CAPÍTULO TERCERO

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La primera noche después de haber trabajado, pasó sin darme cuenta. Estaba tan agotada que mi cuerpo y mi mente se rindieron nada más caer en la cama. Me desperté temprano y descansada y decidí salir a correr. Al calzarme las zapatillas nuevas que me había comprado, me quedé observándolas y determiné lo mucho que me gustaban. Rojo fuego. Normalmente la ropa que uso suele ser negra, pero también me gustan las prendas de color blanco, rojo y beige. Aunque rara vez las visto, tengo algunas atrevidas que me pongo cuando me encuentro valiente. Esa mañana llevaba unos pantalones negros cortos y una camiseta de tirantes del mismo color. La riñonera para el móvil y el mp3. Sacudí la riñonera para comprobar que llevaba al menos un par de monedas sueltas. Me gusta llevarlas por las necesitara. Allí estaban.

Recordaba algunas zonas de Oporto muy bien, otras no tanto. Decidí pasar por la Torre de los Clérigos en dirección al río. Es uno de mis sitios favoritos. La carrera duró cerca de 45 minutos, no estuvo mal para el primer día en la nueva ciudad. Regresé dando un paseo y disfrutando del sonido de la gente hablando por las calles y del ritmo tan distinto de vida que gastaban. 

No tenía muy claro el motivo, pero Juan perturbada mis pensamientos sin cesar y no dejaba de aparecer en ellos. Su cara preguntándome donde estaba la diversión en la puerta giratoria, me golpeaba en la mente una y otra vez.

Llegué a la pensión y Ángel estaba en la puerta.

_¡Buenos días, Ángel!

_Buenos días, Ana. Te estoy esperando.

_¿A mí? ¿Usted dirá?

_Quiero desayunar.

«¡Pero bueno...! y ¿Por qué no ha desayunado ya?» _pensé.

Lo miré durante unos segundos pero no se inmutó, espero sin más a que pasara para hacerlo detrás de mí. Me dirigí a la mesa y le puse un café y una tostada. A continuación hice otra para su mujer y otra para mí. Como tardaba en venir, entre a buscarla a recepción.

_¡Magdalena!

_¡Aquí Ana! _entré dirección a la casa y me paré en la entrada. _Ya voy hija, estaba terminando de tender una lavadora. ¿Viste a Ángel por casualidad? No ha querido desayunar hasta que tú vinieras.

_Sí lo vi. Por eso vine, preparé el desayuno.

_¡Qué bien hija!

Llegamos al comedor y Ángel nos esperaba ansioso. Nos sentamos y devoramos el desayuno amenizado con el incesante monólogo que me monté contando con pelos y señales mi primer día de trabajo. Ángel me escuchó en silencio, todo lo contrario a Magdalena que me interrumpió un par de veces para preguntarme alguna duda que le surgía. Cuando me levanté para irme a duchar, éste se fue sin más.

Vestida de negro y con un lazo blanco en el cabeza, del que colgaban los picos como medio metro cada uno, bajé al comedor de nuevo para ayudar a Magdalena con los desayunos de los demás. Se nos dio bien, nos compenetrábamos a la perfección.

_Saldré a comprar unos cuadernos Magdalena, ¿necesita algo? _le dije cuando acabamos de colocar el comedor.

_No hija, Ángel irá a comprar en la mañana.

_Está bien, luego nos vemos.

_Hasta luego hija.

_Hasta luego, Magdalena.

Paseé sin prisas por la ciudad, entré por las callejuelas, crucé algunos parques y terminé en la biblioteca Lello; un sitio mágico, donde no sabes si es realidad o ficción lo que te rodea. Al fondo, en un rincón, paré unos minutos a ojear algún libro que otro. En un momento dado levanté la vista y me quedé paralizada, «mierda», _pensé. Me agaché corriendo y quedé a la expectativa metida en un rincón, entre dos sillones pequeños. _«Espero que no me haya visto». Cerré los ojos con fuerza como si el mundo fuera a desaparecer por ello y esperé...

"ALGUIEN ME PRESTÓ SUS ALAS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora