CAPÍTULO OCTAVO

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¡Estaba preciosa! No pude prestar total atención a las explicaciones, puesto que los gestos y las muecas que hizo al hablar me cautivaron y olvidé el motivo real por el que estaba delante de mí. Perdí la cordura observando sus labios. Me volvían loco. Cuando noté que me había inhibido, intenté recabar la poca información que había conseguido captar y la tranquilicé. Lo cierto es que se mostró muy seria y preocupada. Y para colmo, la asusté con la última declaración que hice. 

Me dirigí a la habitación donde estaban los clientes alojados conteniendo las ganas que me entraron de darles un puñetazo. Hasta aquel momento, no recuerdo haber querido darle un puñetazo a nadie nunca. Llegué a la habitación y llamé a la puerta. Al abrir se quedaron un poco descolocados, pero al instante me invitaron a entrar. No acepté, me quedé en la puerta.

_No tengo mucho que decirles, aunque sean unos clientes incondicionales del hotel, tengo el gusto de informarles que tienen que irse hoy mismo y no quiero que vuelvan a venir.

_¿Podemos saber el motivo? _preguntaron muy altivos. 

_Por supuesto, no tolero las mentiras. Y menos a los sinvergüenzas. 

_¡Nos está insultando! _dijo uno de ellos poniéndose un poco gallito. 

_Sí, es cierto, y es lo mejor que puedo ofrecerles.

_¿Pero que se ha creído usted? ¿Esto es por la camarerucha esa que tiene contratada verdad?

_Efectivamente, y si vuelven a insultarla me veré obligado a sacarlos del hotel de otra manera.

Sin más me di la vuelta, sin darles opción a réplica. Ellos continuaron alzando la voz mientras me alejaba y el desplante los enfureció. No había ido con la intención de formar ningún escándalo aunque si hubiera sido necesario, no me hubiera importado. Alguna vez tendría que haber sido la primera. 

_¡No nos iremos, tenemos pagada una semana! _replicaron cuando esperaba en la puerta del ascensor. Giré hacia ellos y como la distancia no era muy prolongada, decidí contestarles. 

_Se irán hoy mismo y en recepción les devolverán todos los días, incluso los que ya han disfrutado. _en ese momento se abrió la puerta del ascensor y entré. 

_ ¡Hola, Ana! _dije sorprendido al encontrarme con ella. 

_Hola, señor Juan.

_¿Señor Juan?

_Estamos en el trabajo.

_¿Vienes de algún encargo?

_Así es. _aclaró sin mirarme a la cara y poniéndose algo nerviosa. 

_¿Por qué no me miras a la cara, Ana? _no contestó, ni me miró. Un arrebato me hizo pulsar el botón de stop. 

_¿Qué haces? ¿Estás loco, Juan? _exclamó asustada. 

_¡Ah! ¿Ahora no soy el señor Juan?

_Perdón, señor Juan.

Intentó pulsar el botón del piso bajo, pero yo se lo impedí con el cuerpo atrapándola contra la pared. De forma inmediata cerró los ojos. Coloqué los brazos paralelos a sus orejas sin llegar a tocarla y me acerqué a olerla. ¡Qué bien olía!, dulce. Esperé paciente hasta que abrió los ojos y se atrevió a mantenerme la mirada. No tardó mucho en apartarla. Noté el incremento de los nervios en su cuerpo por un escape que tuvo en una pierna. Empezó a moverla de forma incesante. 

_Ana. _susurré a su oído para que me atendiera_. Ana, mírame por favor. _abrió un ojo de forma graciosa_. Así también me ves. 

_ Pero solo la mitad. _dijo con una pequeña mueca en la boca. 

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora