Capítulo 2.2: En la Puerta Septentrional

8 0 0
                                    

La mañana siguiente Aled despertó un rato después de haber salido el sol, era un frío día  de otoño y un leve viento resoplaba en el pueblo. Su hermano ya había partido, salía siempre apenas asomaba el sol. Se levantó perezosamente, con un cántaro con agua se mojó la cara y bebió otro poco. Luego tomó su túnica, pasó por la cocina, agarró unos pedazos de pan y queso y partió.

Era una mañana muy hermosa, el sol aparecía a lo lejos sobrepasando unas montañas muy desfiguradas en el horizonte y estrellaba sus rayos contra la pared del acantilado de Walltown. El reflejo iluminaba a todo el pueblo.

Caminó hasta el sendero principal que era espectacularmente ancho, tenía unos cincuenta metros de lado a lado y del otro extremo el seco pastizal, de un par de kilómetros, lo separaba de Woodstown.

Caminó lentamente, como de costumbre observando todo a su alrededor.

Era una época no muy transitada. Unos carros transportando madera desde Woodstoown hacia Dun-Ederglast y junto con algunos viajeros, eran los únicos que circulaban aquella mañana.

A pesar de recorrer ese camino varias veces al día, por las mañanas le gustaba tomárselo con calma y disfrutar del paisaje. El sol le daba un colorido especial. A su derecha tenía al gran monte Ederglast, con sus muros de roca y su cima oculta tras la bruma. A su izquierda, la pradera con el pequeño arroyo Heil y un poco más lejos el bosque de Woostown. Tras él y muy a lo lejos se divisaban unas montañas, era el comienzo de las imponentes Eternas, que no se alcanzaba a distinguir con claridad desde aquel sitio.

Después de marchar por unos veinte minutos Aled divisó la muralla, tenía unos diez metros de altura y estaba construida con roca gris oscura.  La gran puerta en el centro era de dos postigos de tablones de madera. Aled sabía que cada postigo tenía treinta tablones de medio metro, cruzados otros por cinco transversales. Los postigos estaban sujetos a dos columnas rectangulares, una a cada lado, que se unían al muro. Más de una vez había sido el encargado de barnizar cada uno de los tablones de la puerta, tarea agotadora para la espalda y brazos.

-Llegas tarde, -le dijo uno de los guardias cuando Aled se encontraba a un tiro de piedra de distancia.

Aled no respondió, pasó junto al él tratando de ni siquiera mirarlo. Cualquier cosa que respondiera sería para peor, ya lo tenía muy claro.

-La próxima vez tendrás un par de noches de vigilancia de castigo.

Aled ya trepaba la pequeña escalera de madera que lo llevaba a la parte superior de la columna derecha de la puerta. 

La columna tenía un pequeño desnivel y sus paredes continuaban por un poco más de metro y medio con respecto a su piso, esto funcionaba como parapeto del vigía. La columna de la izquierda exhibía en su cima una pequeña construcción de piedra que sobre salía medio metro en cada lado y oficiaba de refugio para el primer vigía.

Aled no entendía bien por qué tenía que ocupar el puesto en la columna sin guarnición, pero suponía que era nomás un capricho de los guardias superiores.

A media mañana un guardia salió de la choza, a la izquierda de la puerta y le ordenó bajar.

-¡Alfeñique!

Aled se asomó.

-Debes ir a Woodston, a la cantina de Frint, compra un barril de cerveza y tráelo… y no tardes.

-Sí señor, -respondió. Le gustaba tener que hacer ese tipo de mandados porque le hacían el día más corto. Los días en que solo miraba desde la columna se le hacían interminables.

El camino hacia Woostown estaba algo más poblado que en la mañana. Unos pastores movían sus pequeños rebaños, mientras algunas carretas de madera comenzaban el viaje cotidiano hacia Dun-Ederglast.

La Sombra del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora