Capítulo 9.2: En palabras del dstino

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Llevaban ya dos días de caminata, el bosque como bien lo había anticipado Bre, se volvía cada vez más inhóspito y peligroso. Por ahora no se habían topado con ningún animal grande que pudiera resultar peligroso, pero Bre solía recordarle a Aled que no eran los animales grandes, sino los insectos, los que resultaban realmente peligrosos. Aled había confirmado esto, cuando esa misma mañana se encontró con una gran roncha en su brazo de la cual brotaba un poco de sangre. Sin comentar nada siguió camino hasta que no pudo aguantar más la picazón y el dolor y le comentó a Bre. Éste de inmediato cerró su mandíbula rodeando la herida y succionando con fuerza removió unos pequeños huevos del brazo de Aled. Luego le explicó que se trataba de unos escarabajos que ponen sus huevos en la carne de otros animales y que estos al nacer se alimentan de ella. El episodio traumó bastante a Aled que se dedicaba a preguntarle todo lo que sabía del bosque a la pantera.

Así transcurría ahora su marcha bajo los grandes árboles de troncos anchos y raíces enredadas, Bre contaba todos sus conocimientos del bosque al muchacho. Cosas útiles como que plantas eran medicinales y para qué tipo de dolor y cuales otras podía resultar venenosas.

Aquella tarde cuando hubieron frenado para descansar un poco, Bre le alcanzó una planta de hojas muy anchas y carnosas, su interior era blando y su exterior duro con espinas de color verde tornándose púrpura en los extremos.

- Es buena para las heridas. Hay que moler su interior y restregarlo por sobre la herida. De esta forma ayudan a una rápida cicatrización. Ahora si además tienes la suerte de  encontrar también unos pequeños frutos rojos que crecen en unos arbustos de hojas triangulares y pequeñas, y los trituras juntándolos con el interior de la hoja, se logra una cicatrización en cuestión de horas.

Aled se aplicó un poco del centro molido de aquella planta en donde le había inyectado los huevos aquel escarabajo. Era mucho más frio de lo que imaginaba, como agua de un arroyo helado, pero rápidamente se volvía cálido y reconfortante.

El bosque se extendía tan denso como de costumbre. Unas pequeñas colinas y lomas contorneaban ahora su suelo. La marcha se hacía más dificultosa. Era cansador caminar cuesta arriba sobre aquel suelo blando donde los pies se hundían en una cama de hojas y musgos. Pero era el descenso lo que realmente se ponía complicado.

Decidieron frenar en la parte más elevada de una de las colinas, en un lugar apenas descampando para que entraran los dos.

El calor del esfuerzo de la caminata comenzaba ya a ceder ante el frío de la tarde.  Algunos pájaros y otros animales pequeños rondaban el área. Por lo demás el sitio  parecía tranquilo. Las hojas de los árboles sobre ellos, tenían un color más azulado y sus largas ramas se inclinaban levemente hacia arriba. De alguna manera eso resultaba un tanto extraño.

Ahí sentados en la cima Aled aprovechó para hacer un fuego. Despejó un sector del suelo, removiendo las hojas, palos y musgo. Luego seleccionó algunas hojas secas, con mucha prolijidad, fue deshaciéndolas en pequeños trocitos. Como siempre seguido por la atenta mirada de Bre, que parecía disfrutar de la calma que le transmitía aquel simple ritual.

Lo mismo hizo con unos pequeños palillos, deshilachándolos, para formar yesca. Colocó una piedra junto al montoncito y miró a Bre.

-Disfruta de esto Aled, ya que pronto dejarás de hacerlo, con un rápido movimiento de su garra, sobre la roca, las chispas encendieron el montoncito.

Coció en poco de un conejo, o algo que se le parecía, que Bre había capturado más temprano.

No estaba seguro si era a causa del hambre o qué, pero aquella especie de conejo sabía deliciosa. La carne era suave y tierna como el pollo, pero gustosa como el jabalí.

La Sombra del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora