrás de Ángel como un corderillo asustado. Recordé alguna de las veces que mi madre me había pillado de pequeña haciendo alguna fechoría y me había escabullido en la noche para librarme de la retahíla. Experimenté una sensación parecida. 

_¿Qué es tan importante para que tengas que salir a hurtadillas de la pensión en plena noche? _preguntó Ángel nada más llegar a recepción. 

_Juan está enfermo. _contesté mirándole a los ojos. 

_¿Enfermo?

_Sí. 

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora